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Akela Clark

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Akela Clark

La ola me tragó, me hizo terminar varios metros bajo la densidad del océano, me hizo estar a punto de ser tragada por esta, de casi morir bajo el océano.

Pero abajo, en el mar, con poco aire en los pulmones, con un cuerpo que no estaba preparado para ese frio infernal, para lo congelada que estaría esa parte del mar, logre abrir los ojos.

Fue algo inconsciente, algo como más de supervivencia que de otra cosa, porque ya sabía que iba a morir, ya estaba escrito, no había ninguna posibilidad, sino era por la creciente hipotermia, seria por el tiburón esperándome en la espalda.

Pero debajo del agua todo cambió, una sensación relajante envolvió otra.

Una de dolor.

Una que me estaba dejando sin aire.
Sentía el chaleco bombear y subirme, luego la ola del mar arrastrándome de nuevo a las profundidades, pero también sentía mi corazón alentarse, sentía la soledad de no sentir a Park a mi lado.

Y giré.

Giré solo para ver a mi futuro asesino; al que de hecho, probablemente era el asesino de Park.

Pero no vi nada.

No había nada.

No había nadie.

Pensé que era porque estaba loca, que tal vez Park había muerto mucho antes de lo que pensaba, que tal vez, solo había sido un producto de mi imaginación haberlo oído, y haber estado a punto de decirnos que nos queríamos, que nos amábamos.

Que tal vez nunca había salido de lo más cerca de la bahía de Alcatraz.
Seguía debajo del agua, con el cuerpo tembloroso, pero ya no era de frío, tampoco de miedo, ni de nada parecido.

Temblaba de impotencia, de frustración.

Frustración porque todo era mi culpa, él siempre me había dicho que no, que no había forma de huir, que no, que no saldríamos vivos de esa.

Quise gritarle que me perdonara donde fuera que estuviera, decirle tantas cosas que jamás le había dicho hasta ese momento.

Park estaba muerto.

Eso era lo único que podía decir, era de lo único de lo que era capaz. porque fue, fue algo horrendo, algo que no le deseo ni a al director de Alcatraz.

Bajó el agua, con los ojos buscando algo que no estaba, un tiburón al que solo había imaginado, es que comencé a llorar, de una manera imperceptible, el mismo océano las ocultaba, pero yo sabía que estaba llorando, lo sabía por como mi cuerpo ardía, como temblaba, como rogaba que agarrara más aire.

El chaleco impedía que me fuera más y más hondo, pero las olas le daban batalla, y me iban hundiendo, y cuando parecía que iba a salir, una ola monstruosa me tiraba de regreso a lo profundo.

Los amantes de Alcatraz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora