Capítulo 30

2.6K 163 96
                                    

Silencio.

Eso es lo único que reina en las anchas calles de Roma a estas horas de la noche.

No sé como me he metido en el lío de ir a la casa de Damiano, pero es que no quiero que siga bebiendo como un condendo. Y por eso ahora estoy de camino a su casa.

Cojo mi móvil y le echo otro vistazo a la dirección que me ha enviado. Según esto ya la tengo delante.

Alzo la vista y miro la casa que tengo ante mí.

— Guau — la sorpresa se apodera de mi voz.

Esto no es una casa. O por lo menos no es la casa que yo esperaba encontrar.

Esto es una jodida mansión. Parece sacada de una película.

Tiene una verja que separa la casa de la calle y un porche con césped. Puedo ver su coche aparcado dentro.

Termino de ojear la fachada y veo que tiene dos plantas. La pintura de la casa es blanca con unos toques de color beige que hacen que resalte sobre las demás construcciones de la calle. Hay varias ventanas de vidrio en la parte superior y un balcón gigante decorado con algunas plantas y una mesa ancha con varias sillas.

En conclusión, el casoplón este es igual de extravagante que su dueño.

Iba a decir que es más extravagante que él, pero nadie es más extravagante que Damiano.

Agarro la puerta de la verja y la empujo suavemente.

Está abierta.

Avanzo por el suelo empedrado de la entrada hasta llegar por fin a la puerta principal.

Respiro hondo antes de tocar. Por alguna razón creo que esta noche lo va a cambiar todo entre él y yo. La cosa es, ¿para bien o para mal?

Cuando creo que ya estoy lo suficientemente relajada alzo mi mano y toco a la puerta.

No pasan ni dos putos segundos cuando la puerta se abre y él me agarra del brazo jalándome hacia dentro.

Cierra la puerta de una sonora patada y me estampa contra ella. Pone sus brazos a ambos lados de mi cuerpo, acorralándome.

— Buenas noches, ¿eh? — saludo nerviosa.

Un intento de sonrisa cruza su cara un segundo, pero acaba desapareciendo. Se pasa una mano por su cabello y vuelve a colocarla en la pared. Conecta sus ojos con los míos y avanza su pierna colocándola discretamente entre las mías.

— Noches — sonríe descarado — Porque buena estás tú.

Vaya. Yo que pensaba que no iba a soltar ese tipo de comentarios.

— ¿Cuánto has bebido?

Frunce el cejo y mueve un poco la pierna que tiene entre las mías haciendo que se roce contra mi entrepierna.

La madre que lo parió.

— ¿Qué? — frunce el cejo ofendido — ¿Es que acaso tengo que estar ebrio para ver que estás buenísima? — niega con la cabeza incrédulo — No te confundas, amor — recalca a propósito ese mote — Yo no necesito ir borracho para ver que eres hermosa.

Sonríe orgulloso ante lo dicho.

— Vale — respondo — ¿Ahora podrías apartar la pierna? — señalo la que ha posicionado intencionadamente entre las mías.

Se encoge de hombros.

— No sé de qué hablas — dice inocente.

Ja. Y ahora encima se hace el loco.

Me enamoré del Diablo {Damiano David}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora