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Gregorio no llegó, pues, a salir de su habitación; permaneció apoyado en la
hoja de la puerta, mostrando sólo la mitad de su cuerpo, con la cabeza ladeada,
contemplando a los presentes. La lluvia había amainado, y al otro lado de la
calle se recortaba nítido un trozo de edificio negruzco de enfrente. Era un
hospital, cuya monótona fachada jalonaban numerosas ventanas idénticas. La
lluvia caía ahora en goterones aislados, que se veían llegar claramente al suelo.
Sobre la mesa estaban los utensilios del desayuno; para el padre, era la comida
principal del día, que prolongaba con la lectura de varios periódicos. En la
pared que Gregorio tenía enfrente, colgaba un retrato de éste durante su
servicio militar, con uniforme de teniente, la mano en el puño de la espada,
sonriendo despreocupadamente, con un aire que parecía exigir respeto para su
uniforme y su actitud. Esa habitación daba al recibidor; por la puerta abierta se
veía la del piso, también abierta, el rellano de la escalera y el primer tramo de
ésta que conducía a los pisos inferiores,
-Bueno –dijo Gregorio, convencido de ser el único que había conservado la
calma–. Enseguida me visto, recojo el muestrario y me voy. Me dejaréis que
salga de viaje, ¿verdad? Ya ve usted, señor gerente, que no soy testarudo y que
trabajo con gusto. Viajar es cansado; pero yo no sabría vivir sin viajar.
¿Adónde va usted? ¿Al almacén? ¿Sí? ¿Lo contará todo tal como ha sucedido?
Uno puede tener un bajón momentáneo; pero es precisamente entonces cuando
deben acordarse los jefes de lo útil que uno ha sido y pensar que, una vez
superado el contratiempo, trabajará con redobladas energías. Yo, como usted
bien sabe, le estoy muy agradecido al señor director. Por otra parte, tengo que
atender a mis padres y a mi hermana. Es verdad que hoy me encuentro en un
apuro. Pero trabajando saldré bien de él. No me ponga las cosas más difíciles
de lo que están. Póngase de mi parte. Ya sé que al viajante no se le quiere.
Todos creen que gana el dinero a espuertas, sin trabajar apenas. No hay
ninguna razón para que este prejuicio desaparezca; pero usted está más
enterado de l que son las cosas que el resto del personal, incluso que el propio
director, que, en su calidad de propietario, se equivoca con frecuencia respecto
a un empleado. Usted sabe muy bien que el viajante, como está fuera del
almacén la mayor parte del año, es fácil blanco de habladurías, equívocos y
quejas infundadas, contra las cuales no le es fácil defenderse, ya que la
mayoría de las veces no llegan a sus oídos, y sólo al regresar reventado de un
viaje empieza a notar directamente las consecuencias negativas de una
acusación desconocida. No se vaya sin decirme algo que me pruebe que me da
usted la razón, por lo menos en parte.
Pero, desde las primeras palabras de Gregorio, el gerente había dado media
vuelta y le contemplaba por encima del hombro, con una mueca de
repugnancia en el rostro. Mientras Gregorio hablaba, no permaneció un
momento quieto. Se retiró hacia la puerta sin quitarle la vista de encima, muy
lentamente, como si una fuerza misteriosa le retuviese allí. Llegó, por fin, al

Metamorfosis - Franz KafkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora