Capítulo 30

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Descubrimientos

Damien

Los muros altos de la mansión Fletcher me reciben, los retratos familiares y pinturas prevalecen en las tonalidades claras de las paredes. El mármol brilla bajo mis pasos, el olor a jazmín solo se me hace familiar por ser la esencia característica de mi madre.

El mayordomo me recibe con amabilidad, me limito a saludarlo con un leve gesto para no ser descortés. A paso tranquilo cruzo el vestíbulo para llegar al enorme salón.

Mi madre está sentada con un libro entre las manos. Centro mi atención en ella reparándola a la distancia. Una sonrisa se expande en sus labios sin despegar sus ojos del libro el cual descubro que se trata de un álbum.

Mi ceño se frunce ante tal cosa y opto por aclararme la garganta para llamar su atención.

No me gusta venir aquí.

—Cielo, que gusto verte —hace el amago de ponerse de pie pero le indico que no con un gesto—. No sabía que vendrías, llamaré a...

—No me quedaré mucho tiempo —me siento a su lado—. Solo quería saber cómo estás.

La mirada de mi madre luce confusa.

—Vaya, que sorpresa —murmura—. Estoy bien, ¿cómo estás tú?

Por más que intente no puedo hacer esto, no si sigo forzándome así. Las cosas tienen que ser espontáneas, no planeadas. No puedo obligarme a mí mismo a hacer esto.

—En realidad he venido por otro asunto —soy sincero.

Eleonor asiente, conservando una pequeña sonrisa que me insta a decirle lo que quiero.

Voy hasta el mini bar para servirme una copa. Dejo que el whisky se deslice por mi garganta. Los ojos de mi madre clavados en mí.

El cristal hace un sonido seco cuando lo dejo sobre la barra, me giro quedando a unos cuantos metros de la mujer que espera a que diga algo y debería saber como hacerlo pero pero me resulta difícil.

Ella me trajo al mundo, se supone que debería ser la persona en la que más confíe pero no es así. No está ni de cerca de ser así. Nuestra relación es buena, llevadera, pero no lo suficiente como para tener la confianza de abordar cualquier tema.

Muchas veces las personas en las que más se supone debemos confiar no son las correctas.

Se considera que no muchos tienen la suerte de haber nacido en una familia, pero no todos somos afortunados de tenerla. Un claro ejemplo soy yo con las personas que suelen llamarse a sí mismos mi familia. Sí, nací rodeado de personas que se encargaron de darme todo lo que quise, pero jamás me dieron lo que necesité.

No me dieron atención, no me dieron tiempo, no me dieron cariño, no me dieron confianza, ¿y cuál es es el propósito de una familia si no puede darte nada de eso? El que nazcas rodeado de personas no significa que vas a tener una buena vida.

Lo he comprobado. La familia no tiene que ver solo con lazos de sangre y genes, puedes encontrarla en donde menos pienses, en personas que realmente te den atención, te den su confianza, te den todas las cosas que necesites.

Existe la familia que te tocó al nacer y la que elijes con el paso del tiempo. En mi caso, no considero a mi familia de sangre como lo que se supone debe ser, pero si considero familia a aquellos que elegí, aquellos que han sabido darme lo que he necesitado sin pedir nada a cambio.

Los ojos de Eleonor me escrutan, pacientes en busca de que por fin hable.

—¿Qué tienen que ver Henrik y Philipe con los rusos? —inquiero, mirándola con fijeza para buscar algo que la delate.

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