98: Día 6: hippies entrometidos

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Héctor:

Hace más de una hora que estoy despierto, pero aún así no separo mis brazos de su cintura.
Su respiración me relaja y mis manos sobre ella es la única sensación que me parece familiar aún con el paso de los años.
¿Cómo he sido capaz de vivir sin esta sensación de paz? La respuesta es demasiado fácil y amarga: porque es como una droga. Te evades un rato pero luego recuerdas la realidad de tu puta vida de mierda.
Abril no puede ser mi bote salvavidas, sobre todo cuando su mera presencia es la causa de mi dolor. O al menos, me recuerda demasiado a él.
La abrazo contra mi pecho y sonrío cuando hace pequeños sonidos de satisfacción. Después, me obligo a separarme de ella y la dejo dormir, parándome para coger mis regalos y evitando observarla más de la cuenta.
Miro el reloj y son las ocho de la mañana, estoy agotado, pero soy incapaz de dormir hasta más tarde.
Salgo de la caravana con mi libro y los regalos para irme a la orilla del mar, necesito relajarme y estar tan cerca de ella solo hace que cada vez dude más de la decisión que tomé.
Salgo y me encuentro a María más adelante, tumbada en la arena haciendo una poses raras de meditación.
—Feliz Navidad muchacho —me dice con una sonrisa.
¿Quién cojones está contento a las ocho de la mañana después de dormir cuatro horas? Los hippies deben darle a los porros a todas horas el día.
—Feliz Navidad —me paro incómodo.
Me invita a sentarme a su lado y reprimo las ganas de suspirar. Solo quería leer tranquilo con el sonido de las olas rompiendo contra la arena. ¿Tan difícil es estar un minuto a solas?
Me siento a su lado y miro al agua.
—¿Qué es eso?—pregunta con curiosidad.
—Un libro de fotografía.
—Me refiero a eso otro. Lo agarras como si tuvieses miedo de que desapareciese —su tono de voz me recuerda al de un psicólogo.
—No tengo miedo —intento sonar amable.
—Las personas con más miedos suelen negar tenerlos —me sonríe con amabilidad y apoya una mano en mi hombro.
Me muerdo la lengua para no soltar nada desagradable. Qué sabrá ella de mis miedos.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —aparta la mano de mi hombro.
—Sí —digo por respeto.
—¿Amas a esa chica?
Me tenso. ¿Quién coño es esta persona para preguntarme esto? No somos amigos. No somos parte de una comuna que comparte sus mierdas. Somos dos putos desconocidos que hemos compartido una noche juntos, y todo para contentar a Abril. Debería haber dejado que fuese sola, así no tendría que lidiar con hippies entrometidos.
—No. Rompimos por algo. Además, tiene una especie de novio idiota —me tumbo en la arena.
Reprimo un arcada al pensar en que se está acostando con otro. Lo que más me jode es que sé que ese "otro" es un buen partido y la puede hacer feliz.
—A veces las personas rompen porque necesitan deconstruirse para volver a estar juntas —María vuelve a interrumpir mis pensamientos. Se tumba a mi lado.
—No es nuestro caso. Nos reencontramos por casualidad —oculto mi frustración.
—Las casualidades no existen.
—Disculpa, no me des una charla sobre el destino o mierdas similares porque no creo —me doy cuenta de lo borde que estoy sonando—. Sin ofender —trato de disculparme.
—No hablo del destino. Cada uno toma sus elecciones. Puede que vuestro encuentro haya sido de casualidad, pero vosotros habéis elegido estar unas Navidades juntos en una caravana recorriendo la provincia —se gira hacia mí.
—Es por un concurso. Es una gran oportunidad —me excuso.
—U os excusáis en un concurso para emprender este viaje y volver a conoceros —sus ojos pálidos parece que te desnudan.
—Te equivocas.
Me reincorporo y me siento en la arena, tan solo para no estar cerca de su mirada que parece que te lee como a un libro abierto.
¿Los hippies adquieren una especie de poder mental? Voy a tener que probar eso de fumarme un porro, a ver qué tal resulta.
Nos quedamos por fin en silencio. Meto el marcapáginas y el llavero en el bolsillo de mi chaquetón y me vuelvo a tumbar, sintiendo el frío en el cuello y resguardando mis manos en los bolsillos para no tiritar.
No sé cuanto tiempo pasa, pero cuando me estoy quedando medio dormido la voz de María me vuelve a despertar.
—No eres igual que el chico de anoche.
—Gracias —digo de forma sarcástica—. Siento decepcionarte.
—Preocúpate por no decepcionarte a ti mismo —se levanta y se sacude la arena.
—¿Por? —cierro uno de mis ojos para que no me ciegue el sol.
—Porque el chico que no paraba de reír anoche era el original. Buenos días, Héctor —se aleja dejándome con la palabra.
Pongo los ojos en blanco. Este soy yo. Lo de anoche fue una mera actuación para soportar la noche y que Abril estuviese contenta.
Aprovecho por fin mi tan deseada soledad para sacar los regalos de Abril.
Primero miro el llavero de tejas. Sé la historia del pueblo. Estuve investigando acerca de él, pero no me lo creo en absoluto. La historia es perfecta para atraer al turista que necesita algo con un mínimo de profundidad para poder compartirlo en Facebook, pero las historias de amor son solo eso. Historias.
¿Creo en el amor? Supongo, pero no en el que todo lo puede.
Hay cosas que el amor no puede curar.
Aún así, este llavero me despierta una especie de nostalgia que no logro comprender. Los ojos me escuecen.
Me vuelvo a reincorporar y miro el marcapáginas. Es una auténtica maravilla, pero cuando las rosas marchistas pasan a ser coloridas siento prensión en el pecho, porque sé que nunca volveré a sentir esa "vida" de nuevo.
Se esfumó, al igual que una parte de mí que ya ni recuerdo.
¿Cómo era antes?, ¿cómo fui anoche? Si lo pienso lo veo borroso. Solo sé que a veces consigo olvidarlo todo y lo odio, porque luego la caída de la realidad es aún más fuerte. Como cuando bebes y te pasas toda la noche riendo y a la mañana siguiente solo tienes una resaca y el recuerdo de que tu vida sigue siendo la misma mierda de siempre.
Es mejor vivir en la pesadumbre que cayendo constantemente y perdiendo toda la esperanza.
Las ilusiones son para los ilusos y yo hace años que dejé de serlo.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora