46. Plato principal

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Héctor:

No sé en qué momento me pareció buena idea esta cena. Abril no significa nada en mi vida, o no debería significar nada. Solo sé que aunque llevo toda la mañana convenciéndome de que Carlos es un buen tío para ella, no he podido evitar buscar una excusa para demostrarle que nunca tendrá la química que tiene conmigo. Una parte de mí quiere que nunca me olvide igual que yo no la puedo olvidar a ella. La odio por ello. Odio que tenga este control sobre mí.
Esperamos al plato principal en una especie de silencio consensuado que para mi desgracia, no dura demasiado.
—¿Alguna vez vas a dejar que elija algo? —dice con una pizca de enfado.
—Oh vamos, no seas así, princesa. Te está encantando la comida —le sonrío de medio lado.
—Aún así tengo derecho a elegir —bebe una pizca de vino.
No puedo evitar que mi mirada baje unos segundos por su cuello hasta acabar en su escote. Otra razón más para odiarla, porque solo hace que quiera arrancarle la ropa y tumbarla sobre la mesa hasta que escandalizásemos a todo el maldito restaurante.
—¿Quién te conoce mejor que yo?
—¿Mis padres? ¿Yo misma? —se burla.
—Sabes que no es así.
Sé cuando miente, los puntos exactos dónde tiene más coquillas, sus anuncios favoritos, sus manías tales como que cada vez que tiene un examen, necesita andar por su habitación e ir explicando los temas cómo si se tratase de una exposición para una empresa... Sé demasiadas cosas sobre ella.
—Han pasado cinco años, Héctor —me devuelve la mirada.
—No para nosotros.
Juego con los anillos de mi mano sin saber muy bien por qué dije esto último.
Abril se queda unos segundos en silencio. Mete sus manos bajo la mesa, otro signo de cuando se pone nerviosa, e intenta mostrarme su parte segura de sí misma.
—¿No? Comprobémoslo. Los anillos. En mi vida te vi con anillos y nunca te habrías puesto una camiseta de cuello alto.
Miro unos segundos a mis dedos y reprimo una mueca. No sabe lo importante que es esto para mí, al igual que no sabe que hablando de cosas insustanciales no se va a convencer de lo contrario.
—Si la ropa es tu único argumento, mal vamos. Reconoce que me queda muy sexy el cuello alto —la miro con diversión.
Abril recorre con su mirada mi cuello por unos segundos y sonrío. Sus mejillas se sonrojan. En el fondo es tan inocente, que me produce una pizca de ternura.
—Puedo continuar. Jamás has sido tan ordenado. Tu habitación está tan recogida y limpia que pareces el hijo secreto de Don limpio.
Llevo demasiados años viviendo solo. Al final te cansas de vivir en una pocilga constante.
—Que tú seas una cerda y no recojas no significa que el resto de mortales tengamos que hacer lo mismo.
—¡Y eso! Antes no estabas a la defensiva las veinticuatro horas del día.
—No estoy a la defensiva. Soy así. —aprieto los nudillos con fuerza.
—Y una mierda. ¿Sabes en qué sigues igual? En que no sabes mentir.
Frunzo el ceño y la miro sin ser capaz de comprenderla. No estoy a la defensiva, siempre he sido así. No me conoce de verdad, nunca lo hizo. Si me conociera de verdad, no estaríamos así. No hubiese acabado de esta manera.
Exploto en un ataque de risa que hace que ahora sea ella quien frunza el ceño. No me puedo creer que siga siendo tan ingenua.
—¿Te digo una más? Esa risa es falsa. Sé cuando te ríes de verdad y esa risa no esconde más que amargura.
Qué sabe. Qué coño sabe de mi vida.
Abril me mira con semblante serio y yo trato de poner una máscara de indiferencia a tiempo. ¿Risas falsas? ¿Amargura?
Lo peor es que en parte, solo en parte, lleva razón. No sé cuantas veces me he reído de verdad en los últimos años, y me jode que la mitad de esas veces, hayan sido en estos pocos meses que ha vuelto a mi vida. Abril tiene la capacidad de absorberte y hacerte olvidar las cosas importantes, como si fuese una especie de virus que se multiplica hasta hacerte dependiente.
¿Jugamos a esto? Empecemos.
—¿Es mi turno? Antes no te follabas a nadie en unos baños públicos —le digo con desprecio.
Abril se enfurece y veo cómo se tensa. Sonríe brevemente, pero le da un pequeño tic casi desapercibido. A mí no me engaña.
—Pues sí Héctor. Ahora me encanta montármelo en sitios públicos. ¿Algún problema? —una preciosa sonrisa acompaña a sus palabras.
Muchos problemas. Demasiados.
—No me importa una mierda tu vida sexual Abril —le devuelvo la sonrisa.
—¿No? Vaya me daba la sensación contraria —bebe con tranquilidad de su copa.
—Estamos jugando a decir que cosas han cambiado, ¿no? Continuo. Antes odiabas llevar escote.
—Ahora me encanta llevarlos —me sonríe— Ah, y ya no me va eso de usar tanto el sujetador. A veces por libre se va mucho mejor —hace énfasis en el mucho.
—¿Vas sin sujetador? —no puedo evitar preguntar.
Se encoge de hombros a la vez que baja sus pestañas de forma provocativa.
Mi mirada vuelve a bajar un poco más y esta vez me fijo en detalle. Sus pezones se marcan de forma leve y sutil. No puedo soportarlo. Gana esta partida.
Me disculpo y voy hacia al cuarto de baño. Cierro la puerta y me siento estirando el cuello de mi camiseta. Recuerdos de Abril encima mía en un baño como este hace que el calor en mi cuerpo aumente y mis pantalones se pongan aún más tirantes.
Me gustaría tanto aliviarme que me duele. Estas discusiones en las que entramos que acaban en insinuaciones están acabando con mi paciencia, y si a eso le sumamos que desde los últimos encuentros con ella, no he sido capaz de acostarme con nadie más, siento que voy a explotar en cualquier momento.
Muerdo mi labio al recordar como fue correrme bajo sus sábanas mientras ella gemía dándose el placer que yo no pude darle. Bajo mis manos hacia mis pantalones y desabrocho un botón para aliviar la tensión. Adentro mi mano por dentro y me paro justo cuando voy a aliviarme. No. No puede tener este poder sobre mí.
Salgo del baño y humedezco mi rostro para intentar calmarme. Tengo que tomar las riendas de la situación.
Llego justo al tiempo de que el camarero que lleva mirando toda la noche a Abril sirva los platos. Menudo gilipollas.
Los canelones con seis variedades de queso y verdura están en el centro y el solomillo muy hecho, como a ella le gusta, con patatas a lo pobre está en un lateral. Abril mira la comida con deseo y sonrío.
—¿Ves? Nunca me equivoco contigo —le sonrío con condescendencia.
—Calla y concéntrate en lo que te vas a comer.
—Eso hago.
La miro a los ojos y paso la lengua por mis labios de forma pausada.
Abril entreabre los labios y se sonroja de nuevo.
Esta vez gano yo.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora