30. Dime que no te gustaría...

1.5K 138 0
                                    

Llevo poco más de una hora y media dormida cuando escucho que alguien está pegando a mi puerta.
En serio, esto debe parar, voy a envejecer ochenta años de golpe por falta de sueño.
Asustada por la hora,  me levanto y pregunto quién es, hasta que la voz de Héctor resuena al otro lado.
—Por favor... ábreme — suena terriblemente mal.
Cuando abro, me lo encuentro sin camisa, con el pantalón de pijama, y los ojos muy rojos.
Huele a una mezcla de ron y pasta de dientes.
—¡Abril! Estoy malito. —hace un puchero como un niño pequeño.
—¿Estás borracho? —es una pregunta retórica, pero necesaria.
—Borracho, cachondo, de mala hostia, triste... Son tantos sustantivos que no podría acabar.
Una sensación de vértigo me recorre de pies a cabeza.
—Son adjetivos.
—¡Estoy borracho! Por Dios, no te pongas en plan profesora —arrastra las palabras—. Aunque si te vistes como el otro día... Seré tu alumno de diez — sonríe hacia su propio comentario.
Intento cerrarle la puerta, pero me suplica que no lo haga.
No puedo lidiar con esto. Es demasiado.
—Abril... he vomitado mucho y me he dejado las llaves dentro... Por favor déjame estar contigo... me encuentro fatal.
Se me encoge el corazón. Sus ojos brillan y me recuerda a aquel chico de diecisiete años que me buscaba como si fuese su bote salvavidas, pero nos hundió a ambos.
Siento pena y le dejo pasar, se va directamente a mi cama y se tumba agarrándose las piernas.
—¿Te duele mucho? ¿Vamos al médico? —e pregunto preocupada.
—No, pero te dejo vestirte de enfermera —me sonríe con los ojos brillantes y reprime una arcada.
—No puedes intentar seducirme con cara de querer vomitar.
—No desafíes mis encantos — me sonríe y el pulso se me acelera levemente.
Empieza a tiritar y siento pena por él, sé lo que es ponerse muy malo por el alcohol. Él me cuidó aquella noche, se lo debo.
Cojo la sábana y lo tapo con cuidado. Busco en la despensa hasta dar con la manzanilla y le hago una para que entre en calor.
Cuando se la pongo en la mesita de noche me da las gracias y se reincorpora para tomársela.
Suspira del gusto y se la toma apenas en cinco minutos.
—¿Habéis seguido con la fiesta?
—No —se tapa hasta el cuello.
—¿Y la borrachera que llevas?
—Solo. En mi habitación.
Lo miro con intriga e intento averiguar por qué ha estado bebiendo solo hasta este punto, pero evita todas mis preguntas hasta que se da la vuelta y me da la espalda.
Suspiro frustrada, si tiene la osadía de pegar en mi puerta para pedir cobijo, al menos podría contarme qué ha pasado.
—¿Y por qué estás triste y enfadado?
—Y cachondo. Muy cachondo.
—¿Vas a responderme a algo? Te recuerdo que estás en mi maldita habitación.
Intento no sonrojarme. Pensar que está cachondo hace que me sofoque, y sobre todo, después de lo que pasó hace unas horas.
Dice que no con un tono de niño pequeño. Nada, que estar borracho como una cuba y robarme le parece totalmente comprensible.
—Suenas a alguien de alcohólicos anónimos.- digo resignada.
—Y tú suenas a Abril.
—Es que soy Abril.
—Pues eso —se ríe solo.
Es idiota.
Le empujo para que me deje sitio y rechista apartándose de mala forma.
Apago la luz con el objetivo de dormir, pero es imposible. Noto el calor que desprende su cuerpo y cuando sin querer toco su torso desnudo, quiero salir corriendo. ¿Por qué no puede llevar una puñetera camiseta?
La escena del baño vuelve a repetirse en mi cabeza sin parar y vuelvo a sentir ese calor sofocante que hace que quiera volver a tocarme. Esto es una tortura.
Héctor se gira para mi lado y de pronto, me abraza con fuerza. Estoy pegada a su cuerpo y el corazón empieza a martillearme con una fuerza abrumadora. Retengo la respiración cuando la palma de su mano se sitúa encima de mi corazón. Cierro los ojos con fuerza.
—¿Por qué te late tan rápido? —susurra.
Su aliento roza el lóbulo de mi oreja y reprimo un escalofrío.
—Héctor, duérmete —digo con tono autoritario.
—No puedo. Recuerdo lo del baño y...
—Estás demasiado borracho — le corto.
—Y tú eres demasiado sexy —ríe contra mi oído.
No debería gustarme, pero me encanta que me diga lo que provoco en él, me hace sentirme menos idiota porque él provoca lo mismo en mí. Al menos, es mutuo.
—Deja de abrazarme —intento apartarlo.
—¿Sabes lo cachondo que me has dejado? Y todo para irte con ese...
—Pues mastúrbate en el baño.
La sola imagen de él haciéndolo, hace que mis manos comiencen a temblar y desee hacerlo yo por él. Esto es insano.
—¿No te apetece, Abril? —me susurra al oído—. No puedo dejar de pensar en la discoteca... En tus gemidos... Me estoy volviendo loco —dice con un quejido que me revuelve.
—Héctor, para porque...
—No pienso tocarte, pero —se aparta para marcar distancias— dime que no te gustaría que empezase a besar cada parte de tu cuerpo. Dime que no te gustaría que mi lengua se deleitase con tu sabor...
Demasiado calor. Un calor sofocante baja hasta concentrarse en mis piernas y las cierro para evitar la tentación de adentrar mis manos en mi ropa interior y aliviar mi deseo.
—¿Y tú, Héctor? —me adentro en su juego— Dime que no te gustaría que mis uñas arañasen cada centímetro de tu piel hasta pararme en la zona límite de tu pantalón. Dime que no te gustaría que me agachase sin dejar de mirarte y mis labios se encargasen de todo.
Gime en mi oído y cuando contraataca, no puedo evitar ceder y meter una de mis manos por dentro de mis pantalones. No puedo más.
—Deslizaría mi lengua por tu vientre —continúa—, hasta pararme en tus pechos y lamerlos muy lentamente... Después los succionaría de forma leve, con pequeños mordiscos, mientras mi mano subiría por en medio de ellos hasta coger tu precioso cuello.
La imagen es demasiado nítida y se me escapa un pequeño gemido. Es demasiado excitante y no quiero que pare de decir todo aquello que quiere hacer, pero que no hará. Es una tortura muy placentera.
Me masajeo de forma lenta, formando pequeños círculos y juego con los labios. Introduzco los dedos y los saco para hacer leves caricias mientras Héctor me relata mi mayor deseo. Con la otra mano, mordisqueo la palma para evitar volver a gemir.
—Yo... —digo con voz temblorosa— Te tumbaría en la cama y recorrería con mi lengua todo su largo y... —escucho cómo traga saliva— me ayudaría con la mano mientras sigo lamiendo cada parte de ella y subiría hasta llegar a tus clavículas... Tu cuello... Te marcaría entero.
Otro gemido llega a mis oídos e introduzco mis dedos al completo. Primero tan solo uno, luego dos...
—Abril... Te lo suplico dime que no te estás...
—¿Y si sí? —digo apenas sin aire.
—¿Puedo?...
—Sí —digo sin pensar.
Noto cómo mete la mano en su pantalón y comienza a moverla.
Imaginármelo a mi lado haciendo eso, hace que cada vez sienta más sensible mi zona íntima y no pueda parar, deseando poder masturbarle yo misma. Sentir como palpita entre mis manos hasta notar el líquido empapado mis manos y su respiración entrecortada gracias a mí.
Bajo mi mano de mi boca a mis pechos y comienzo a acariciarlos.
—Después de acabar con tus pechos, bajaría y te devoraría entera, de tal forma que no pararía hasta que me suplicases que parase... Hasta ahogarme en ti y que tus piernas no parasen de temblar.
Gimo.
—Yo me subiría encima de ti y me masturbaría contra ella, hasta que ambos llegásemos al límite.
Más gemidos, esta vez de ambos. Intensificamos nuestros movimientos hasta que nuestras respiraciones se entrecortan y empezamos a soltar pequeños gemidos sin parar.
—Te daría la vuelta, agarraría tu pelo y te follaría contra la pared —me susurra demasiado cerca.
—Quiero que me folles contra la pared —suplico.
Su mano restante agarra mi cadera mientras se masturba cada vez más rápido y yo vuelvo a gemir mientras pongo la mano que estaba en mi pecho sobre la suya.
Agarra fuerte mi mano y gemimos contra la almohada.
Nos corremos a la vez.
Nuestras manos siguen unidas.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora