8. Un jarro de agua fría

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Me quedé frita a causa del alcohol. No pude ni desmaquillarme.
Algún degenerado empieza a aporrear mi puerta a las siete de la mañana y me entran ganas de destruir medio planeta.
¿Quién coño llama un domingo a las siete de la mañana? SOLO HE DORMIDO CUATRO HORAS.
Miro brevemente mi rostro en el espejo. Soy la versión macabra de la niña del exorcista. Ojos emborronados de negro y labios todavía algo rojos.
No puedo ni desmaquillarme porque siguen aporreando mi puerta y me da miedo que sea Bea con alguna clase de problema.
Abro la puerta en bragas y camiseta fina de tirantes y me cae literalmente un jarro de agua fría en la cabeza.
Tardo en reaccionar, no sé que acaba de pasar. Miro el charco de agua helado, mis pezones en punta a causa del frío y me doy cuenta de que tengo a Héctor delante. Mi mente sigue sin procesar la información, solo sé que parte de la resaca se ha disipado.
—Supuse que apestarías a alcohol y a frustración, por lo que me he cobrado la copa de anoche. La diferencia, es que mientras tú tratabas de joderme, yo te hago un favor y te ahorro la ducha. De nada.
Se da la vuelta y camina hacia su habitación.
—¡¿De nada?!
Me cuelgo de su cuello en un intento de tirarlo al suelo. Estoy MUY cabreada.
No se lo debe esperar porque tropezamos y nos caemos de forma que él me amortigua el golpe y yo quedo encima de él.
Se queja dolorido y comienzo a hincarle los dedos en los costados (sé que lo odia) y empieza a medio quejarse medio reírse por las cosquillas.
—¡Abril! ¡PARA!
Se retuerce en el suelo mientras yo me tumbo sobre su torso para hacer de contrapeso y que no pueda quitarme.
—¡Me estás mojando! —chilla entre carcajadas.
—¡Y MÁS MOJADO QUE PIENSO DEJARTE CAPULLO!
En uno de sus intentos para quitarme de encima me resbalo hacia delante y mis pechos acaban en su cara.
—¡Abril, me ahogo! —su voz suena amortiguada contra mis pechos.
Noto los labios de Héctor que de forma accidental me rozan un pezón y me aparto totalmente avergonzada, quedándome sentada a horcajadas encima suya.
—Creo que me has metido un pezón en el ojo —se lo frota— ¿Están así de contentos por mi?
—Eres un...
Vuelvo a atacar cuando me resbalo hacia atrás y noto algo duro contra mí. Lo miro con los ojos abiertos como platos y se le descompone la cara. Estoy sentada sobre la erección de Héctor.
Voy a saltar como una garrapata hacia atrás cuando una voz nos interrumpe.
—Tenéis habitaciones. ¿Es necesario el sexo en el pasillo? —la voz ronca de Pili. Genial.
—¿Sexo? ¡ni muerta! —le contesto indignada.
A ver analizando la situación, puede que si parezca que estamos haciendo algo indecente. Me encuentro en bragas y camiseta mojada y super corta encima de un Héctor erecto y con la camiseta subida debido a mis cosquillas asesinas.
—"Te voy a dejar más mojado. Tus pezones están contentos" — empieza a imitarnos para mi desgracia—. Rubia, ¿vas a quitarme de encima del muchacho? Tengo que pasar a la sala de contadores.
Me levanto torpemente y me pongo en mi pared. Héctor hace lo mismo en la suya. Se supone que Pili no trabaja los domingos. Suspiro frustrada.
Héctor me reta con la mirada y Pili pasa delante nuestra, aunque se para unos segundos entre los dos.
—El agua la limpiáis vosotros —el resto lo dice para sí rechistando—. Malditos niños salidos.
Héctor y yo nos quedamos inmóviles sin apartar las miradas. Es un reto y aunque me muero por vestirme para que Héctor no pueda mirar ni un centímetro de mi piel, estoy inmóvil, colgada de sus malditos ojos.
Se me va la vista al paquete y me tapo la boca para evitar reírme, sigue empalmado.
—De qué coño te ríes, tú tienes los pezones para rayar diamantes.
—Oh, vamos no te enfades con tu pene, es normal que reaccione ante chicas guapas —le sonrío de medio lado.
—Cuando veas a una me avisas —me devuelve la sonrisa con descaro.
—Creo que tu pene no está de acuerdo.
—¡Me acabo de levantar! Todos los tíos nos levantamos empalmados —se excusa.
—Héctor, relax —pongo un fingido tono de psicóloga —. Estás en fase de negación, no superarás tus traumas a no ser que aceptes las cosas que te pasan en la vida.
De pronto tiene esa mirada de nuevo, esa mirada oscura y vacía, la misma que puso en la discusión de hace días.
Un escalofrío me recorre la columna vertebral cuando su mirada se torna de un verde intenso. Sé que va a hacerme daño.
—Abril, acepta tú que nunca has significado nada en mi vida.
Cierra la puerta y de nuevo me invade esa tristeza. Una tristeza que debería haber desaparecido hace cinco años.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora