Vamos a hablar de esa sensación que estoy seguro de que todos hemos experimentado. Esa sensación de deseo, deseo por arrancarle la yugular a mordiscos a alguien.
Por que todos estallamos en algún momento, el pequeño psicótico que todos llevamos dentro se termina liberando. La locura que se esconde en la más frondosa ramificación de nuestras neuronas. En algún momento saldrá, y no la podrás controlar.
El caos habrá comenzado.
Un claro ejemplo es Carrie -----alerta de posible spoiler------, película que recomiendo totalmente (me he obsesionado mucho). La película cuenta la historia de una adolescente que, víctima de acoso escolar y maltratos de su madre, descubre que tiene excepcionales poderes de telekinesis. Pese a que podría, Carrie no hace daño a nadie con sus nuevas habilidades, pues ella es muy buena persona como para llevar a cabo una acción tan cruel, a la par que justa. Pero en la coronación de estos típicos bailes de graduación tan norteamericanos, le gastan una broma demasiado cruel, rociándola de sangre de cerdo. Entonces Carrie estalla. Apenas hay supervivientes.
Tu eres Carrie. Yo soy Carrie. Todos somos Carrie.
Todos llevamos esa raíz de locura luchando por salir. Luchando por acabar con ese sufrimiento de una manera distinta a las lágrimas.
Pero, una vez que la bestia salga de su celda, es muy difícil encerrarla de nuevo.
muy
muy
difícil.
