20. La nota

1.5K 146 0
                                    

Hoy vuelve Bea y tengo unas ganas locas de verla.
Después del numerito de la mancha de pollo, he tenido sueños MUY turbios. No negaré que quizá a las cuatro de la mañana le haya gastado las pilas al Satisfyer.
La parte positiva del día, es que ya puedo andar sin necesidad de las muletas. Con una tobillera me basta.
Me siento en el escritorio y decido hacer un cuadrante para rellenar con notas para Carlos. Pongo cosas como "divertido, detallista, hablador, encanto..." para puntuar cada apartado del uno al diez.
Al acabar, sumo todas las notas y me sale una media de nueve, pero le pongo un ocho y medio junto a una anotación para que se esfuerce más. Esas cosas dan mucha rabia.
La verdad es que volvería a repetir, no buscando algo más, pero en general fue un bonito recuerdo. Hace mucho que no me sentía cómoda con un chico.
Lo meto en un sobre a nombre de Charlie.
Bajo a la cuarta planta para dejarle la carta, pero me doy cuenta de que no sé su puerta, por lo que recurro a Pili.
—¡Buenos días Pili! Necesito que me digas el número de habitación de Carlos —le digo sonriente.
Capto su atención. Cierra la revista y la tira hacia a un lado mientras repiquetea la mesa con sus uñas rosa fucsia.
—¿El bombón del otro día? — sonríe pícara.
—Ese mismo, pero no pienses cosas raras.
—Para qué lo buscas —sonríe con sorna.
Intento esquivar su pregunta, pero no surge efecto.
—Rubia las normas son claras. Información por información —vuelve a coger su revista.
Resignada le doy lo que me pide. Me hace contarlo con todo lujo de detalles.
—Todo es tan adorable que voy a vomitar, menos tú vestida de buscona. Eso no —se burla.
—¡Eh! No iba vestida de eso, además, ni tan siquiera somos amigos —protesto.
—Estás tonteando con él.
—No. Odio a los tíos como estilo de vida.
—Rubia, cuéntale esa historia a quien te crea —se ríe por lo bajo.
Trato de exponer lo mejor posible mi odio hacia el sexo masculino, pero Pili es un muro inquebrantable. Al final desisto, pero consigo que me de su número de habitación.
Cuando subo el primer escalón, escucho su voz a mis espaldas.
—¡Y usa condón!
¡No me lo puedo creer! Unos chicos que estaban saliendo del edificio se ríen y subo las escaleras avergonzada. ¿Por qué tiene que ser tan basta hablando?
Subo a la planta y meto por debajo de su puerta la carta.
—¡ABRIL!
La voz de Bea hace que meta un bote y reprima una mueca de dolor. A mi pie no le ha gustado el susto.
Me alegro tanto de verla que la abrazo con fuerza y Luis se ríe subiendo las escaleras.
—Ha ido a tu habitación directa —señala a su novia—. Se te ha echado de menos, Abril —me da su particular toquecito de cabeza.
—Yo también os eché de menos —les sonrío.
Subimos a mi habitación y Luis le envía un mensaje a Héctor para que traiga el almuerzo para todos.
Pregunto por qué siempre Héctor es el encargado de hacerlo y me sorprendo cuando me dicen que trabaja allí. No me imagino a Héctor trabajando. Es una visión de él demasiado adulta.
Nos ponemos al día de todo. Bea y Luis se hicieron muchas fotos en el pueblo de ella. Sus padres han sacado el tema de niños y ambos querían que la tierra les tragase, por lo visto sus padres son un poco conservadores en ese aspecto. Esperan boda y niño al acabar la universidad, cosa que hace que me recorra un escalofrío. Qué horror.
Yo les resumo mis días. Lo único que resalto es haber conocido a Carlos.
—Es muy buen chico, de las mejores personas que conozco.
—Y guapo —me sonríe Bea con picardía—, pero no tanto como tú —le manda un beso a Luis—. ¡No me puedo creer que estéis tonteando! —grita ilusionada.
—Por enésima vez, ¡no tonteo con nadie!
—Sí tonteas —responden al unísono.
—Sois la némesis del feminismo. Existen las amistades chico-chica.
Nuestra discusión sobre nuestro tonteo inexistente continua hasta que Héctor llega con la comida. Ambos no vuelven a mencionar el tema y le cuentan a Héctor su estancia en el pueblo.
No lo vi desde el incidente con la mancha. Recuerdo la sensación de su dedo deslizándose a través de mi cuello y escote hasta que reprimo un pequeño escalofrío. Mi cuerpo comienza a arder. La mirada de Héctor se cruza con la mía y aparto la vista avergonzada. Noto cómo el rubor sube por mis mejillas.
El sonido de la puerta me libra de su mirada incendiaria. Abro y los preciosos ojos de Carlos me miran con interés.
—Mayo, vengo a reclamar. ¿Un ocho y medio? Exijo saber la bajada de puntuación —me sonríe.
Me pega su sonrisa risueña sin poder remediarlo. Tiene la energía de un niño.
—La próxima vez tendrás que esforzarte más. Es por tu bien.
—Mayo, si solo quieres otra cita conmigo solo tienes que pedirlo —su broma hace que se me dispare el corazón y se activen mis alertas anti-hombres.
Me quedo bloqueada. No quiero saber nada de citas. No fue una maldita cita, ¿no?
—¿Alguien me dice que coño pasa aquí? —la voz de Héctor resuena a mis espaldas y pongo los ojos en blanco.
Abre la puerta y Carlos se ve visiblemente sorprendido, luego repara en Luis y Bea que lo saludan con energía y vuelve a poner su cara risueña de siempre.
—No pasa nada —respondo frustrada.
—No sabia que estábamos en preescolar poniendo motes —se dirige a Carlos.
—¡Héctor! —le reprendo.
—Bueno, siempre dije que es mejor ser un niño que un adulto infeliz —reviste su comentario de broma.
Me sorprendo con Carlos, sabe mantener la compostura de una forma admirable.
Héctor da un paso hacia delante cuando Luis le pone una mano en el hombro.
—¿Seguimos comiendo?
—Claro —masculla entre dientes y se vuelve a sentar con la espalda rígida.
Me giro de nuevo hacia Carlos y le pido perdón con la mirada.
—Te dejo comer tranquila —se acerca a mi oído para susurrarme—. Es un mega capullo.
—Sí, lo es —le sonrío.
Cuando cierro la puerta Bea chilla de emoción.
—¡Sois monísimos!
Héctor se levanta y va hacia la puerta. Todos le miramos sin entender qué demonios le pasa.
—Tengo mejores cosas que hacer.
—Nadie te obliga a estar aquí —le contesto.
—Exacto, mi papel de perrito guardián ha terminado.
Sale dando un portazo y aprieto los puños enfadada.
—Creo que me toca calmar a la bestia —se levanta Luis con un suspiro.
—Ponle un bozal —le ruego.
—Es un capullo total —dice Bea.
—Creo que todos coincidimos —nos sonríe     Luis antes de salir.
A este paso, la profesión de Luis será domador de bestias.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora