36. Húmeda

1.5K 136 0
                                    

Espero en la habitación mientras Héctor se está duchando.
Saco platos y sirvo las raciones poniéndolas en el suelo, en el escritorio no cabemos los dos para comer.
Me siento en su cama y observo la mitad de la fotografía. Está en el mismo sitio que coronaba antes, solo que ahora una mitad es mía. Una parte de mí se alegra de que siga en la pared.
Me tumbo en la cama y me abrazo a su almohada, huele tan bien que me relajo al instante.
Cierro los ojos y disfruto de este momento de soledad. Es ilógico que me sienta más a gusto aquí que en mi propia habitación, pero es así.
—¿Estás cómoda?
Me reincorporo y suelto la almohada asustada.
Héctor está con una toalla en la cintura. Pequeñas gotas caen desde su pelo hasta el torso desnudo. Trago saliva con dificultad. Héctor se acerca hacia mí y el corazón comienza a martillearme con fuerza. Cuando su cuerpo acaba casi encima del mío, cierro los ojos con fuerza y retengo la respiración.
—Solo quería esto —me enseña unos pantalones que no había visto en la cama—. No te hagas ilusiones, princesa —me guiña un ojo y una gota de su pelo acaba en mi escote, haciendo que me estremezca.
—No te hagas ilusiones tú.
—Tranquila, no me las hago. Y ahora date la vuelta voy a ponerme los calzoncillos.
—Te los podrías haber llevado al baño —me cruzo de brazos.
—La costumbre —mueve los hombros con indiferencia.
—¿Te da vergüenza que te vea el soldadito? Con la de veces que te lo he visto —imito la vez que dijo lo mismo de mis pechos.
Y se quita la toalla sin vergüenza. Me doy rápidamente la vuelta avergonzada. Escucho la risa de Héctor a mis espaldas.
Siento unas ganas animales de darme la vuelta y desnudarme junto a él, pero me reprimo y me vuelvo a repetir que son solo las hormonas y los meses sin sexo, y a ver, siendo sinceros, que sea una persona deleznable no es sinónimo de que no esté bueno.
Espero impaciente hasta que escucho como se sube los pantalones y me doy la vuelta. Sigue sin camiseta.
—Te falta la camiseta —le digo cuando se sienta en el suelo para comer.
—Duermo sin ella.
—Es octubre —puntualizo.
—Sí, y tu llevas una mini falda y no estamos en "abril". ¿Alguna obviedad más?
Hago caso omiso del chiste con mi nombre aunque la verdad es que me apetece reírme.
Me quito las zapatillas y las pongo en una esquina para sentarme frente a él con la espalda apoyada en su cama.
Comenzamos a comer. Se mete el primer trozo de lasaña en la boca y veo como reprime un sonido de satisfacción. ¡Le ha gustado! Lo sé. Luego coge un trozo de pollo y juro que los ojos se le iluminan.
Sonrío de satisfacción mientras como también.
—Reconozco que está bastante bueno.
—Lo sé, soy la mejor —sonrío con suficiencia.
—A ver, bájate de la nube. Literalmente todo lo que se salga del pollo, lasaña y tarta de queso se te quema.
—¿No sabes hacer un cumplido sin cagarla? —pongo los ojos en blanco.
—Lo siento, contigo no me sale.
Cuento hasta diez en mi cabeza para no mandarlo a paseo. Tengo que conseguir aguantar la cena, porque tiene pinta que quiere molestarme hasta que me vaya cabreada.
Sigo comiendo en silencio mientras Héctor me mira de reojo. Me preparo para su siguiente golpe.
—Abril... Recordaba que esa falda te quedaba mejor la verdad.
Es un gilipollas de manual.
—Y yo te recordaba más inteligente, pero la vida cambia —le sonrío con amabilidad fingida.
—Y te queda horrible el pelo así —sigue comiendo con una sonrisa de suficiencia.
—A otros chicos les encanta —vuelvo a sonreírle, pero las ganas de buscar un cepillo y tirárselo a la cara aumentan por momentos.
—Pero esos chicos no soy yo.
—¿Y?
—Nada.
¡ME PONE DE LOS MALDITOS NERVIOS!
Terminamos la comida y es el turno del postre. Es mi momento. Con el postre no se podrá resistir.
Probamos la tarta de queso y ambos hacemos un sonido de gusto. ¡Está buenísima!
Cuando nos la estamos terminando ataco.
—Bueno... Héctor, como sabrás hay un concurso...
—No quiero escuchar nada —me corta.
—¡Pero es algo que nos vendrá de lujo!
—He dicho que no —se mete la última cucharada en la boca.
Se levanta y rápidamente lo empujo contra el suelo para que vuelva a sentarse. Le suplico dos minutos y los rechaza. Se intenta levantar de nuevo y esta vez, me siento a horcajadas sobre él para hacer de contrapeso.
—¿Pero qué cojones? —aparta las manos de mi cuerpo para evitar tocarme.
—Héctor, por favor —le cojo las mejillas y hago que me mire—,dame un puñetero minuto.
Se queda callado y sus ojos pasan a mis labios. Me fijo en la pose que estamos y el calor se apodera de mis entrañas. Continuó antes de quedarme sin palabras.
—Este concurso está hecho para nosotros. Me han ofrecido el único puesto de la ciudad y quiero hacerlo con el mejor, y ese eres tú. Nos daría una oportunidad de oro, si nos escogen lo harán anuncio y saldrán nuestros nombres en todas las cadenas de televisión. ¿Sabes la oportunidad que nos daría eso en nuestras carreras? Estaríamos un paso más cerca de trabajar de lo que soñamos... Sé que juntos podemos hacerlo... Sé que somos una apuesta segura. Juntos éramos imparables. Somos imparables, Héctor.
Su silencio me inquieta. Posa sus preciosos ojos verdes sobre los míos y yo apoyo una mano en su pecho, esperando su respuesta. Noto el calor que desprende su cuerpo y mi mano tiembla ligeramente. Esto es sofocante.
—Abril, hace poco dijimos que nos agotamos mutuamente —aparta la mirada.
—Después del concurso, podemos volver a ignorarnos —le sonrío con un ápice de tristeza.
Suspira y apoya su frente en mi pecho. Noto su respiración contra mi piel y me estremezco. Nos quedamos así durante unos segundos. Se echa hacia atrás y se tumba. Yo sigo encima suya y se queda mirando al techo, pensativo.
Se pone un brazo cubriéndole los ojos y suspira.
Su vientre sube y baja y sin querer lo rozo levemente, haciendo que se tense y tiemble. Retiro la mano avergonzada y de pronto lo noto duro contra mí. Retengo la respiración y evito que mi cuerpo no se mueva como desearía hacerlo.
Retiro la mano rápidamente y lo noto duro contra mi.
—Abril, quítate de encima.
—Dame un respuesta.
Sin poder evitarlo, siento cómo me contraigo sobre él. Héctor se muerde el labio con fuerza y noto como el calor se hace insoportable en esa zona.
—No puedes subirte con esa maldita falta encima mía —contiene el aire.
—Decías que la falda me quedaba mal.
—Y precisamente te queda tan mal que me están entrando ganas de arrancártela —se quita el brazo de la cara y por fin me mira.
Sus ojos verdes parecen más oscuros que antes. Brillan de forma alarmante, como si pudieran desnudarme y hacerme gritar su nombre en cuestión de segundos. Mis manos tiemblan y me apoyo en su torso para no desestabilizarme. Me vuelvo a contraer sin poder evitarlo y siento su respuesta de zona palpitante. La respiración se vuelve pesada y el color sube por mis mejillas.
Se reincorpora de forma que nuestras caras quedan muy cerca. Me agarro a su cuello para no perder el equilibrio.
—¿Te quitas ya? —susurra y su cálido aliento rozar mis labios.
—¿Me respondes ya? —clavo mi mirada en la suya.
Noto que sus manos se apoyan en la parte trasera de mis muslos, muy cerca de los glúteos.
Por inercia agarro su cabello, enredando mis manos en él. Sigue húmedo, al igual que lo estoy yo.
—Te llevo respondiendo todo el día que no —me sonríe.
Me deshace el moño y mi pelo cae en cascadas hasta quedar completamente suelto. Me vienen recuerdos de tiempos anteriores y me enciendo. Hace demasiado calor, me sobra la ropa.
—Te favorece más suelto —sonríe de medio lado.
—Héctor, es nuestra oportunidad. Solo juntos podemos conseguirlo —digo sin apenas respiración.
Me aprieto sin darme cuenta sobre él y gime de forma sutil. Apoyo mis manos en su cuello y noto que el pulso le va demasiado rápido, como a mí.
Sus manos suben alrededor de mis piernas hasta colarse por debajo de mi falda. Sube hasta meter las manos por debajo del tanga, tan solo quedándose en las caderas desnudas a su tacto.
Respiramos con dificultad y Héctor vuelve a apoyar su cara en mi pecho, haciendo que sienta cada respiración suya como plumas sobre mi piel.
Lo noto palpitar y yo me contraigo como respuesta. Sus manos se aferran a mis caderas con fuerza y yo tiro de su pelo.
—Está bien —cede.
Me separo bruscamente y lo miro a los ojos buscando algún signo de que me esté mintiendo. Héctor saca las manos de mi falda y se toca el pelo nervioso.
—¿En serio? —le digo con ojos brillantes.
—Sí, y no te pongas pesada o cambio de opinión.
Me lanzo encima suya y lo abrazo con fuerza, sintiendo el contacto de sus músculos contra mis manos.
—¡Gracias, gracias, gracias!
Acabamos tumbados en el suelo. Estoy completamente encima de él fundida en un abrazo que me acaba devolviendo.
—Te prometo que no te arrepentirás —le sonrío.
Suspira resignado y me devuelve la sonrisa.
—Eso espero.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora