45. Entrantes

1.3K 112 1
                                    

Nos tomamos la copa de vino mucho antes de que lleguen los entrantes, por lo que acabamos pidiendo la botella junto a una cubitera para mantener el frío. Nos hace falta alcohol para poder aguantar una noche juntos sin matarnos.
Hay silencios que se rellenan con miradas discretas y conversaciones enteras que transmiten nuestra postura corporal.
Miro a mi alrededor constantemente para evitar esas miradas que me desnudan. Me centro en la tenue música que suena de fondo y en la viola del jarrón, que es preciosa.
Se escucha el sonido del mar a lo lejos, y me pierdo unos segundos en las cristaleras que dan a la orilla. Tantas veces hemos estado en una playa... era nuestro lugar favorito para estar juntos. Nos relajaba el sonido de las olas rompiendo contra la orilla, la sensación de la arena sobre la piel...
Héctor apoya los codos encima de la mesa y descansa la barbilla en sus manos entrelazadas. Me sonríe de medio lado y me mira fijamente.
—Daría un céntimo por adentrarme en tus pensamientos... — intenta sonar romántico, pero claramente se mete conmigo.
—Pues menuda mierda. Eres un rata, ni tan siquiera has ofrecido un euro.
—Realmente no necesito darte nada. Sé perfectamente lo que estás pensando —su mirada atrapa la mía.
Las manos comienzan a sudarme a causa de los nervios y decido ponerle fin al por qué estamos aquí.
—¿Qué querías? —escondo mis manos bajo la mesa.
—Cenar. Estoy muerto de hambre —se mira los anillos con indiferencia.
—Me refiero a qué querías hablar conmigo —mantengo la voz neutral.
—Bea. Me gustaría unirme a la sorpresa. Podría ser el fotógrafo de la cuenta. Seguro que me beneficia en la carrera si ganáis seguidores —se encoge de hombros.
—¿Por qué disfrazas algo que quieres hacer por altruismo en egoísmo?
Mi pregunta lo pilla desprevenido y toma un sorbo de vino para ganar tiempo. Hay cosas que nunca cambian.
—No te equivoques conmigo, Abril. No veas altruismo dónde no lo hay.
—Creo que te esfuerzas demasiado en ser un gilipollas cuando no lo eres —bebo un sorbo.
—¿No soy un gilipollas? Vaya, vaya... ¿te estás encariñando conmigo? —me sonríe divertido.
—No te equivoques ahora tú — contesto cortante.
Con Héctor no puedo bajar la guardia. Ni un segundo.
Cuando estoy con él me pierdo, y me ha costado demasiado seguir adelante como para volver a resquebrajarme.
—La cosa es que me gustaría hacerlo —continua olvidando lo anterior.
—Entonces no se hable más —le sonrío.
Se hace un nuevo silencio incómodo en el que Héctor acaba preguntando si tengo alguna idea para el concurso.
—Estoy preparando un borrador. Cuando se acerquen las vacaciones podríamos hacer una lluvia de ideas —juego con mis dedos nerviosa.
—Estupendo. Así podremos concentrarnos en los exámenes —juega con su copa de vino.
Y más silencio. La conversación no fluye de forma normal, siento que constantemente tengo que reprimirme para no saltar cómo estoy acostumbrada con él. Al fin y al cabo, cada vez que quedamos acabamos en gritos.
—¿Para hablar de esto hacía falta salir a cenar? Podríamos haberlo hecho en la residencia —le pregunto intrigada.
—Pero entonces, no habrías tenido el placer de tener una no-cita conmigo.
Lo miro con un nudo en el estómago y pienso en Carlos. No. Ninguna de las dos cosas es una cita. No pueden serlo.
—Esto no es una cita —la brusquedad de mi voz no parece sorprenderle.
—¿Tienes problemas de audición? He dicho una no-cita —me sonríe descarado.
—Pues ya está. Somos dos amigos que salen a cenar —me cruzo de brazos.
—¿Somos amigos? —alza una ceja divertido.
—No.
—¿Entonces? ¿Qué somos? No es muy de amigos hacer...
Nos quedamos en silencio justo cuando llegan los entrantes y agradezco al universo por que me haya mandado una excusa para que Héctor no continúe. No quiero escuchar de su boca las cosas que no deberíamos haber hecho, pero hicimos.
El camarero trae brochetas de jamón, mango y uvas junto a un canapé de anchoas con aguacate y vinagre balsámico.
Héctor es el que se ha encargado de pedir.
Probamos la brocheta y reprimo una exclamación de satisfacción.
—Reconozco que has tenido buen gusto.
—Siempre tengo buen gusto, princesa —me guiña un ojo.
—¿Cómo conoces este sitio? —le pregunto para desviar el tema anterior.
La verdad es que si me paro a ver el lugar, no veo a mucha gente de nuestra edad aquí. No es un sitio al que se me hubiese ocurrido venir por tema económico.
—Venía con mi madre a menudo. ¿Vino? —pregunta apresuradamente.
Héctor parece repentinamente incómodo y cambia el tema de conversación.
—Y bueno... ¿alguna novedad en tu vida?
—¿Novedad?
—Ya sabemos que sin mí tienes una vida de lo más aburrida, pero algo medianamente interesante te habrá pasado —dice con aire condescendiente.
—Precisamente lo aburrido de esta semana es esta cena —le sonrío retándolo.
—¿Por eso te has puesto esa camiseta? ¿Quieres hacer la noche más divertida? —se le oscurece la mirada.
—Se llama "blusa" querido Héctor. Creo que es la hora de que adquieras un poco más de vocabulario —alzo la copa de vino y doy un pequeño sorbo sin apartar la mirada.
—Algún día tengo que enseñarte el vocabulario que he adquirido en la cama —se relame lentamente los labios mientras acerca su copa a la mía.
—En tus sueños más húmedos brindo con él.

Ex, vecinos y otros desastres naturalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora