Capitulo 10 - Makayla Oriant.

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Makayla Oriant

Estate en silencio...

Intenta no centrar tu mente en lo que ocurre detrás de la puerta...

Todo pasara...

Todo terminara...

Respira Maky, respira, no llores...

Esa vocecita era la única que me daba cierto consuelo después de todo, era quien evitaba que hiciera las cosas por simple impulso. Me abrazo con tanta fuerza, oculto mi rostro entre mis piernas las cuales tengo rodeadas con mis brazos, mis ojos arden, mi nariz fañosa, aspiro un poco de aire, un sonido fuerte nuevamente, me estremezco en mi lugar.

Ese era el último, más sin embargo yo me mantengo de la misma manera, soy incapaz de moverme, no hasta que note que la luz sea apagada y el silencio reine.

Escucho el vibrar de mi móvil, pero no hago intento de tomarlo, no ahora, no hasta que esté segura de moverme de mi lugar. El llanto se escucha muy bajito, muevo solo un poco mi cabeza, la enfoco en el pequeño espacio entre el piso y la puerta y como un chasquido de dedos todo oscurece.

Me voy incorporando poco a poco, suelto mis manos, mismas que se me tornaron blanquecinas por sujetarlas tan fuerte.

Me levanto y me alejo de la esquina de mi habitación esa que últimamente ha sido mi refugio de unos 5 años para acá. Descalza y sintiendo el frio bajo mis pies apresuro el paso para adentrarme a mi cama y olvidarme de esta amarga noche.

Pero eso no pasa, eso nunca ocurre, yo no soy capaz de ignorar u olvidar, el sollozo que proviene del otro lado de la puerta me abruma y logra que mi corazón comience a latir con dolor. Cierro mis ojos con fuerza, con tanta fuerza para no salir de mi habitación y olvidarme un poco de ese llanto lleno de dolor, porque cuando yo la he pasado mal, siempre le he necesito y ella nunca puede, nunca esta.

Suspiro, siendo más consciente de la situación que lo que ha sido ella en los míos, porque después de todo es ella y siempre lo ha sido. Ella es quien me quiere a pesar de mis errores, después de todo es ella, es mi mamá quien en este momento sufre y se, que es incapaz de moverse del lugar donde está o mejor dicho, donde la dejaron.

Así que, corriendo a mi cuarto de baño –sin hacer tanto ruido–, tomo mi botiquín y lo dejo sobre la cama, para este momento sé que ahora ha de estar quedándose dormido. Seguro es de esas borracheras donde su cabeza toca la almohada y cae dormido enseguida.

Con mucho cuidado quito el seguro y abro la puerta de mi habitación, todo está en penumbras, escucho el sonido arrastrado de vidrios sobre el piso, estos provienen de la cocina. Encaminándome con prisa, pero sin hacer el mayor de los ruidos, volteo repetidas veces detrás de mí, ya que con él uno nunca se sabe que pueda pasar, y siempre debo estar precavida.

Al cruzar y adentrarme a la cocina la encuentro, de rodillas, manos apoyadas en el suelo mientras intenta recoger el desastre que ahora tenemos en el suelo, me acerco, me coloco de cuclillas y detengo sus manos.

Sus hombros comienzan a temblar, yo ni siquiera siento una pizca de dolor al verla de esa manera, ni siquiera intento consolarla, ni siquiera le expreso mi apoyo con un abrazo, solo tomo sus antebrazos y le ayudo a colocarse de pie. Por la oscuridad en la que está la cocina no puedo mirar bien su cara, pero las diminutas gotas de sangre me dejan saber que hoy fue un maldito con mamá.

Ambas entramos a mi habitación, procedo nuevamente hacer todo en silencio y paso el pestillo ha cerrado, enciendo la lámpara de mi mesita de noche y al enfrentarla ella baja su mirada. Suspiro y niego un poco cansada, paso abrir el botiquín de primeros auxilios, busco algodón, vendas, pomada y alcohol para limpiar sus heridas abiertas, esas mismas a las que yo me enfrento en días como estos.

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