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Akela Clark

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Akela Clark

El mar parecía que traía corrientes de la mismísima antártica, el frio me helaba la sangre, hacía que cada fibra de mi cuerpo se tensara y careciera de todo tipo de movimientos.

Estaba oscuro, no podía ver nada, de vez en cuando las luces de las torres se acercaban a donde estaba, lo que me indicaba que no estaba tan lejos de la costa de Alcatraz.

Eso me ponía los nervios de punta.
Las olas se alzaban y arrasaban conmigo, hundiéndome y empujándome hacía la cárcel, por lo que me tocaba luchar con estas e intentar impulsarme y camuflarme entre estas.

Park y yo lo habíamos discutido desde el inicio, no podíamos nadar como normalmente se hacía, no podíamos usar grandes y complicados estilos de nado, porque eso no serviría para nada más que delatarnos, por lo que, teníamos que ir bajo el agua, cerrar los ojos, nadar a ciegas por las frías aguas que amenazaban con matarnos.

Al menos a mí, porque no lograba ver a Park.

El miedo se instauraba cada vez que pensaba que él no era un nadador experto, esas corrientes eran más fuertes de lo que le había advertido, que podría estar muerto, que podría estar ahogado, que jamás lo volvería a ver, y que esto, este escape, este intento de escape, no había servido de nada, porque, probablemente hubiera perdido a la persona que había sido mi motivación para escapar.

Intentaba alejar esos pensamientos, pero parecía que nada serviría.
Qué no lo lograría, que no lo lograríamos.

Qué habíamos fallado, y me intentaba impulsar, cerrar los ojos y nadar, de todas las maneras que conocía, de la manera que podría ser más rápida, en la que podría avanzar más. Pero parecía que Alcatraz seguía detrás de mí, parecía que una fuerza invisible me estuviera empujando de regreso, como tal vez tenía que ser.

Tal vez tuvimos que habernos quedado en Alcatraz.

Park hubiera estado conmigo unos años, tal vez en ese tiempo las cosas no funcionaban y nos veíamos obligados a alejarnos. Eso sería menos doloroso que haberlo perdido a escasos minutos de la libertad absoluta.

Pensaba que todo estaba acabando, tanto, que ni yo misma era capaz de percatarme de lo mucho que me había alejado ya de la gran prisión.

Su sombra seguía detrás de mis espaldas, pero ya las luces no enfocaban cerca de donde estaba.

Ya debía de estar a unos varios metros de la prisión.

Ya debería de estar lo suficientemente lejos, ya debería de al menos, haberme encontrado con Park.

—A... Akela —escuche detrás de mí una voz.

Su voz.

Fue como si un coro de ángeles hubiera dicho mi nombre, aunque solo fuera él quien hablaba cortado, tartamudo.

Los amantes de Alcatraz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora