29 JULIO, 1949

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Park había crecido, incluso había madurado, pero a ojos de su padre, seguía siendo el mayor tonto de la historia, así que él en realidad no podía (ni se atrevía) a contradecirlo sabiendo que era verdad

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Park había crecido, incluso había madurado, pero a ojos de su padre, seguía siendo el mayor tonto de la historia, así que él en realidad no podía (ni se atrevía) a contradecirlo sabiendo que era verdad.

No es que fuera un letrado, pero sus conocimientos eran en realidad, escasos comparados con los que alguna vez había tenido Catherine.

Pero ahora Catherine no era ni la sombra de quien alguna vez fue, en realidad, Park también solía culparse de eso.

Era su culpa que Cat hubiera conocido a Leonardo, tuvo que ir y decirle a su papá que Catherine se había escabullido con él y tal vez todo hubiera cambiado.

Tal vez así ella no hubiera cambiado.

Pasaron años hasta que Cat se atrevió a hablarle a Park sobre Leonardo, le dijo que era un cantante apasionado, que pronto sería famoso y todas las ilusiones que tenían juntos, le dijo que trabajaba para el tío entregando mercancía importante, aunque no le quiso decir que tipo de mercancía.

Ese fue otro error de Park, debió de preguntar, de insistir, hubiese puesto más ahínco en saber qué es lo que él entregaba, debió haberle dicho que no se metiera en cosas turbias. Si lo hubiese hecho, todo hubiese sido diferente, todo hubiese funcionado de manera distinta.

Pero no lo hizo, decidió ocultarlo y decidió que ella podía cuidarse sola.

Y Cat sí podía. Pero el amor vuelve ciega a la gente, consume su propia voluntad, les anula el juicio, de la misma manera en la que lo hace el alcohol.

Y Cat estaba padeciendo ambas.

Primero fue el alcohol, Cat peleaba casi a diario con Leonardo, cuando su madre se iba a trabajar y su padre se desaparecía a lo mismo, ella se escabullía y regresaba con el rímel corrido y lágrimas en los ojos, le decía que se habían peleado, se volvía a ir y regresaba con los ojos rojos y un asqueroso olor a alcohol que la inundaba.

A Park le tocaba ayudarla, evitar que descubrieran su borrachera, eso podría ser fatal para ella.

Pero no se quedó solo ahí. Ojalá y se hubiese quedado solo ahí, le hubiese encantado que se quedara solo ahí.

Pero Cat encontró la forma de empeorarlo, porque a los pocos meses, Park salió a buscarla a un bar algo lejano, donde le dijo que iba a estar. Había entrado al bar, la había buscado y lo que había encontrado lo había dejado tieso en el suelo, quieto, sin moverse nada, sintiendo que la sangre le dejaba de correr por las venas.

—¿Cuánto? —dijo un hombre, viendo lo que estaba sobre la barra.

Cat dijo un precio exorbitante, el hombre asintió.

El hombre se comenzó a alejar, Park se acercó a la barra.

—¿En serio? —le susurró al llegar junto a ella, señaló la droga que reposaba sobre la barra y Cat solo se puso blanca, casi tanto como el polvo.

Los amantes de Alcatraz ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora