16. Tanga rosa

1.6K 140 3
                                    

Se dice que todos los días se aprende algo nuevo, y yo hace dos días aprendí que ALCOHOL + PASTILLAS = VOLCÁN DE VÓMITO.
Tengo recuerdos vagos de esa noche. No sé exactamente por qué discutimos Héctor y yo, lo que mejor recuerdo es a él ayudándome en el baño.
Bea y yo nos hemos despedido hace menos de dos horas.
El día anterior lo pasamos entero recuperándonos de la resaca, comiendo más sopa y viendo series.
Luis nos hizo compañía gran parte del día y no sacó ningún tema relacionado con Héctor, cosa que agradecí enormemente.
Bea ha tenido que volver a su casa unos días. Insistió para quedarse, pero conseguí convencerla.
Veo la ropa sucia que se me va acumulando en la esquina y decido hacer un esfuerzo por lavarla. Cojo la muleta que me ayuda y bajo con cuidado para ver si hay algún cesto disponible. La sala está completamente vacía.
Intento subir las escaleras con las muletas y cesto incluidos. No me sorprende cuando se cae escaleras abajo.
Intento bajar de nuevo con cuidado cuando un chico moreno de metro ochenta lo recoge por mí.
—¿Es tuyo? —pregunta con un bonito acento del norte.
—Sí, disculpa. No sabía que esto era tan complicado —señalo las muletas.
—Lo sé, hace unos años me pasó y era un completo inútil —me sonríe—. Vamos, te ayudo.
Tiene pequeñas pecas en su piel bronceada y unos ojos color miel preciosos.
—Por cierto, soy Carlos, cuarta planta —su sonrisa es preciosa.
—Abril —señalo la planta para resaltar lo obvio— Nunca te he visto por las fiestas —tengo cierta curiosidad, ya que conozco de vista a la mayoría de gente del edificio.
—Me quedaron algunas y pensé que estudiar en mi pueblo me ayudaría a librarme de la tentación.
—¿Y lo hizo? —lo miro divertida.
—Cuéntaselo a mi siete en Historia de la arquitectura y el urbanismo —me sonríe triunfante.
Abro la puerta de mi habitación y meto la ropa con cuidado. Aunque no me fío de ningún tío por naturaleza, Carlos parece medianamente agradable, incluso se ofrece a bajar el cesto de nuevo.
Héctor sale de su habitación y pasa su mirada por ambos, deteniéndose brevemente en el cesto que ya tiene Carlos.
—Buenos días Héctor.
¿Se conocen?
Héctor le quita el cesto de las manos con fingida cortesía y una extraña sonrisa que me pone los vellos de punta en el muy mal sentido.
—Muchas gracias por intentar ayudarla, pero ya me tiene a mí. Saluda a Luis de mi parte —su tono pretende ser amistoso pero realmente resulta todo lo contrario.
—Eh tío... sólo quería ayudar —Carlos levanta las manos en signo de paz
—Y por eso yo te lo agradezco —vuelve a decir con una falsa sonrisa.
Héctor comienza a bajar las escaleras con mi ropa como si tuviese algún derecho de coger lo que es mío.
Carlos y yo nos quedamos en un silencio incómodo y suspiro.
— Lo siento mucho. Es un capullo —digo con tono agrio.
—Sí, en general lo es. No entiendo por qué Luis le aguanta. Indago un poco más sobre el tema y me cuenta que juega con Luis a baloncesto, por lo que explica también su físico envidiable.
Me ofrece su número de móvil por si necesito ayuda. Por lo general, no lo cogería, pero teniendo en cuenta el comportamiento de Héctor, me da la sensación de que se ha puesto celoso, y aunque seguramente me equivoque, no pienso desaprovecharlo. Que se joda.
Cuando bajamos, Héctor se encuentra en la parte baja con los brazos cruzados. Nos despedimos y Héctor le hice un "adiós" demasiado empalagoso para ser real.
—Eres un capullo.
—Entreno duro para tu cepillo —me sonríe de medio lado.
Intento ocultar la gracia que me hace su comentario. Odio esto de Héctor, que siempre tenga salida para todo.
Empieza a meter mi ropa en la lavadora y me interpongo antes de que llegue a la ropa interior que está debajo del todo.
—Para el carro. Mi ropa interior la meto yo.
—Son solo bragas.
—Son tangas —le corrijo.
Abre los ojos como platos y reprimo poner los ojos en blanco. Los tíos son unos pervertidos. Me ocupo de finalizar la tarea.
Me siento en el banco a esperar y Héctor está apoyado en una de las lavadoras mirando al suelo.
—Oye, puedes irte si quieres —no soporto el silencio incómodo.
—No. No tengo nada mejor que hacer —contesta con la mano en los bolsillos.
—Pues que vida más aburrida si quieres pasar tu día con una lisiada.
—Sí... y menuda putada que tengas que pasar el día con un capullo —me mira de reojo con una leve sonrisa.
—No me lo recuerdes —finjo falsa indignación.
Héctor se ríe y se sienta a mi lado y me da un toquecito en la cabeza que hace que me estremezca.
—Antes no eras tan sarcástica —contesta mientras mira a la lavadora.
—Y tú antes no eras imbécil —miro mis pies.
—Supongo que los dos hemos cambiado.
- Supongo.
Y esa era la verdad. Ya no era aquella chica ingenua y él no era aquel chico que aparentaba quererme. Ambas cosas pertenecen al pasado, y seguramente ambas fuesen falsas.
¿Siempre fui tan ingenua? ¿O era una fachada para perdonar siempre a Héctor? Todas las veces que él llegaba tarde sin darme apenas explicaciones, cuando me ignoraba durante días y luego venía con los ojos brillantes pidiéndome por favor que nunca lo dejase... No todo fue malo, era dulce y considerado, pero a veces desaparecía y fingía que no me daba cuenta. Ambos mentíamos.
Nos quedamos en un silencio tenso hasta que termina la lavadora.
Cuando empiezo a sacar la ropa me encuentro que todos mis tangas están de color rosa, incluido un conjunto super sexy que tenía y un top.
¿Pero qué? Rebusco para ver si me he equivocado metiendo alguna prenda y me encuentro una sudadera roja que no es mía.
—Estamos en tablas, princesa.
Me doy la vuelta sin saber cómo le ha dado tiempo a coger algo suyo y joderme la colada.
Reprimo un sonido de frustración y finjo la mejor de mis sonrisas.
—¡Gracias, Héctor! Estaba deseando tangas rosas —sujeto uno para que lo vea bien.
—El rosa te quedará muy sexy —me guiña un ojo.
Esta vez no me puedo aguantar y le tiro el tanga a la cara.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora