5 DICIEMBRE, 1952

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Park Fawcett

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Park Fawcett


—¿Qué quieres decir cuando dices ataque de pánico? —me miro con sorpresa.

—Pues eso —dije con el ceño fruncido.

Los muchachos todavía seguían en la fila esperando a recibir su comida, Carl y yo ya estábamos sentados, él, literalmente había dejado de comer solo para escucharme.

—Solo... Comenzó a actuar raro. Desde la mañana estaba rara y de un momento a otro actuó como... no se... Mas rara de lo usual.

Carl frunció el ceño todavía más, como si procesara la información. En muchos aspectos era como Akela, su manera de analizarlo todo, por ejemplo.

Yo por otro lado, estaba en las nubes, como lo había estado todo el día anterior, solo divagando entre el que le había pasado, en el porqué, en el cómo.

—¿Dices que te aventó? —dijo lentamente, yo asentí. —¿Que le hablaba a alguien que no estaba? —de nuevo asentí. —¿No te dijo nada después?

—La sedaron, me levanté cuando el guardia se fue, intenté hablar con ella, me agarro los brazos, luego me aventó y ya luego la sedaron —dije en una especie de resumen.

—Suena muy raro —susurro —No sabría que decirte, pero parece que tu amiga esta... Llamémosle enferma. Es una mera teoría pero...

—Fawcett. El director te busca —ambos giramos la vista, vimos al oficial que siempre le dirigía sonrisas a Akela.


Akela Clark


Cuando desperté, mi cabeza zumbaba y podía sentir como todo mi cuerpo temblaba en pequeños espasmos, mi corazón parecía ir lento, sentía que estaba en la peor de las pesadillas porque todo se movía y ardía.

—¿Qué me paso? —pregunté al hombre de bata blanca que estaba en frente mío. Este volteo a verme y me sonrió con dulzura.

—Tuviste un ataque de pánico. —Me incorporé un poco y me senté sobre lo que parecía ser metal frio, sujetaba mi cabeza justo donde punzaba, apretaba para ver si el dolor se iba, pero persistía.

—Eso es imposible —musite en algo parecido a un quejido —No tengo un ataque de pánico desde los seis años.

—Pues felicidades, ya tuviste uno.

Mi cabeza me punzaba, me dolía todo el cuerpo, como si me hubiese caído un cerro encima, los músculos contracturados, la espalda me ardía y la garganta me quemaba. No tenía recuerdos de prácticamente nada, recordaba la sangre y el vino escurriendo por las paredes, fuera de eso, mi mente había borrado todo, y la verdad, no luche por recordarlo, no quería hacerlo.

—¿Qué fue lo que hice?

—Tiraste a uno de los guardias, gritaste como maniaca y goleaste a uno de los prisioneros. —Fruncí el ceño, esa no era yo, es decir, lo de gritar tonterías, era lo único que sonaba relativamente parecido a mí, lo demás, sonaba más de una asesina serial.

Los amantes de Alcatraz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora