La brisa fría logra que cierre mis ojos por unos segundos y disfrute de ella. La voz de Jesse de The Neighbourhood cantando A Little Death se adueña de todo el interior del coche. Hans tararea para luego comenzar a cantar el coro, me alejo un poco de la ventanilla y lo observo de lleno.
Se entretiene en ello, es notable el hecho de que le gusta mucho cantar, incluso más que tocar su guitarra. Me embeleso al mirarlo, es como si él fuera un imán y yo objeto de hierro que busca su apego. Estiro mi mano, tomo la suya, esa que descansa en su pierna derecha y la entrelazo, noto una sonrisa en sus labios, me mira de reojo.
Ninguno de los dos dice nada, él se mantiene en silencio al igual que yo y llevando mi mirada al frente, me enfoco en la carretera solitaria delante de nosotros. Estoy segura de que vamos a las afueras del pueblo, no es tan largo el trayecto, así que estoy segura que en unos minutos habremos llegado.
La mente debería de tenerla en este momento, aprovechando este escape con Hans, pero los pensamientos se van hasta la fiesta. Donde deje a mis amigos botados, y donde le deje saber a Josiah, que lo de Hans y yo, va más allá que unos simples encuentros. Trago grueso, lo hago porque no sé qué me ha de esperar mañana, y pensar en que podrían invadirme con preguntas me da pavor.
– ¿Todo bien? –escucho la voz del pelinegro, este le baja un poco de volumen al estéreo.
–Sí, todo bien –esbozo una sonrisa, sé que me mira de reojo.
–Podemos volver si así lo deseas –volteo a verle, mantiene su mirada al frente, niego.
– ¿Por qué volveríamos? Seria aburrido –el coche comienza a descender, nos detenemos. – ¿Qué ocurre?
–Llegamos –entrecierro mis ojos, observo mi alrededor.
– ¿Llegamos? Pero si aquí no hay más que agua del rio corriendo y árboles, y arbustos.
– ¿No te gusta? –chiteo.
–Es algo diferente, muéstrame, Hans.
Este al voltear y verme, sonríe de lado y quitando el cinturón de seguridad, baja. Acto seguido yo hago lo mismo, pero antes de abrir la puerta, él lo hace por mí y me ayuda a bajar. Tomo su mano y ya fuera del coche, la brisa fría es más intensa y me es inevitable no abrazarme de inmediato.
Sé que Hans lo nota, de inmediato quita su suéter, noto que lleva una franela verde olivo y la luz de la luna –la cual esta intensa la noche de hoy–, logra que su piel se vea más pálida y sus tatuajes resalten más. En cuanto me coloco el suéter, y vuelvo a mirarle, este se encuentra agachado con una rodilla apoyada en el asfalto, esto me confunde, carraspeo.
– ¿Qué ocurre? ¿Te sientes bien? –le escucho reír.
–Sube.
– ¿¡Eh!? ¿Qué hablas?
–Sube en mi espalda, vamos –mis cejas se disparan hasta el cielo –literalmente– y niego. –Margot, sube, anda.
–Pero...
–Que subas, hermosa, anda.
¡STOP!
Hans Wings me acaba de decir hermosa, y pretende que no reaccione ante ello, siendo yo capaz de sentir este fuerte golpeteo tan apresurado de mi corazón al escuchar eso.
Sé que no se colocara de pie y que debo subir a su espalda, sí o sí. Dudosa, termino haciéndolo. Mis manos sudan, no lo niego, sé que peso un poco, que no soy una pluma, pero me arriesgo. Conmigo en su espalda, Hans se incorpora y la incomodidad y la pena es tanta que estoy segura mis mejillas están ruborizadas.
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Conexiones.☆
Novela JuvenilLibro 1 - El hilo rojo. ¿Desde cuando podemos sentir una conexión con alguien ajeno a nuestra vida? ¿Quizás al tocar su mano? ¿Al sentir su cercanía? O simplemente ¿Al escuchar su voz? En esta ciudad llamada Hood River, un grupo de estudiantes come...