Ese extraño momento donde, en medio de la noche, me despierto y abrazo la nada. ¿Qué esperaba? No lo sé. En parte que tu estuvieras allí, dormido pero estrechándome entre tus brazos. Sintiendomé pequeña y apoyada en tu pecho lloraría una vez más, no sé si de felicidad o de tristeza. Soy una llorica. De felicidad por tenerte, porque seas sólo mío y de nadie más, por poder probar tus labios todos los días y despertarme, algunas veces, con tus profundos ojos oscuros mirándome. Por saber que yo puedo calmar tus pesadillas, hacerte un poquito más feliz cada momento. Y pensar que no te importan las marcas de mis brazos, ni las cicatrices de mis piernas. Que sea la persona que sepa cada vez que te haces daño y, a veces, no tengas que fingir conmigo. A veces...