Capítulo 49

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— ¡Es imposible hablar contigo, Daniela!

Mis pies no se mueven. Me quedo ahí de pie mirando como se mueve de un lado a otro gritándome sin parar. Siento mis piernas entumecerse. No creo que hayan pasado apenas unos minutos desde que ha entrado como un huracán. Está fuera de sí. Sospecho que ni siquiera está sobrio. No me ha dejado hablar demasiado. Yo solo quiero que me explique que le pasa. Pero él no quiere. Todo lo que sale por su boca es irracional. No entiendo nada.

— ¿Lo que pusiste en los mensajes era verdad? — hablo alto — ¿Tú no quieres estar conmigo?

Me espero una explicación. Creo que me la merezco. Pero en lugar de eso, él coge y se ríe.

— ¿De qué te ríes? — pregunto noqueada por la situación.

Coge algo de aire y se tranquiliza antes de responder.

— De ti — concluye.

Da unos pasos hacia mí y yo retrocedo. Esto es surrealista. No lo reconozco. Puedo ver sus ojos rojos. No está bien.

Acabo chocando con la pared. Y él aprovecha para llegar hasta mí y coloca su mano sobre la pared, a un lado de mi cuerpo. Me encojo mirándole.

— ¿Tú estás con ella? — mi voz falla en la última palabra.

Me cuesta tener que preguntarle todo esto.

— ¿Con quién?

— Con Elena — entrelazo mis manos y clavo mis uñas en ellas — Sé que es ella.

Entrecierra los ojos. Sé que di en el clavo. Mi respiración se acelera. Sus fosas nasales se abren exageradamente y asiente repetidamente. Damiano no es de las típicas personas que tardan en responder, que se toman su tiempo para elegir las palabras a conciencia. Él suelta lo que piensa sin más. Y ahora mismo no está diciendo que sea verdad lo que he dicho. Pero tampoco lo desmiente.

— ¿Tan difícil te es creer que ya no quiero estar contigo? — su rostro está a escasos centímetros del mío.

No asimilo ninguna de sus palabras. No me puede estar haciendo esto. No justo ahora.

— E-eso no es verdad — alzo mi mano para acariciar su mejilla, pero él la agarra e interrumpe mi acción.

— Sí es verdad. Y creo que es mejor que te lo metas en la cabeza cuanto antes — está actuando tan indiferente.

Y su indiferencia es tan jodidamente dolorosa.

— No — le planto cara.

Él hunde las yemas de sus dedos en mi muñeca y aprieta su agarre.

— Eres tan tozuda — sus quejas continúan durante un rato — No puedes ni siquiera entender que no quiero nada más de ti.

Me esfuerzo por soltarme de su agarre. Pero lo hago en vano. No soy tan fuerte como él. Cierro mi mano y forcejeo con él.

— Por favor, Damiano — suplico — Me estás haciendo daño.

Está distinto. El Damiano que yo conozco nunca se comportaría así. Esta versión cruel e indiferente suya me ha pillado totalmente de imprevisto. Y es realmente intimidatoria.

— ¿Te estoy haciendo daño, Daniela? — me habla como si fuera una niña, burlándose de forma clara de mí.

Siento una punzada en la parte baja de mi abdomen. Llevo mi mano libre hasta allí. Abro la boca para gritar, pero me autocontrolo y la cierro. No le pienso dar el gusto de verme mal.

Me suelta de mala manera. Agacho la cabeza y me doblo. Damiano se aleja de mí. Le da igual ver que lo estoy pasando mal.

— Si tanto te duele, quizás deberías deshacerte de eso — aconseja, refiriéndose a nuestro hijo.

Me enamoré del Diablo {Damiano David}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora