29. LA NINFA Y LA BRUJA

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LA BRUJA

ENCUENTRO I:

<<Es una niña, tal vez de unos diez años.>>

Topacio estaba confundida, observaba a la criaturita desde lo lejos y su entrecejo no dejaba de arrugarse. La niña se encontraba sentada en posición de indio frente a un hada, un chico poco mayor que ella—atado a un tronco—que no dejaba de patalear y llorar, ella también lo hacía pero evitaba mirarlo cerrando sus ojos, las manos la enterraba en la tierra y respiraba suavemente muy concentrada.

Para entonces la ninfa también era mucho más joven, menos dura y curiosa, tanto que en cualquier momento podría matarla. No hacía mucho que estaba viviendo entre humanos y otras criaturas, comenzó a escuchar conversaciones que no debía de sus superiores; pronto comprendió que algo extraño sucedía, se habían reportado muertes de demasiados humanos de forma misteriosa y sin rastro de nada más que la carne amoratada o en ocasiones descompuesta.

—No lo hagas...por favor, déjame ayudarte, yo conozco a muchas personas que pueden llevarte lejos de este demonio.—el chico susurró con desesperación pero sinceridad.

La niña abrió los ojos verdes inyectados en sangre, su semblante mostraba dolor sin embargo lo más desgarrador era la esperanza que se coloreaba en su mirada al preguntar:

—¿Crees que sea posible?

El hada se limitó a asentir lentamente tragando saliva, entonces la bruja se levantó de donde se encontraba tan rápido como una bala y se dispuso a desatar al chico. Topacio por su parte estaba a punto de pegar la carrera hacia ellos para ayudarles pero como comprenderás, en esta historia nada fue como nos habría gustado que sucediera.

Dama apareció abriendo la puerta de sopetón. Se encontraban en el jardín de la asolada casona, los oídos y anticipación del súcubo eran tan afilados como la obsidiana.

—¿Qué haces?—preguntó la mujer inexpresiva sin embargo su mirada destila fuego.

—Y-yo, D-dama.—Cristine tiembla hasta la médula, la pobre niña no tiene nada para decir y su cuerpecito no hace más que temblar cual hoja de papel.

—No balbucees, es un hábito despreciable Cristine.—en su tono no había más que asco mientras avanzaba hacia ambos.

El hada dio tres pasos atrás a pesar de aún tener las manos atadas, la bruja se quedó quieta mirando al súcubo.

—Perdóneme, por favor.—palabras demasiado formales para una pequeña y su expresión adolorida parecía gritar años de tortura ¿Era posible?

—Pídele perdón a él, ustedes tiene un ritual extraño para despedirse.—aquella mujer sonrió lacónicamente.

El chico abrió mucho los ojos encarando a la niña frente a sí, puedo asegurar que no veía nada de lo empañados que los tenía.

—V-v-va a m-m-ma...—el hada no podía terminar la oración porque el nudo en su garganta no se lo permitía y las constantes estocadas que experimentaba en el estómago le dificultaban respirar.

—Lo siento mucho.—ella intentó contenerse y se paralizó al observar una daga recta y puntiaguda cortar el aire, antes que nadie pudiera saberlo aquel muchacho estaba cayendo al suelo, provocando un sonido sordo con el objeto enterrado en el abdomen.

Topacio quiso vomitar, nunca había visto a alguien morir de tal manera ni a alguien ser tan frío al respecto, supo de inmediato que ese día y entonces no podría haber hecho nada. Estaba lejos, lo suficiente para no ser vista o escuchada pero los árboles y arbustos le susurraban aquello que sucedía y le permitían verlo.

Un Alma a Medias (El alma en el medio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora