24. Segundas oportunidades

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Es increíble lo agotada que me siento constantemente desde que me mudé aquí. Siento que me estoy ahogando cada día un poco más. Estar cerca de Héctor me quita las energías.
Vamos en el coche en silencio, como de costumbre. La tensión se nota en el ambiente y parece que ninguno está dispuesto a cortarla.
Mientras el paisaje va cambiando recibo un mensaje de Carlos que me saca una sonrisa.

Carlos:
Recuérdame la próxima vez que soy un pobre anciano. He dormido cinco horas y siento como si me hubiesen metido una paliza.

Yo:
Doy fe de ello, me encuentro igual jajajajaja

Carlos:
En la fiesta de esta noche, voto por que a las doce estemos metidos en mi cama. Para dormir, no seas mal pensada Mayo, que la única acosadora sexual de esta relación eres tú.

No tiene remedio, consigue que me dé una carcajada. Héctor me mira de reojo con el ceño fruncido.
Guardo el teléfono e intento volver a ponerme seria, pero es imposible.
—¿La sonrisa de quinceañera a qué se debe? —pregunta de forma brusca.
—¿Tiene que haber un motivo para que una persona sea feliz?
—Siempre hay un motivo para que alguien sea feliz. No existe la felicidad sin factores externos.
Intento mostrar todo lo contrario, pero la realidad es que coincido con él. Soy feliz cuando estoy con gente, pero en la soledad que tengo que estar conmigo misma, me cuesta.
Me pregunto si siempre fue tan derrotista. El recuerdo inicial era el de una persona muy alegre, pero luego poco a poco fue cambiando. Las llamadas, desaparecer sin razones aparentes para reaparecer con desesperación... Quizá siempre fue así.
—¿Nunca has sido feliz sin razones?
Se queda en silencio y cuando creo que no va a contestar lo hace.
—Sí, pero luego la vida te recuerda que es una puta mierda y que tu felicidad depende de alguien —me mira brevemente y se me encoge el corazón.
Eso es lo que yo siento ahora mismo, que mi felicidad es meramente circunstancial.
Me encantaría aprovechar este momento de sinceridad para preguntarle más al respecto, pero sé que será en vano.
Entramos en la tienda de muebles y encontramos rápidamente uno igual.
Pasamos por la caja y cuando voy a pagar, Héctor me lo impide.
—Lo pago yo. Al fin y al cabo, en parte fue mi culpa.
Es imposible que sepa que lo rompí por pensar en ellos. Me congelo y soy incapaz de reaccionar. Lo sigo hacia el aparcamiento como si fuera un robot, con miedo a que diga algo respecto a mi reacción de la noche anterior.
Nos montamos en el coche en completo silencio. Mi cara debe ser un poema, porque de pronto resuena por el coche la risa de Héctor. Una risa de las de verdad. Una sensación de satisfacción me sube por el pecho.
—Joder, Abril, podrías aprender a disimular mejor.
Mis mejillas se sonrojan y recurro a utilizar sus palabras en su contra, así a lo mejor podemos evitar el tema bochornoso.
—¿Una risa? ¿Héctor el dramático está siendo feliz?-
—Bah, no sé ni para qué te hablo de verdad —refunfuña como un niño pequeño y me hace reír.
Mientras discutimos, escuchamos una especie de explosión y el coche se tambalea. Héctor agarra el volante con fuerza y se aparta al arcén. Me pongo la mano en el corazón y nos miramos a la vez.
—Creo que casi me meo encima —consigo decir.
—Ya somos dos.
Héctor se baja del coche y comienza a mirar las ruedas. Me bajo cuando empieza a maldecir. Me acerco y veo la rueda reventada. Estupendo.
—Me cago en la puta. Te juro que pienso que me das mala suerte.
—¿Perdona? ¿Tengo yo la culpa de que te reviente la puñetera rueda?- digo enfadada.
—Me apuesto los cojones a que si hubiese ido solo no habría pasado —le da enfadado una patada al guardarraíl de la carretera.
—Entiendo que me odies —voy hacia el maletero—, pero deja de echarme la culpa de cada mierda que te pasa en la vida. ¡MADURA! —lo abro.
—¿Se puede saber qué coño haces? —se acerca e intenta cerrarlo.
—Buscar una manta para que nos lo montemos en el arcén... ¡¿A TI QUE TE PARECE?! ¡Ver si tienes una estúpida rueda de repuesto!
Le doy un manotazo para que me deje y levanto el suelo del maletero para ver si está la rueda. La localizo junto al resto de herramientas para cambiarla.
—No sé cambiar una rueda —contesta malhumorado.
—Muy bien, Einstein, pero estamos en el siglo veintiuno, existe youtube —digo exasperada.
Sacamos todo lo necesario y lo miramos ambos con el ceño fruncido. De nuevas experiencias va la vida ¿no?
Después de verme un vídeo en youtube me siento preparada para cambiar la rueda, pero cuando más intento hacerlo peor sale.
Héctor y yo acabamos llenos de grasa sin entender por qué no conseguimos ponerla bien.
—Debemos ser estúpidos —suspiro y tiro la llave inglesa a una esquina.
—Somos tremendamente estúpidos —asiente y se apoya a mi lado.
Nos miramos unos segundos y se nos escapa la risa. Menudo par de inútiles estamos hechos.
Nos quedamos absortos mirando la rueda en una esquina y digo algo que llevo queriendo decir todo el día.
—Desapareciste dos semanas.
—Sí —se limita a contestar.
—¿Por?-
—Porque a veces está bien desaparecer —contesta sin mirarme—. Después de lo del baño... Te fuiste de la fiesta —me mira fijamente.
El corazón comienza a martillearme con fuerza y aparto la mirada. La escena se vuelve a repetir y noto cómo se me seca la garganta. Cuando me pregunta por qué, imito su respuesta.
—Porque a veces está bien desaparecer.
Risas de nuevo. Risas que despiertan sentimientos contradictorios. Odio sentir a veces esta complicidad con él.
Miro la rueda del coche y, al igual que mi reflejo la noche anterior, parece que se está burlando de mí.
—Y una mierda —mascullo.
Vuelvo a coger el móvil y pongo el vídeo de nuevo.
—¿Quieres intentarlo otra vez? —me pregunta dubitativo—Podemos llamar a la grúa.
—¡No, no y no! —me levanto y recojo la llave— ¿Nunca has escuchado eso de las segundas oportunidades? Pues bien Héctor, esta es nuestra segunda oportunidad. Vamos a demostrarle a esta jodida rueda de lo que estamos hechos.
Tardamos más de una hora y vemos siete vídeos diferentes, pero lo conseguimos. A veces las segundas oportunidades funcionan.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora