52. Halloween 2: Grumete

1.3K 107 0
                                    

Bea pega primero en mi habitación. Abro con el disfraz y gritamos de emoción cuando nos vemos la una a la otra.
Bea va extremadamente guapa y sexy. Va de gatita. Viste una falda corta negra decorada la parte baja con un forro de algodón blanco y un top sujeto al cuello con la parte baja también decorada con esa textura esponjosa. El cuello lo decora una gargantilla dorada con un cascabel y le ha cosido a las medias más algodón. Sus taconazos negros brillan por la purpurina y tiene unas bonitas orejas de gatita adorables.
—¡Vas guapísima! —la abrazo.
—¡Tú eres un pivonazo! ¡Te queda genial!
No puedo evitar preguntarle por qué va de gatita.
—Porque me siguen quedando seis vidas —me guiña el ojo.
Admiro que sea capaz de bromear con ello. Yo una semana después de que Héctor me dejara me encontraba llorando en mi cuarto y buscando instituto nuevo. Ojalá ser la mitad de fuerte que es ella.
Cuando pegamos en la puerta de Héctor y abre, no sé quién está más sorprendido.
Grabo cada detalle de su atuendo en mi memoria, en un apartado especial de: no olvidar JAMÁS.
Viste una camisa de lino sin botones, que tiene un escote ancho y pronunciado que hace que se le vea casi el torso completo. De su pelo cuelga un adorno con pequeñas piedrecitas y de su cuello un collar largo con un medallón pirata.
Se ha puesto sus típicos botines negros y unos pantalones de bombacho negros con líneas blancas. Tiene todos sus anillos puestos y unas pulseras que Bea debe haberle dado. Finalmente lleva una espalda y revolver como yo, junto a un gorro pirata.
Va demasiado sexy y se me corta totalmente la respiración.
Su mirada pasa desde mis botas hasta las medias de rejilla, para detenerse durante unos segundos en mi falda, cosa que hace que se relama los labios. Después sube por mi vientre desnudo hasta mirar con atención mis pechos y terminar en mi pelo decorado con la bandana roja y un adorno parecido al suyo.
Después observa a Bea, pero me da la ligera sensación de que no la mira tanto como a mí y que mucho menos tiene esa mirada oscura.
—¿Y por qué Abril va de pirata también? Parecemos una —se corta antes de decirlo.
—¿Pareja? En tus mejores sueños, cariño —añado sarcástica.
—Podría ser un auténtico hijo de la gran puta ahora mismo, pero como es Halloween te lo dejo pasar, princesa —me sonríe con desdén.
—Princesa no. Capitana Abril —le apunto con el revolver.
—Rubia, el gorro lo llevo yo, así que el capitán de este barco soy yo —pone una sonrisa asquerosamente sexy.
—¿Veis? Y por esto mismo tenéis que ir vestidos iguales —nos sonríe Bea.
Intentamos que nos diga qué ha querido decir con esas palabras, pero se cierra en banda mientras baja as escaleras.
El taxi nos deja en la discoteca y sacamos los cupones que nos ha dado Bea. Si vas disfrazado, la primera copa es gratuita y el resto a cinco euros. Probablemente nos den garrafón del malo, pero nuestra economía no da para mucho más.
Es la primera vez que voy a una fiesta de este estilo y la verdad es que me encanta que todos vayamos disfrazados, aunque la peor parte es todas las chicas que devoran a Héctor con los ojos. Me entran ganas de liarme a golpes con ellas, pero sobre todo con él.
Una enfermera putilla se le acerca y se pone a bailar con él. Ni de coña. Paso mi brazo alrededor de la cintura de Héctor.
Lo siento, mi capitán no tiene tiempo esta noche —le digo con dulzura.
La chica se aleja avergonzada y Héctor suelta una carcajada.
—¿Soy tu capitán? —me mira alzando una ceja.
—Es para que no te descentres. Estamos aquí por Bea —sentencio.
—Fingiré que te creo —me guiña el ojo.
Ella no para de saltar por todos lados y canta a grito pelado. Héctor y yo sonreímos cada vez que la vemos pasarlo tan bien, pero eso dura poco.
Cuando vemos al grupo de Luis entrar por la puerta nos paramos en seco.
—Qué coño hace él aquí —el tono de voz de Bea destila odio.
—¿No le has dicho que veníamos? —le susurro a Héctor.
—Creo que ambos grupos hemos pensado en ignorarnos mutuamente y como somos todos gilipollas hemos acabado aquí.
—Comprendo —asiento mirando la escena.
Cuando Luis vestido de drácula se fija en nosotros se le descompone la cara. Lo saludo inocente y él se queda embobado mirando a Bea, desnudándola con la mirada.
Héctor y yo nos quedamos sin saber qué hacer.
Veo aparecer a Carlos vestido de policía y por un segundo se me corta la respiración. Cuando nuestras miradas se encuentran no puedo evitar sonreír. Acentúo esa sonrisa cuando abre los ojos desorbitados por mi atuendo.
Nos acercamos a grupo por pura educación y saludamos a todos con dos besos. Bea y Luis se saludan de la forma más fría que pueda existir. Fingen que son amigos. La tensión podría cortarse con un cuchillo.
Hablamos todos unos minutos y Carlos no duda en ponerse a mi lado.
—Vale, confirmo. Ve llamando al Sámur que me está dando un ataque al corazón.
—Y a mí deténgame, porque estoy a punto de cometer un delito —lo miro de arriba a abajo.
Me sorprendo cuando con la broma me da la vuelta y me pone una esposas, alejándome del grupo.
—Tiene derecho a guardar silencio —me susurra en un tono que hace que me encienda.
—¿Sí? ¿Y si no quiero guardar silencio?
—Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra, y eso puede hacer que me porte muy pero que muy mal... —se ríe en mi oído.
No conocía esta faceta de Carlos y tengo que reconocer que me gusta, y mucho.
Voy a contestar cuando noto que unos brazos me alejan de él y me pasan el brazo por los hombros.
—Señor agente, me la tengo que llevar. Es la futura capitana de mi navío y hay demasiadas cosas que me quedan por enseñarle... —le dice Héctor con un tono oscuro que me hace temblar.
—Pero soy agente de policía, la ley es la ley.
—Y yo soy un puto mercenario. La ley me la suda —hace un gesto de tiro hacia Carlos y me lleva a mi de los hombros.
Me giro para disculparme con la mirada y me duele cuando me hace una pequeña mueca. Odio a Héctor.
—Eres un capullo —me suelto de su agarre.
—Y tú últimamente demasiado traviesa para mi gusto.
Subimos a la planta de arriba de la discoteca, dónde nos espera Bea con cara de cabreo monumental.
—¡Es que todo lo estropea! ¿Por qué coño ha tenido que venir aquí? —habla más para si misma que para nosotros.
Intentamos tranquilizarla, pero nada sirve. Acabamos en uno de los sillones del reservado bebiendo más copas y observando como Bea no puede parar de mirar a Luis. En defensa de él diré que más que un vampiro parece un zombie, porque se le ve triste y no interactúa con nadie.
Bea se disculpa para ir al baño y nos quedamos Héctor y yo a solas.
A los pocos minutos, un chico se acerca a pedirme bailar y acepto, solo para alejarme de él unos minutos. Me pone nerviosa su forma de desnudarme con la mirada.
No tarda ni treinta segundos en aparecer en la pista y cogerme de la mano para pegarme a él con carácter posesivo. El desconocido se va con mala cara y Héctor pone una mano en mi espalda acercándome a él. Sus labios casi rozan los míos.
—Grumete... nadie te ha dado permiso para abandonar el barco —me dice moviendo sus caderas al son de la música.
—Es que no me gusta el capitán que tengo —le susurro siguiendo también el ritmo de la música.
—Claro que no te gusta, porque te encanta, que es mucho mejor — me sonríe travieso.
—A ver si lo que pasa aquí es que tu barco se hunde sin mí.
—Puede que sí... —se acerca un poco más. Pega sus labios a mi oído—. O puede que no.
Me muerdo el labio nerviosa y me separo un poco de él para coger algo de aire.
—¿Te gusta mi disfraz?.
—No. De hecho, quiero arrancártelo de lo feo que es —me desnuda con la mirada.
—Que pena... tendré que quitármelo —finjo subirme un poco la falda ante la mirada atenta de algunos hombres y Héctor me tapa corriendo y me abraza contra él.
—Cómo me enseñes las bragas te llevo a un baño —me susurra tan sensualmente que mi corazón se desboca.
Mi respiración se entrecorta y mis manos se encuentran en el hueco de su pecho desnudo. Su corazón va tan rápido como el mío.
—¿Para qué? —un calor sofocante me invade.
—Para terminar lo que no pudimos acabar en esta puta discoteca —su voz ronca hace que enloquezca.
Por unos segundos me replanteo subir más mi falda, pero esa voz de alerta que impide que me vuelvan a romper el corazón me para.
Nada de sexo. Nada de sentimientos.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora