19 DICIEMBRE, 1952

115 28 5
                                    

Akela Clark

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Akela Clark

—¿Miedo a qué? —pregunté con el ceño fruncido, sin tener entendimiento de lo que la niña me decía, es decir, una cosa era ser paranoica y la otra era estar completamente desquiciada.

—A las computadoras —susurró la niña. —Es que, simplemente es cómo... tienen chips, o algo por el estilo, y simplemente presionas un botón y listo: funcionan; eso no es normal, eso no es natural, ¿Quién afirma que no pusieron algún aparato en la computadora que nos esté espiando y pasando la información al gobierno americano para controlarnos?

Fruncí todavía más mi ceño. Me le quedé observando unos segundos, es decir, tal vez yo estaba enferma, aunque claro que lo mío llegaba e iba. Pero eso no quitaba que, la teoría de esa niña era (posible) pero extremadamente ridícula.

—Suena lógico —decidí decir al final. —Pero no deberías preocuparte por eso.

Ella bajó la vista, se quedó quieta en su silla unos segundos, aunque yo de la manera más ligera posible, alcancé a ver como su pierna temblaba, y escuché como su respiración se alentaba, como si estuviese entrando en un momento de soledad interna, en donde, por supuesto, yo no estaba metida.

Y como para mi desgracia, yo literalmente era la que tenía que escuchar todos sus problemas, significaba que me tocaba esperar a que su momento de destierro mental pasara para que, de esa forma, pudiera al fin acabar con el calvario de atenderla.

—Okey, Sonia —dije al cabo de un rato, porque, aunque pensaba esperar, ella no regresaba del más allá. —Por más que nos estamos viendo tu no quieres cooperar, ni conmigo, ni con tu papá y ni siquiera contigo misma —solté aire. —Y en caso de que te interese, he tenido una semana muy ruda, porque sí, la vida en la prisión es dura, aunque no lo parezca, y sinceramente lo último que quiero es perder mi tiempo cuando podría estarlo ocupando en... —Quise decir ocuparlo en Park. —Bueno, en ciertos pendientes.

—¿Y cuáles son? —insistió curiosa. —¿El chico lindo de ojo azul?

Aunque apenas alzó su vista, yo ya la tenía clavada en ella.

—¿Chico lindo de ojo azul? —mi voz se oyó aterrorizada, un poco más de cómo debería de sonar.

Pero la manera en la que ella hablaba, y su manera de observarme, así como su mueca de niña enferma, no cubría que se estaba metiendo en asuntos que no le correspondían.

—Sí —se encogió de hombros —Y sé que te molesta porque no me corresponde meterme en.... bueno, pues en tus cosas, pero si me dejas decirlo, a mí me pareció lindo.

—Porque es lindo —defendí yo —Solo... Primero ¿Cómo lo conoces?

Era más que obvio que se refería a Park, pero se suponía que la niña se tenía que mantener lejos de los presos y de la cárcel, y de todo lo referente al trabajo de su papá.

Los amantes de Alcatraz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora