Capítulo 33 - Fragilidad.

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Makayla Oriant.

El sonido proveniente fuera de mi habitación, me atormenta, las lágrimas bajan por mis mejillas y en silencio me ovillo en mi cama e intento no escuchar lo que ocurre a tan altas horas de la noche.

– ¡Eres una zorra! –una bofetada más, me ovillo más. – ¡Qué bonita familia tengo, mi mujer es una zorra y mi hija una lesbiana de mierda! –un golpe en seco se escucha y me incorporo en mi cama. – ¡Estoy harto de ti, de tu llanto y jodidas lagrimas! ¡Deja ya de llorar Julie! ¡DEJA DE LLORAR!

Y el desgarrador grito de mamá me quiebra el alma y ya no estoy dispuesta a soportar toda esta mierda. Salgo de mi habitación –no sin antes tomar mi móvil–, con pisadas rápidas llego y los encuentro en medio de la sala, gotas de sangre en el suelo, mamá ovillada y papá tambaleante por la borrachera, en una de sus manos tiene una botella. La mira con fijeza en el suelo mientras que mamá jadea de dolor.

– ¿Tú también quieres que te golpee? –me mira por encima del hombro, me tenso, dejo salir el aire retenido en mis pulmones, me da el frente completamente. Su mirada oscura, esa que me causa pánico. –A ti debería de darte unas buenas nalgadas a ver si así te enderezas, Makayla... –dice mi nombre en tono socarrón. –Que nombre tan ridículo, ahora que lo pienso.

–Cállate, borracho inservible –intento pasar junto a él y ayudar a mamá, lo evita. –Quítate, ella necesita de mi ayuda.

–No quiero... –dice con la voz arrastrada. –Sabes que, Makayla, unas nalgadas no sería lo justo para que te endereces y te quites esa idea errónea de que te gustan las mujeres, hay algo mejor que unas nalgadas.

–Larry... ni se te ocurra... tocar a mi niña... –trago duro, le miro fijo. –No la toques, Larry... no lo hagas.

–Es mi hija, yo decido lo que hago o no con ella... –me mira de pie a cabeza. –Cuanto has crecido, hijita.

–Vete a la mierda –vuelvo a intentar pasar junto a él y me toma del antebrazo, sacudiéndome con fuerza, nos miramos fijo. –Suéltame, Larry, suéltame...

–Vamos a la habitación, hijita, vamos...

– ¡Larry! ¡No! –mamá grita una vez más, papá me suelta con brusquedad para llegar a ella y darle una patada en el abdomen. – ¡Por favor Larry, detente! ¡Detente!

– ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! –con prisa observo por todo mi alrededor, mi vista cae en un jarrón junto al pequeño estéreo y lo tomo. – ¡Detesto tu llanto, lo detesto!

– ¿¡Y entonces por que la haces llorar!? –grito con fuerza, voltea a verme. – ¡Si detestas su llanto, porque la haces llorar, eh!

– ¡Makayla, cállate! –me grita, alzo el jarrón en mis manos, se burla. –No serias capaz de herir a papi, amor... –trago duro, cierro con fuerza mis ojos, eso es repulsivo. –Baja el jarrón, Makayla, ¡Bájalo!

– ¡NO! –y con rapidez y fuerza le doy en la cabeza, logrando que jadee del golpe y caiga en el suelo. – ¡Oh Dios mío! ¡Dios no! ¡Lo mate! Yo...

– ¡Maky, hija! ¡Vámonos! ¡Vámonos! –me encuentro desorientada, la voz de mamá la escucho distorsionada. – ¡Makayla! ¡Hija mía! ¡Mírame, mírame! –la observo de rodillas. –Vámonos, mi amor, vámonos... –asiento asustada.

Paso junto a papá, la sangre sale de una cortadura en su frente que se ve muy horrible, esta jadeante en el suelo, maldiciendo en voz baja y quejándose.

– ¡Julie! ¡Si te atreves a irte! ¡No vuelvas, zorra! –grita y me hielo.

– ¡No más, Larry, no más! –tomo a mamá como puedo. – ¡Mi hija es mucho más importante que tú, y no la vas a dañar como lo hiciste conmigo!

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