6. Un par de smoothies y confesiones

1.8K 148 0
                                    

—¡No me lo puedo creer! ¿Héctor es tu ex? —Bea levanta demasiado la voz y le hago un gesto para que la baje—. Perdón, es que menuda putada.
Esta mañana me la encontré de casualidad y se ofreció a acompañarme a hacer unas compras. No pensaba contarle mi pasado con Héctor, de hecho, nadie en estos años lo sabe, pero al ver como ella me daba esa clase de confianza, no he podido evitar desahogarme.
—¿Cómo se puede tener tan mala suerte? —suspiro con frustración— ¿Qué posibilidades hay de que esto pase? El universo quiere putearme.
—Conozco a Héctor desde hace años. Nunca me imaginé que fuese capaz de hacerle eso a alguien... Parece simpático. Simpático y sexy.
—Por favor, no uses la palabra "sexy" o vomito. Es un ególatra y un capullo.
Le cuento brevemente lo que pasó esta mañana, incluida la parte en que le tiro el cepillo a la cabeza, lo que me hace recordar que tengo que buscar cepillos. Sí, en plural, porque nunca se sabe cuando puedo tirarle otro a la cabeza.
—Te apoyo —me dice cuando meto los tres cepillos en el carrito.
Nos sonreímos y ella coge otros dos cepillos que guardará por si me quedo sin munición.
Es liberador hablar con Bea, hace demasiado tiempo que no tengo a nadie con quien salir y no recordaba que fuese tan divertido hacer unas meras compras. Por lo general, suelo ser muy reservada, pero ella hace que parezca fácil. No me avasalla a preguntas incómodas, solo deja que cuente lo que me apetece.
Nunca he tenido mucha vida universitaria. Mi día a día se pasaba en volver al piso, hacer cosas de clase y los findes echar algún que otro polvo para desahogarme.
Cuanto más hablo con Bea, menos puedo ignorar la pequeña chispa de esperanza que se despierta en mí. Estoy cansada de estar sola.
Pagamos las cosas y paramos en una cafetería antes de volver a la residencia.
Bea se pide un smoothie de fresa y plátano y yo uno de mango y naranja.
La parte mala que me repite que Héctor tiene razón y que soy insignificante me hace pensar que quizá ella pase tiempo conmigo por ser amable.
Mientras esperamos los zumos se hace un silencio incómodo. Es el momento de decirle que no tiene por qué compadecerse de la nueva, pero se me adelanta.
—Oye... Siento si me he acoplado contigo esta mañana. Para colmo te he arrastrado aquí sin tan siquiera preguntarte. No quiero ser pesada —evita mi mirada.
Miro a sus ojos marrones sorprendida.
—¿Qué? ¡No! —llamo su atención—. Precisamente iba a decirte que agradezco mucho todo esto y... —hago una breve pausa incómoda— Te iba a decir que no entiendo cómo alguien como tú, quiere salir conmigo —me río avergonzada.
Bea me mira con sus ojos muy abiertos y de pronto, le da un ataque de risa que hace que media cafetería se gire a vernos.
—¿Increíble? Soy todo menos eso. Solo Luis me aguanta. Si no fuese por él, estaría prácticamente sola.
Por lo que me da a entender, no suele llevarse muy bien con chicas. Su actitud abierta y desgastada parece ser el origen de que siempre la traicionen. Tiene más amigos que amigas y por ello la tachan de guarra.
No me sorprende escucharlo, ya que hoy en día existe una rivalidad entre chicas insana. No todo es una competición. Debería existir más sentido de la sororidad.
—Al verte... —continúa—. Pensé que podrías ser diferente —me sonríe tomando un sorbo de su smoothie.
Su mirada triste y nerviosa hace que le cuente algo de lo que me podría arrepentir, pero es lo único que se me ocurre para demostrarle que no pienso tratarla de forma despectiva.
—Hagamos una cosa. Voy a contarte un secreto que si se lo cuentas a Héctor me hundes la vida, pero es mi muestra de lealtad —me mira con ojos atentos y me acerco a ella susurrando—. Reconozco que esta mañana cuando se me ha acercado, me he puesto un pelín... caliente.
—¡No me lo creo!
Estallamos en carcajadas y le vuelve ese brillo especial en la mirada.
ODIO reconocerlo, no pensaba decirlo en voz alta, pero al final supongo que es algo natural. Héctor es una basura de persona pero su físico ha mejorado mucho y teniendo en cuenta que a causa de la mudanza y la uni, llevo tres meses de sequía, pues asumo que es normal, pero no tocaría a semejante persona ni con un palo. Bueno, miento. Con un palo sí, para aporrearle por todo el daño que me hizo, pero sin ningún apéndice de connotación sexual.
—Te cuento otro secreto —me sonríe—. Hace tres semanas, bebí tanto en una fiesta que me meé en la cama. ¡No me juzgues por favor!
—No fastidies —me río—, pero creo que es mucho peor que te haya puesto caliente la persona que te puso los cuernos.
—Totalmente de acuerdo —me señala su brazo para que brinde con ella.
Hablamos durante una hora más hasta que llegamos a la residencia.
Me dice que el sábado, hay una fiesta. Se pone una porra de cinco euros por cabeza y hay un encargado que lo compra todo. va a comprarlo todo. Con lo que sobra, se guarda en una hucha para el mes siguiente.
—Ponte guapa, que aunque sea en un pasillo de mala muerte, la gente intentar ir diva —me guiña el ojo.
Le pregunto si se reúne mucha gente en esas fiestas y me dice que depende la semana. Hay veces que optan por irse al centro de la ciudad, pero por lo general, hay ambiente hasta antes de la época de exámenes.
Entramos al edificio y quedamos en desayunar mañana en su habitación.
Subo con la suerte de no encontrarme a Héctor, y lo primero que hago al llegar, es pensar qué ponerme para el sábado.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora