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cara.


Pero las palabras de Grete sólo habían logrado inquietar a la madre. Ésta se


echó a un lado, vio aquella enorme mancha oscura sobre la empapelada pared


y, antes de poder darse siquiera cuenta de que aquello era Gregorio, gritó con


voz aguda:


-¡Dios mío! ¡Dios mío!


Se desplomó sobre el sofá, con los brazos extendidos, como si sus fuerzas


la abandonasen, quedando allí sin movimiento.


Y se desmayó.


-Gregorio -exclamó la hermana con el puño en alto y la mirada de


reprobación.


Era la primera vez que le hablaba directamente después de la


metamorfosis. Grete fue a la habitación contigua, en busca de algo que dar a la


madre para reanimarla.


Gregorio hubiera querido ayudarla -para salvar el cuadro había tiempo-,


pero estaba pegado al cristal, y tuvo que desprenderse de él de un brusco tirón.


Luego corrió a la habitación contigua, como si aún pudiese, igual que antes,


dar algún consejo a su hermana. Pero tuvo que contentarse con permanecer


quieto detrás de ella.


Grete estaba rebuscando entre diversos frascos; al volverse, se asustó, dejó


caer al suelo la botellita, que se rompió, y un fragmento hirió a Gregorio en la


cara, salpicándosela de un líquido corrosivo. Grete, sin detenerse, cogió tantos


frascos como pudo y entró en el cuarto de Gregorio, cerrando tras de sí la


puerta con el pie. Gregorio se encontró, pues, completamente separado de la


madre, la cual, por culpa suya, se hallaba tal vez en peligro de muerte. No


podía entrar sin echar de allí a su hermana, cuya presencia junto a la madre era


necesaria; por tanto, no tenía más remedio que esperar.


Alterado por el remordimiento y la inquietud, comenzó a trepar por las


paredes, los muebles y el techo hasta que se sintió mareado y se dejó caer con


desesperación encima de la mesa.


Pasó un rato. Gregorio yacía extenuado; en la casa reinaba el silencio, lo


cual era tal vez buena señal. Llamaron. La criada estaba, como siempre, en la


cocina, y Grete tuvo que salir a abrir. Era el padre.


-¿Qué ha pasado?


Éstas fueron sus primeras palabras. La expresión de Grete se lo había


revelado todo. Grete ocultó su cara en el pecho del padre, y dijo


ahogadamente:

Metamorfosis - Franz KafkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora