Amantes
Anastasia
Un bulto caliente yace a mi lado o debajo de mí. No estoy segura.
Los rayos del sol no me pegan en la cara y es extraño porque siempre acostumbro a dejar la cortina corrida para poder despertarme y llegar a tiempo al comando.
Ahora todo está a oscuras y no sé quién haya tenido la maravillosa idea de bajar las cortinas pero se lo agradezco enormemente.
Me remuevo deseando sentir la suavidad del colchón pero en lugar de ello mi mano choca con algo duro obligándome abrir los ojos tan solo un poco.
Damien.
El comandante yace acostado boca abajo con la respiración suave, lleva el cabello desordenado como si alguien hubiese pasado horas acariciándolo.
¿En qué momento llegó?
Alargo la mano tocando su mejilla sin ninguna intención de despertarlo pero logro todo lo contrario.
—Deberías dormir un poco más —murmura con la voz ronca, sin abrir los ojos.
Es una hermosa vista.
Casi había olvidado el sueño tan ligero que tiene.
Observo el reloj que yace en mi mesa de noche. 4:05 am.
No va a tardar en despertarse. Aún no logro comprender cómo es que todos los días se levanta a las cinco de la mañana sin ningún problema. Yo soy un fiasco levantándome temprano.
◇◇◇
La sensación de calidez ha desaparecido. El lugar contrario de mi cama está vacío, me doy la vuelta hasta hundir mi cara en la almohada que ocupó, aspirando el aroma masculino que desprende.
Un ligero latigazo de dolor se instala en mi cabeza producto de las copas que me bebí anoche.
Por fortuna las cortinas siguen abajo.
Me giro extendiendo los brazos negándome a abrir los ojos por lo que me tomo un par de minutos.
Al abrirlos lo primero que mis ojos ven es a Damien saliendo del baño con la camisa abierta dejando al descubierto su torso.
—Hola —saluda abotonándose la camisa.
—Buenos días —me froto los ojos tratando de espabilar.
Con pereza me incorporo en la cama observando desde mi lugar como Damien se coloca los zapatos.
—¿Tienes resaca? —se levanta del sofá y viene hacia mí.
—No.
Sus ojos brillan con diversión mientras se pone el reloj en la muñeca.
—Estupendo, entonces tiraré las aspirinas —agita el bote de pastillas con toda la intención de molestarme.
—¡No, espera! —enarca una ceja, con una sonrisa burlesca y de inmediato me maldigo por alzar la voz, es lo menos que necesito ahora—. Necesitaré una.
Me entrega la píldora y un vaso de agua esperando a que la trague. Un celular que deduzco es el suyo comienza a vibrar insistente sobre una de las mesitas de noche.
—Es Scott —menciona cuando clavo mis ojos en él.
—¿Y no vas a responderle?
—Son las diez de la mañana y no se casa hasta más tarde, no entiendo porque está tan paranoico.
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Secretos y mentiras
RandomAnastasia regresa después de dos años a Londres. Las cosas, por supuesto, no son ni remotamente parecidas a lo que eran antes de marcharse. Las cosas en la central han cambiado, y está luchando consigo misma por no toparse con el más grande fantasma...