6 ENERO, 1953

112 30 12
                                    

Akela Clark

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Akela Clark


Habían pasado pocos días de haber peleado-besado en la librería, pocos días de haber estado en una situación tensa. El problema que yo sufría en o después de, situaciones estresantes o tensas, era la locura.

Siempre veía cosas, oía gente, esa era mi vida normal, era mi día a día, una rutina, pero después de algo que me estresara, las voces comenzaban a tomar forma, agarrar un cuerpo; los fantasmas del pasado regresaban y lograban desequilibrarme, todos, y, cada, uno.

Después de la mini pelea en la biblioteca, Pamela se presentó, obligándome a matar a un desconocido que estaba junto a mí en las mesas. Park había notado eso, había visto como mi cara se ensombreció, o como agarre la cuchara con fuerza, o tal vez había visto la misma expresión de terror en mi rostro. Tal vez la reconoció de la última vez que la había visto. Sujetó mi pie entre los suyos, me distrajo de Pamela, un distractor muy eficiente, por cierto.

Estábamos en un rincón de la mesa con la pared a nuestro lado, por lo que aprovecho un instante donde nadie nos veía para sujetarme de la mano, rozando las yemas de sus dedos conmigo.

—Es falso, cielo, es falso.

Había susurrado, yo lo había volteado a ver y había asentido nerviosa.

Pero durante la barbería, escuchaba la voz de Pame decirme que asesinara a alguien, insistía en obligarme a matar y tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para no clavarle las tijeras en la cabeza a un preso que se cortaba el cabello ese día.

Durante la noche tuve otro pequeño episodio de locura, viendo a Pamela acercarse a Park y hacerle una herida en la pierna con una navaja.

Le clavaba el arma, de esta no quedaba rastro alguno del filo, solo quedaba el mango y aunque yo sabía que era falso, mi parte demente se alocaba, me hizo mover los barrotes, decirle a Park que se alejara.

Claro que nada pasaba y Park me decía cosas bonitas, diciéndome que respirara, que cerrara los ojos, que no había nada, que él no corría peligro.

Estábamos sentados, uno junto al otro, con las manos entrelazadas escondidas entre el pequeño espacio que quedaba entre nosotros, tenía mi cabeza apoyada en su hombro de la manera más discreta que podía, aunque había partido de softball y en realidad, nadie nos prestaba atención, incluso Park estaba concentrado en ver cuál de los equipos se coronaba vencedor.

A mí me aburria en sobremanera, y el croquet me parecía todavía más entretenido que ver al gordo de "Gerald" no encestando o como fuera que se dijera. Por lo que desvié mi vista a San Francisco y el mar durante unos cuantos segundos, pensando en pronto escapar, en que debíamos de escapar.

Entonces papá apareció ante mis ojos.

Otra alucinación, evidentemente.

Pero siempre que lo tenía frente a mí lograba hacerme querer llorar, querer correr hacía él y abrazarlo, decirle cosas que nunca había podido decirle, y disculparme por no haber podido verlo en años (aunque en realidad eso no era mi culpa.) Sin embargo, él no me miró de manera creppy, no me dijo que matara a nadie, en cambio, me observó.

Los amantes de Alcatraz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora