51. Halloween 1: me maquillas a distancia o voy a cometer un puto delito

1.3K 109 3
                                    

—Ni de puta coña —dice Héctor cabreado.
Bea y yo lo fulminamos con la mirada.
—Que no, que ni de putísima coña. No voy a ir haciendo el puto ridículo —se cruza de brazos.
Ambas nos miramos y nos sentamos en mi cama enfadadas.
—Se lo ha currado mucho Héctor —trato de negociar con él.
A Bea se le ponen los ojos llorosos, pero su orgullo le impide llorar.
—¿Y? Yo se lo agradezco, pero no me gusta hacer estas cosas —se incomoda al ver a Bea a punto de llorar.
—¡Antes no eras tan rancio! —pierdo los estribos.
—¡Y tú antes no eras tan insoportable!
—¡TE ODIO! —grito totalmente desquiciada.
—¡Y YO A TI! —me responde en el mismo tono.
—¡BASTA! —explota Bea.
Paramos de discutir y vemos cómo Bea guarda apresurada todas las cosas que había traído.
—Ha sido una idea de mierda. Intento que todo sea normal, pero, ¡nada lo es! No vamos a fingir esta noche que todo es una maravilla porque todo es una puta mierda —se cuelga su maleta al hombro e intenta irse, pero Héctor la retiene.
Bea lo mira con el ceño fruncido y él suspira a la vez que se revuelve el pelo con frustración. Va a aceptar. Es su típico gesto de "no quiero hacerlo, pero no quiero sentirme mal".
—Vale. Me lo pondré. Pero me niego a maquillarme —sentencia.
—No te preocupes, Bea —le paso el brazo por los hombros—, de eso me ocupo yo —le sonrío diabólicamente a Héctor.
—Por encima de mi cadáver —me reta con la mirada.
—De acuerdo. Un Halloween más realista —sonrío.
Bea nos abraza con emoción y nos pide que no miremos los disfraces juntos, que quiere que sea una sorpresa para encontrarnos.
Se ha pasado varios días haciéndolos. Estoy ilusionada por verlos, porque es la primera cosa que hace con la máquina de coser.
Hemos decidido ir los tres a la discoteca de siempre para evitar encontrarnos a Luis en la fiesta de la residencia. No creo que Bea esté preparada.
Me entristece un poco no ver a Carlos esta noche.
Hemos decidido salir a la discoteca para evitar encontrarnos con Luis. Saldremos solo los tres.
Bea le explica en una esquina varias cosas de su disfraz a Héctor, mientras yo aprovecho para responder a Carlos.

Carlos:
Es una pena, me apetecía mucho pasar Halloween contigo...
Yo:
Seguro que solo querías verme con mi disfraz sexy para cometer un poco de acoso...
Carlos:
¿Tan sexy es cómo para cometer dicho delito?
Yo:
Y ese delito se quedará muy corto...
Carlos:
Oficialmente estoy sufriendo un paro cardiaco.

Tras salir Bea de la habitación recordándonos la hora, Héctor y yo nos sonreímos satisfechos. Estas últimas semanas hemos conseguido soportarnos por el bien de ella y mientras no nos quedemos solos, todo fluye bien.
Se tumba en mi cama y suspira mirando al techo. Odio que se tome esas libertades, sobre todo porque tengo que dormir ahí y me cuesta cuando sé que horas antes ha estado en mi cama.
—No quiero, Abril. ¡Odio disfrazarme! —da una pataleta como un niño pequeño.
Intento aguantar la sonrisa, está demasiado adorable cuando sufre por tonterías. ¿Me alegro de que esté fastidiado? Por supuesto. ¿Soy mala por ello? Después de lo que me hizo lo dudo.
—No exageres. No te lo has probado aún. Quizá estés hasta sexy —me siento a su lado para burlarme de él.
—Evidentemente me va a quedar sexy, pero eso no significa que quiera ir de un puto pirata —su ego lo delata.
Se acerca a su bolsa para sacarlo, pero lo detengo. Le hemos prometido que no veríamos el disfraz del otro hasta la hora. No pienso incumplir mi palabra. Agarro su bolsa y la alejo de él.
—¡Si ya sabes que voy de pirata! ¿Por qué yo no puedo saber de qué es tu disfraz? —se queja.
—Porque yo tengo que saber el tuyo para maquillarte —le saco la lengua.
—Que no me vas a maquillar, Abril —me mira desafiante.
—¿Nos apostamos algo? —le guiño el ojo.
Me hace la peseta y me quita la bolsa de mis manos para poder irse.
—Que te jodan, princesa.
—Que te jodan, piratita —me río de él.
Intenta decir algo más, pero lo empujo y cierro la puerta.
Habla enfadado en mitad del pasillo y yo lo ignoro para probarme mi disfraz. ¡Estoy demasiado ilusionada!
Una vez puesto me quedo impresionada. ¡Es demasiado sexy y bonito!
Yo también voy de pirata y reconozco que tengo muchas ganas de ver la cara de Héctor cuando me vea así.
La camiseta es blanca y su largo llega a tapar dos o tres centímetros más por debajo del pecho. Tiene las mangas largas y abombadas y un fruncido en la zona del pecho que lo acentúa mucho más. Del centro del escote, cae una cadena que tiene atada una especie de piedra blanca alargada, que queda justo por encima del ombligo. La falda es negra y corta, con dos rajas, una en cada lateral de la pierna, siendo extremadamente provocativa. Del cinturón marrón cuelga un revolver de juguete y en la otra parte una espada. Finalmente ha añadido unas medias de rejilla y otras medías más bajas lisas negras, de modo que la rejilla se vea en los muslos y el resto de la pierna vaya en negro. También hay un pañuelo rojo para el pelo al que le ha cosido una cadenita con conchas que es preciosa.
Me arreglo el reto de la tarde y me maquillo con u ahumado en negro y los labios en burdeos. Me tapo el chupetón de Héctor que persiste para que no haya preguntas innecesarias. Por último me pongo una gabardina para que Héctor no vea nada hasta el final.
Pego en la puerta con tiempo de sobra. Me abre y como de costumbre, solo tiene puestos unos pantalones de chandal y el pecho al descubierto. Va a coger una pulmonía.
—Falta media hora —dice afinando los labios.
—Ya —sonrío con malicia.
—Abril, no.
—Abril, sí.
Me cuelo en su habitación antes de que me cierre la puerta y se aleja de mí.
—No vas a tocarme la puta cara con una brocha —me fulmina con la mirada.
—Que masculinidad más frágil —me quejo sacando mi arsenal de pintura.
—¡Me has maquillado cientos de veces! Sabes que tengo los ojos sensibles —intenta defenderse.
Se da la vuelta para buscar algo en el armario y veo su tatuaje. Me acerco porque mi cuerpo me pide verlo de más cerca, necesito asegurarme si es la misma noria o si es mi imaginación, que intenta buscar cualquier resquicio de que lo nuestro no fue una mentira.
Justo cuando estoy llegando se da la vuelta y en un giro me pega a la pared.
—¿Qué haces, princesa? —me susurra a pocos centímetros de mis labios.
—Quería asustarte. Es Halloween.
—Mientes fatal —sonríe.
Me suelta y se pone una camiseta, tapando su torso perfecto y esa noria que tanto necesitaba ver.
—¿Vas de monja? ¿O me vas a sorprender y cuando te quite eso vas a estar desnuda? —sonríe de esa forma que hace que se me acelere el corazón.
—Te dejo averiguarlo si me dejas maquillarte —entro en su pequeño juego.
Héctor se sienta en la cama y apoya la espalda contra la pared. Lo miro alzando una ceja y me acerco con los pinceles.
—Estás muy lejos, así no te puedo maquillar.
—Tendrás que ser creativa.
Pongo los ojos en blanco, pero lo hago. Me subo en su regazo y me sonríe con satisfacción.
La gabardina se me sube levemente y Héctor posa sus manos sobre mis piernas. Un escalofrío me recorre por completo.
Comienzo a oscurecer sus ojos con sombra negra. Los tiene completamente cerrados mientras sus manos acarician de forma leve mis piernas. El corazón me va a mil por hora y pongo toda mi voluntad en controlar el pulso que me tiembla ligeramente. Lo observo durante unos segundos. Nunca tengo la oportunidad de verlo relajado.
—Venga, dime que llevas puesto —me susurra.
—Averígualo —le sonrío mientras lo sigo maquillando.
Sus manos suben por mis muslos hasta dar con las medias de rejilla. Las toca y frunce el ceño.
—¿Son medias de rejilla?
—Sí.
Se muerde el labio de forma muy tentadora y sube un poco más, pero se para antes de seguir subiendo a zonas peligrosas.
—Abril... Dime por Dios que llevas algo debajo —me suplica.
—Por supuesto, solo es... que es muy corto —susurro en su oído.
Saca las manos de debajo de mi gabardina y las aparta de mí todo lo posible. Noto cómo su cuerpo reacciona a mí y reprimo un sonido de sorpresa. Esta vez solo me separa de él un fino tanga. Comienzo a humedecerme sin poder remediarlo.
—¿Es una falda? —me pregunta conteniendo la respiración.
—Sí.
—¿Me estás diciendo que tus bragas están apoyadas sobre mi polla?
Abre los ojos bruscamente y con un movimiento queda encima de mí, agarrándome las muñecas.
—Bien, pues me maquillas a distancia o voy a cometer un puto delito.
Se aparta como si mi contacto le quemara y se sienta en la silla del escritorio. Intento borrar la imagen de Héctor abriendo mi gabardina para arrancarme la ropa. Noto cómo el calor incrementa aún más.
Termino de maquillarlo justo cuando quedan diez minutos para la hora. Es increíble que pueda estar tan sumamente sexy con sombra de ojos negra y ojeras falsas.
Me aparto de él acalorada y guardo mis cosas. Quiero hacerle cosas demasiado indecentes.
—Vístete —le ordeno mientras me voy hacia su puerta.
—Solo si me desvistes —me sonríe juguetón.
Pego un berrido digno de una bestia y salgo de su habitación.
Juro que un día me va a dar un infarto por su culpa.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora