encontraba hubiera pensado que podía hacer pasar a su jefe. Pero esta leve
descortesía, que más adelante explicaría satisfactoriamente, no era motivo
suficiente para despedirle. Y Gregorio pensó que, de momento, en vez de
molestarle con quejas y sermones era mejor dejarle en paz. Pero la
incertidumbre en que se hallaban con respecto a él era precisamente lo que
inquietaba a los otros, disculpando su actitud.
-Señor Samsa –dijo por fin, el gerente con voz engolada–, ¿qué significa
esto? Se ha atrincherado usted en su cuarto y no contesta más que con
monosílabos. In quieta usted inútilmente a sus padres y, dicho sea de paso,
falta a su obligación con el almacén de una manera inconcebible. Le hablo en
nombre de sus padres y de la empresa, y le ruego encarecidamente que se
explique en seguida y con claridad. Estoy asombrado; yo le tenía a usted por
un hombre formal y juicioso, y no entiendo estas extravagancias. La verdad es
que el señor director me insinuó esta mañana una posible explicación de su
ausencia: el cobro que se le encomendó que hiciese efectivo anoche. Yo dije
que respondía personalmente que no había ni que pensar en tal posibilidad;
pero por ahora, ante esta incompresible actitud, no siento ya deseos de seguir
intercediendo por usted. Su posición no es, desde luego, muy sólida. Mi
intención era decirle todo esto a solas; pero como a usted al parecer no le
importa hacerme perder el tiempo, no veo por qué no habrían de oírlo sus
señores padres. Últimamente su trabajo ha dejado bastante que desear. Es
verdad que no está en la época más propicia para los negocios; nosotros
mismos lo reconocemos. Pero, señor Samsa, no hay época, no puede haberla,
en que los negocios se paralicen.
-Ya voy –gritó Gregorio fuera de sí, olvidándose en su excitación de todo
lo demás–. Voy inmediatamente. Una ligera indisposición me retenía en la
cama. Estoy todavía acostado. Pero ya me siento bien. Ahora mismo me
levanto. ¡Un momento! Aún no me encuentro tan bien como creía. Pero ya
estoy mejor. ¡No entiendo cómo me ha podido ocurrir! Ayer me encontraba
perfectamente. Sí, mis padres lo saben. Mejor dicho, ya ayer percibí los
primeros síntomas. ¿Cómo no me lo habrán notado? ¿Por qué no lo diría yo en
el almacén? Pero siempre se cree uno que pondrá bien sin necesidad de
quedarse en casa. ¡Por favor, tenga consideración de mis padres! No hay
motivo para los reproches que me acaba de hacer; nunca me han dicho nada
parecido. Sin duda, no ha visto usted los últimos pedidos que he transmitido.
Además, saldré en el tren de las ocho. Con estas dos horas de descanso he
recuperado las fuerzas. No se entretenga usted más. En seguida voy al
almacén. Explique allí esto, se lo suplico, y presente mis respetos al director.
Mientras decía atropelladamente todo esto, Gregorio, gracias a la habilidad
adquirida en la cama, se acercó sin dificultad al baúl e intentó enderezarse
apoyándose en él. Quería abrir la puerta, presentarse ante el gerente, hablar
