🩸❤️‍🔥Capitulo 9❤️‍🔥🩸

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MARATÓN #1

En su habitación, el señor K se puso unos pantalones de tra­bajo y una camisa negra de nailon. Se sentía satisfecho por la forma en que había transcurrido la reunión con la Sociedad esa tarde. Todos los restrictores habían asistido.

La mayoría de ellos se encon­traron dispuestos a someterse a sus dictados, sólo unos pocos habían planteado problemas, mientras que otros habían tratado de adularlo. Todo eso no los había conducido a ninguna parte.

Al final de la sesión, había escogido a veintiocho más para que permanecieran en el área de Bangkok, basándose en su re­putación y la impresión que le habían causado al conocerlos personalmente. A los doce más capacitados los había dividido en dos escuadrones principales. A los otros dieciséis los distribuiría en cuatro grupos secundarios.

Ninguno de ellos estuvo muy dispuesto a aceptar la nue­va distribución. Estaban acostumbrados a trabajar por su propia cuenta, y sobre todo a los más selectos no les hacía mucha gracia permanecer atados.

Todo parecía muy complicado. La ventaja de la división en escuadrones consistía en que podía asignarles dife­rentes partes de la ciudad, dividirlos en pequeños contingentes y supervisar su rendimiento más de cerca.

El resto había sido enviado de vuelta a sus puestos. Ahora que tenía a sus tropas en formación y con sus res­pectivas misiones asignadas, se concentraría en el procedimiento de reunir información. Ya tenía una idea de cómo hacer que fun­cionara, y la probaría aquella noche.

Antes de salir a la calle, arrojó a cada uno de sus pitbulls un kilo de carne cruda picada. Le gustaba mantenerlos ham­brientos, así que los alimentaba en días alternos. Tenía aquellos perros, ambos machos, desde hacía dos años, y los encadenaba en extremos opuestos de su casa, uno al frente y el otro en la par­te trasera, Era una disposición lógica desde el punto de vista de­fensivo, pero también lo hacía por otra cuestión: la única vez que los había atado juntos, se habían atacado ferozmente.

Recogió su bolsa, cerró la casa y cruzó el césped. El ran­cho era una pesadilla arquitectónica de falso ladrillo construido a principios de los años setenta, y, él mantenía el exterior feo a propósito. Necesitaba encajar en el entorno, y el precio de aque­lla zona rural no superaría los cien mil a corto plazo.

Además, la casa le daba igual. Lo importante era la tierra. Con una extensión de cuatro hectáreas, le permitía tener pri­vacidad. En la parte de atrás, también había un viejo granero rodeado de árboles. Lo había convertido en su taller, y los robles y arces amortiguaban los ruidos, lo cual era de vital importancia. Después de todo, los gritos podían oírse.

Palpó el aro del llavero hasta que encontró la llave correcta. Corno esa noche tendría que trabajar, dejaría en el garaje el único capricho que se había permitido, el hummer negro. Su camioneta Chrysler, que ya tenía cuatro años, resultaría más adecua­da y le encubriría mejor.

Le llevó diez minutos llegar hasta el centro de la ciudad y luego se dirigió hacia el Valle de las Prostitutas de Bangkok, un tramo de tres manzanas escasamente iluminadas y llenas de basura cerca del puente. El tráfico era intenso esa noche por aquel corredor de depravación. Se detuvo bajo una farola rota a obser­var la actividad de la zona.

Los coches recorrían la oscura calle, parándose a cada poco para que los conductores examinaran lo que había en las aceras. Bajo el infernal calor veraniego, las chi­cas campaban a sus anchas, contoneándose sobre sus zapatos de tacones imposibles, cubriendo apenas sus pechos y traseros con prendas ligerísimas que pudieran quitarse fácilmente.

El señor K abrió la bolsa y sacó una jeringuilla hipodér­mica llena de heroína y un cuchillo de caza. Ocultó ambas cosas en la puerta y bajó la ventanilla del lado contrario antes de mez­clarse con la marea de vehículos.

AMANTE ETERNO   MEWGULFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora