4. Polvo frustrado

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¿Sabéis cuántos pasos podéis dar en una habitación de treinta centímetros cuadrados? MUCHOS. Según mi reloj digital y mi estómago revuelto, unos cinco mil trescientos pasos.
Me siento en la cama mareada y me pongo la almohada en la cara para reprimir un grito.
¿Por qué a mi? No, en serio, ¿POR QUÉ A MI? ¿Es por ser atea? ¿Por no ayudar más al medio ambiente? ¿Por no reciclar? ¿POR QUÉ?
No me lo puedo creer, es que tiene que ser un maldito y horripilante sueño.
Mi mente retrocede a hace cinco años, cuando le entregué mi corazón y básicamente mi virginidad a semejante hijo de.... HIJO DE SU SANTA MADRE, y él no dudo ni dos segundos en engañarme con otra en la fiesta de Lisa, la que era mi mejor amiga.
Llevábamos más de un año saliendo y era la última fiesta del verano. La cara de idiota que se me quedó al encontrármelo semidesnudo con la zorra de Andrea fue apoteósica.
Me humilló, me pisoteó y no se dignó a darme una explicación.
Me cambié de instituto ese año y lo bloqueé en todos los sitios que podían existir, tampoco se molestó en buscarme o en intentar que le diese otra oportunidad.
Marco sin pensarlo el número de Lisa y cuando parece que no me va a contestar la llamada, suena su voz al otro lado.
—¡Abril! ¿Qué tal por el apartamento nuevo?
—Mi vecino es Héctor — digo directamente.
—¿Qué Héctor? ¡¿Ese Héctor?! —su chillido hace que me despegue el teléfono de la oreja.
—Sí, Lisa, ese jodido Héctor.
—Bueno... ¡respira! Con suerte no tienes que cruzártelo en todo el edificio.
—Es la única planta con dos habitaciones y él es mi único vecino —sueno demasiado borde, pero no puedo evitarlo —. Compartimos BAÑO juntos.
—Eh... menuda mierda. No sé qué más decir —noto su sonrisa incómoda.
Y así eran las cosas con Lisa ahora. Desde hace unos años se quedaba sin cosas que decir. Antes, cuando estábamos todo el día juntas me habría dado mil consejos o habría despotricado conmigo sobre lo cabrón que fue y me hubiese dado ideas de cómo joderle la vida, pero todo ha cambiado. Somos simples conocidas.
Cambia la conversación y me habla sobre un chico que conoció en Tinder. Todo el resto de la llamada se vuelve insustancial, con las típicas preguntas y respuestas de cortesía. La llamada ni siquiera dura cinco minutos y eso que hace más de un mes que no hablamos por teléfono.
Recuerdo Tinder y me reinstalo la aplicación en un intento fallido de olvidar el problema que tengo encima. Hubo una época en que esta aplicación era parte de mi día a día. Estaba bien echar un polvo pasajero y dejar de ser la esa chica frágil. Al menos, así nadie puede romperme el corazón en mil pedazos. Así me parecería a Andrea, con la diferencia de que yo no me acuesto con chicos con novia. Hago una buena investigación para saber que no voy a joderle la vida a otra.
Cierro la aplicación con desinterés y me agarro la barriga. Tengo muchas ganas de vomitar. Estoy muy nerviosa.
Creía que lo había superado totalmente, pero al volver a verlo, me he dado cuenta de que sigo odiándolo con todas mis ganas y me hace feliz que lo hayan dejado en mis narices, aunque en el fondo estoy segura de que esa tía no le importaba, porque a Héctor solo le importa él mismo.
Recuerdo la dolorosa conversación después de la fiesta y lo insignificante que me sentí:
—¿Por qué? —dije con la voz entrecortada— ¿Por qué me has hecho esto? —lloraba casi suplicándole.
—Para ya de llorar, así no solucionas nada —tenía ojeras y su voz destilaba desprecio.
—¡Es por tu culpa! —estallé.
—¡Y una mierda! ¡La culpa es tuya por ser una ingenua! —hizo una pausa y me asusté tanto por su voz que las lágrimas pararon de salir—. Vete de aquí Abril, no quiero volver a verte.
Y así fue. Una conversación de menos de cinco minutos en la que me hizo ver lo insignificante que siempre fui.
Miro la hora y son las ocho de la tarde, por lo que decido ir al super a por algo para la mini nevera.
Salgo con miedo a encontrármelo y vuelvo de nuevo con el mismo miedo.
Cuando lo tengo todo colocado son las diez de la noche y me encuentro totalmente agotada.
Voy por primera vez al baño para lavarme los dientes y me fijo en que es bastante pequeño. Una ducha, un lavabo pequeño y el inodoro.
Al salir veo una imagen que me revuelve el estómago e incentiva esa llama que creía haber apagado a lo largo de la tarde. Héctor se besa de forma asquerosamente lasciva con una tía distinta mientras intenta abrir su puertas a tientas.
—Wow, dos en un día —no puedo evitar entrometerme.
Héctor suspira y pega la cabeza contra la pared mientras dice cosas en voz baja que no logro escuchar. La chica se despega y me mira con una pequeña arruga en su entrecejo.
—¿Dos en un qué?
—En un día —le sonrío.
Aparta a Héctor de un manotazo.
—Eres asqueroso —dice mientras baja las escaleras.
Yo sonrío triunfante ante la mirada odiosa de él. Sus ojos queman sobre mi piel, pero me mantengo firme. Se merece muchísimo más que esto.
—Felicidades, Abril, tienes la madurez de un niño de cinco años.
—Aprendí del mejor —le guiño el ojo con burla.
—Eres una...
—Soy una qué. ¿Tan mal te sienta un polvo frustrado? —doy un paso adelante enfrentándome a él.
—Nada Abril. No eres na-da.
Esas palabras me duelen, me jode que lo hagan pero es así. Me recuerda a cuando me dejó de aquella forma tan humillante.
—Mejor ser nada, que ser un cáncer.
Se le oscurece la mirada y da un paso hacia mí. Por un segundo hay tanto desprecio en él, que me tenso sin poder controlarlo. Va a decir algo, pero de pronto se da la vuelta y pega un nuevo portazo que me sobresalta.
Me sentiría bien por mi pequeña victoria, pero la verdad es que ahora solo me apetece una cosa: tomar cerveza hasta caer dormida.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora