🩸❤️‍🔥Capitulo 8 ❤️‍🔥🩸

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En su amplia habitación color crema y blanco, Khao no se sentía seguro de sí mismo.

Siendo el shellan de Mew, podía sentir su dolor, por su fuerza sabía que seguramente había perdido a otro de sus her­manos guerreros.

Si tuvieran una relación normal, no lo dudaría: correría hacia Mew y trataría de aliviar su sufrimiento. Hablaría con él, lo abrazaría, lloraría a su lado. Le ofrecería la calidez de su cuerpo.

Porque eso era lo que los shellans hacían por sus compa­ñeros. Y lo que recibían a cambio también. Echó un vistazo al reloj Tiffany de su mesilla de noche. Pronto se perdería en la noche. Si quería alcanzarlo tendría que hacerlo ahora.

Khao dudó, no quería engañarse. No sería bienvenido. Deseó que fuera más fácil apoyarlo, deseó saber lo que Mew necesitaba de él. Una vez, hacía mucho tiempo, había habla­do con Kristh, el shellan del hermano Singto, con la espe­ranza de que pudiera ofrecerle algún consejo sobre cómo actuar y comportarse, cómo conseguir que Mew lo considerara digno de él.

Después de todo, Kristh tenía lo que Khao quería: un verdadero compañero. Un macho que regresaba a casa con él, que reía, lloraba y compartía su vida, que lo abrazaba.

Un macho que permanecía a su lado durante las tortuosas, y afortunada­mente escasas, ocasiones en que era fértil, que aliviaba con su cuer­po sus terribles deseos durante el tiempo que duraba el periodo de necesidad.

Mew no hacía nada de eso por él, o con él. Y en ese estado de cosas, Khao tenía que acudir a su hermano en busca de alivio a sus necesidades. Jimmy apaciguaba sus ansias, tranquilizándolo hasta que pasaban aquellos deseos. Semejante prác­tica los avergonzaba a ambos.

Había esperado que Kristh pudiera ayudarlo, pero la con­versación había sido un desastre. Las miradas de compasión del otro shellan. Y sus réplicas cuidadosamente meditadas las habían desgastado a ambos, acentuando todo lo que Khao no poseía. Dios, qué solo estaba.

Cerró los ojos, y sintió nuevamente el dolor de Mew. Tenía que intentar llegar a él, porque estaba herido. Y ade­más, ¿qué le quedaba en la vida aparte de él?

Percibió que Mew se encontraba en la mansión de God. Inspirando profundamente, se desmaterializó.

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Mew aflojó lentamente las rodillas y se irguió, escuchando có­mo volvían las vértebras a su posición con un crujido. Se quitó los diamantes de sus rodillas.

Tocaron a la puerta y él permitió que ésta se abriera, pen­sando que era Fritz.

Cuando olió a océano, apretó los labios.

-¿Qué te trae aquí, Khao? -dijo sin girarse a mirar­lo. Fue hasta el baño y se cubrió con una toalla.

-Déjame lavarte, mi señor-murmuró Khao-. Yo cuidaré tus heridas. Puedo...

-Así estoy, bien.

Sanaba rápido. Cuando finalizara la noche sus cortes ape­nas se notarían.

Mew se dirigió al armario y examinó su ropa. Sacó una camisa negra de manga larga, unos pantalones de cuero y..., por Dios, ¿qué era eso? Ah, no, ni de broma. No iba a luchar con aquellos calzoncillos. Por nada del mundo lo sorprenderían muer­to con una prenda como aquélla.

Lo primero que tenía que hacer era establecer contacto con el hijo de God. Sabía que se les estaba agotando el tiempo, por­que su transición estaba próxima. Y luego tenía que comunicarse con Max y Tay para saber qué habían averiguado de los restos del restrictor muerto.

AMANTE ETERNO   MEWGULFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora