23 SEPTIEMBRE, 1952

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Park Fawcett

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Park Fawcett

La vi unos segundos mientras estaba en su celda, leía un libro azul con el título en dorado, se había amarrado el cabello y solo dos mechones largos le caían por la frente.

Después del desayuno, jugué softball con los chicos, evité mencionar el tema de que ella era una asesina serial, pero sí les dije que las cosas se habían puesto complicadas.

Mire su rostro, el interés en su lectura. Entendí que a mis ojos, no parecía, ni podría parecer, una matona a sangre fría, más bien parecía una asesina culposa en todo caso, como yo suponía serlo.

Iba en las últimas páginas del libro y cambiaba de página cada pocos minutos. Su uniforme se había arrugado, la blusa estaba desabotonada y solo veía la camiseta blanca.

Se había quitado tanto sus botas como las calcetas, había cruzado sus piernas y al ver la postura de su espalda, yo podía sentir una contractura. Ganas no me faltaron para pedirle que se enderezara.

Gritaron que apagáramos las luces y aunque ella se levantó a apagarla, siguió leyendo en plena oscuridad naciente, solo provoco que me dolieran los ojos, así que deje de observarla.

Vi como un oficial se acercaba a Akela y le susurraba algo. Ella le contesto con la misma mirada sínica que siempre tenía conmigo, pero esta vez, dibujó una pequeña sonrisa en su rostro.

El oficial se alejó y ella siguió leyendo un par de minutos más, luego, hizo lo de siempre, mirar el techo y no querer dormir.

Fue en ese inter que otro guardia se le acerco, se le quedó viendo y no era precisamente al rostro.

Me reacomodé en la cama de modo que pude ver a la perfección la escena.

Vi a Akela y la manera en que miraba al guardia a los ojos, aunque este no la miraba, parecía apreciar su cuerpo por debajo de la ropa.

Observe atento la escena, el guardia la veía con unos ojos prepotentes y arrogantes, pero Akela todavía lo veía con más arrogancia.

Al día siguiente, en la cafetería, volvimos a sentarnos juntos en el desayuno, uno justo frente al otro.

Ella comía con calma, yo no sabía manejar la ansiedad y comía a toda velocidad. Miraba a Akela, ella no me miraba, igual que siempre.

—Te ves pálido —dijo ella, su acento se marcó más que en ocasiones pasadas, no supe bien si en ese momento se me hacía sexy, o por el contrario, muy creppy. Se llevó un pedazo de la comida a la boca. Quise sonreírle, pero algo me lo impidió.

Había tensión entre los dos. Ella me había dicho el que sonó como el mayor secreto, y yo no sabía cómo gestionarlo.

—Y tú te ves rosa —ella no sonrió, pero levanto la mirada hacia mí. Sí se veía rosa.

—Hace frio —se encogió de hombros. —Con el frio me pongo rosa.

Eso fue lo único que le habíamos dicho al otro, luego nos sumimos en un fuerte silencio, uno que duro dos semanas.

Eso fue lo único que le habíamos dicho al otro, luego nos sumimos en un fuerte silencio, uno que duro dos semanas

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«A ojos de todo el mundo, ella estaba ahí por error, en cualquier momento volvería a cometer una locura y la sacarían de ahí. Igual que como habían hecho cuando tenía seis años y había provocado un pequeño accidente al director.»

Los amantes de Alcatraz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora