20 DICIEMBRE, 1952

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Akela Clark

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Akela Clark

A la hora de comer, Park decidió intentar algo diferente.

Carl, su amigo, no era precisamente un vago, como el resto de sus amigos. Era guapísimo, pero no de manera exterior, sino debido a que la manera en la que hablaba era fascinante.

Me senté justo frente a ambos chicos, miré a Park, pero tuve que quitar la mirada rápido, sus ojos me hacían querer sonreír y decirle cosas bonitas.

Y eso no iba a pasar.

—Un gusto, Akela. —Le estreché la mano a la par que el la mía.

En realidad, fue simple, Park sonreía, yo fingía no sentirme como mantequilla cada que él lo hacía y me intentaba concentrar en la comida. Luego, Carl soltaba algún comentario y lograba captar mi atención.

—Déjame adivinar. ¿Park te cuenta todos los chismes que hablamos? —dije y Carl sonrió y asintió.

—Constantemente. —De manera casi inconsciente volteé a ver a Park, quien, a los segundos, se quedó quieto, sus orejas se tiñeron por completo de rojo y estuve a nada de soltar una carcajada.

Era muy tierno el condenado.

—¡No es cierto! —dijo, y ahora el calor subió a sus mejillas.

—Entonces sabes de quien soy hija.

Él de nuevo asintió.

—Descendiente de Morgan Clark. —Me gustó la palabra descendiente, sonaba mejor que un triste "hija de..." —En realidad, es algo genial.

Arqueé mi ceja.

—¿Perdón? —miré a Carl, luego a Park.

—Lo que oíste. Es algo genial continuar con el legado de un hombre tan genial como Clark.

—Era un ladrón y asesino.

—Todos aquí lo somos —dijo —Si vas a ser hija de un asesino, al menos serlo del mejor de todos.

Arqueé más las cejas, sin darme cuenta, el razonamiento me había comenzado a gustar.

Park lo miró con una cara que parecía decir «¿Como no se me había ocurrido eso antes?»

—Me agradas —dije, y ahora Park se quedó blanco, Carl sonrió y sin darme cuenta, me divertí de ver a Park con la cara de matón a sueldo que puso.

—Solo digo, nunca me dijiste que te agrado, llevamos meses hablando y ni en un solo momento fuiste para decirlo, y en dos segundos de conocer a Carl, se lo dices

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—Solo digo, nunca me dijiste que te agrado, llevamos meses hablando y ni en un solo momento fuiste para decirlo, y en dos segundos de conocer a Carl, se lo dices.

Lo miré despectivamente, aunque en el interior, sentía una risa emerger de mí.

Me contuve.

—Dios mío, eres demasiado dramático.

—No lo soy —dijo con la cuchara a mitad de viaje. —Pero al menos podías decirme algo bonito cuando nos conocimos.

Rodé los ojos y mastiqué.

—Creí que era obvio que me agradabas.

—¿Y nunca me lo dijiste? —bajé la cabeza y fingí comer, solo que, en realidad, sonreí para mis adentros.

—Supéralo. —dije mirándolo ahora.

—Digo, no fuera Carl porque ahí sí puro halago y que qué tal el poema de la Sylvia Plath, y no sé qué tanto de la divina comedia y...

En realidad, le enojaba que Carl y yo habláramos de las artes y el no tuviera ni la mínima idea de quien era Sylvia Plath.

Luché por no escupir la sopa a mitad de la risa que quise soltar.

—¿Y de cuando acá te enoja eso? —dije con una sonrisa diminuta en los labios —Siempre te hablo de libros y arte.

—Y ahora también a Carl —dijo cruzándose de brazos.

—¿Cuál es el problema con eso? —le dije en un aire retador, juguetón, quería saber que pretendía decirme.

Pero mi sexto sentido se había despertado, fingía equivocarme, pero el corazón se me aceleraba de solo pensar que, en realidad, se había puesto solo un pelín celoso.

—Qué es algo nuestro.

Sip, sí estaba celoso.

Me gustó verlo celoso, más por alguien como Carl, con quien, según descubrí ayer, solo compartía el gusto por las bellas artes.

Él se puso rojo, supe que se había arrepentido de haberlo dicho.

—¿También es algo nuestro?—. El asintió casi apenado, con sus mejillas como un niño gordo en gimnasia después de correr por media hora.

Fue algo casi inconsciente, un movimiento que no planeé, del cual no me arrepentí. Acerqué mi pierna a la suya, hasta que sus pies rozaron los míos.

—Hay muchas cosas nuestras —dijo y entre sus pies, agarró el mío, despegándolo del suelo y metiéndolo entre sus talones.

Tuve que contener el aire unos segundos.

—¿Ah, sí? —dije con una voz casi murmurada.

Sus ojos vieron los míos, no fui capaz de apartarlos, tenía la necesidad de verlos, sentir su piel rodeando la mía era algo espléndido, algo fascinante, que hizo que mi estomago comenzara a revolotear.

—Completamente —sonreí.

Durante la comida, sus pies siguieron envolviendo el mío, sin necesidad de separarnos. El seguía soltando comentarios sobre lo ofendido que se sentía por nunca haber recibido un cumplido mío.

Yo internamente sonreía y me burlaba de su actitud casi tóxica. 

¿Qué tal el pobre Park celoso? 

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¿Qué tal el pobre Park celoso? 

I mean, corto, pero aceptable. Y ya es veinte de diciembreeee. ¡Feliz navidad! 
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«Sus ojos negros se detuvieron y se me quedaron viendo por muchos segundos, más de los que son políticamente correctos.

—Bueno... debo decir que esto será interesante —dijo él, con una mueca extraña en su rostro.»

Los amantes de Alcatraz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora