22

32 2 0
                                    

forma de intervenir con la mayor delicadeza y el máximo de precauciones. Por


desgracia su madre fue la primera en volver, mientras Grete, en la habitación


de al lado, seguía forcejeando con el baúl, aunque sin lograr cambiarlo de


sitio. La madre no estaba acostumbrada a la vista de Gregorio y la impresión


podía ser muy fuerte, por lo que éste, asustado, retrocedió rápidamente hasta el


otro extremo del sofá; pero no pudo evitar que la sábana que le ocultaba se


moviese ligeramente, lo cual bastó para llamar la atención de la madre. Ésta se


detuvo bruscamente, quedó un instante indecisa y volvió junto a Grete.


Aunque Gregorio se decía que no iba a ocurrir nada del otro mundo, y que


sólo unos muebles serían cambiados de sitio, aquel ajetreo de las mujeres y el


ruido de los muebles al ser arrastrados le causaron una gran desazón.


Encogiendo cuanto pudo la cabeza y las piernas, aplastando el vientre contra


el suelo, se confesó a sí mismo que no podría soportarlo mucho tiempo.


Estaban vaciando su cuarto, quitándole cuanto amaba: se habían llevado el


baúl en el que guardaba la sierra y las demás herramientas, y ahora estaban


moviendo el escritorio, sólidamente asentado en el suelo, en el cual, cuando


estudiaba la carrera de comercio e incluso cuando iba a la escuela, había hecho


sus ejercicios. No tenía un minuto que perder para neutralizar las buenas


intenciones de su madre y su hermana, cuya existencia, por lo demás, casi


había olvidado, pues, rendidas de cansancio, trabajaban en silencio y sólo se


oía el rumor de sus pasos cansinos.


Mientras las dos mujeres, en la habitación contigua, se recostaban un


momento en el escritorio para tomar aliento, Gregorio salió de repente de su


escondrijo, cambiando de trayectoria hasta cuatro veces: no sabía por dónde


empezar. En esto, le llamó la atención, en la pared ya desnuda, el retrato de la


mujer envuelta en pieles. Trepó precipitadamente hasta allí y se agarró al


cristal, cuyo frío contacto calmó el ardor de su vientre. Al menos esta estampa,


que su cuerpo cubría ahora por completo, no se la quitarían. Volvió la cabeza


hacia la puerta del comedor, para ver a las mujeres cuando entrasen.


Éstas casi no se concedieron descanso, pues enseguida estuvieron allí de


nuevo; Grete rodeaba a la madre con el brazo, casi sosteniéndola.


-¿Qué nos llevamos ahora? -preguntó Grete mirando a su alrededor.


En esto, su mirada se cruzó con la de Gregorio, pegado a la pared. Grete


logró dominarse únicamente a causa de la presencia de la madre; se inclinó


hacia ésta, para impedir que viera a Gregorio, y, aturdida y temblorosa, dijo:


-Ven, vamos un momento al comedor.


Para Gregorio, las intenciones de Grete estaban claras: quería poner a salvo


a la madre, y después echarle de la pared. ¡Que lo intentase si se atrevía! Él


continuaba agarrado a su estampa, y no cedería. Prefería saltarle a Grete a la

Metamorfosis - Franz KafkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora