así, este animal nos acosa, echa a los huéspedes y es evidente que quiere
apoderarse de toda la casa y dejarnos en la calle. ¡Mira, padre -gritó de
pronto-, ya empieza otra vez!
Y con un terror que a Gregorio le pareció incomprensible, la hermana se
apartó el sillón, como si prefiriese abandonar a la madre que permanecer cerca
de Gregorio, y corrió a refugiarse detrás del padre; éste, excitado a su vez por
la actitud de su hija, se puso en pie, extendiendo los brazos ante Grete con
gesto protector.
Gregorio no quería asustar a nadie, y mucho menos a su hermana. Lo único
que había hecho era empezar a dar la vuelta para volver a su habitación, y esto
era lo que había impresionado a los demás, pues, a causa de su deplorable
estado, para realizar aquel difícil movimiento tenía que ayudarse con la
cabeza, apoyándola en el suelo. Se detuvo y miró a su alrededor. Al parecer, su
familia había captado su buena intención; sólo había sido un susto
momentáneo.
Ahora todos le miraban tristes y pensativos. La madre estaba en su sillón,
con las piernas muy juntas extendidas ante sí y los ojos entrecerrados de
cansancio. La hermana estaba sentada junto al padre y rodeaba con su brazo el
cuello de éste.
«Tal vez ya pueda moverme», pensó Gregorio, iniciando de nuevo sus
penosos esfuerzos. No podía contener sus resoplidos, y de vez en cuando tenía
que parase a descansar. Pero nadie le metía prisa; le dejaban actuar
tranquilamente. Cuando hubo dado la vuelta, inició el regreso en línea recta.
Le asombró la gran distancia que le separaba de su habitación; no lograba
comprender cómo, dada su debilidad, había podido, momentos antes, recorrer
ese mismo trecho sin notarlo. Con la única preocupación de arrastrarse lo más
rápidamente posible, apenas se percató de que nadie le azuzaba con palabras o
gritos.
Al llegar al umbral, volvió a cabeza, aunque sólo a medias, pues sentía
cierta rigidez en el cuello, y vio que nada había cambiado. Únicamente su
hermana se había puesto en pie.
Su última mirada había sido para su madre, que se había quedado dormida.
Apenas dentro de su habitación, oyó cerrarse rápidamente la puerta y echar
la llave. El brusco ruido le asustó de tal modo que se le doblaron las patas. La
hermana era quien tan prontamente había actuado. Había permanecido en pie
esperando el momento de correr a encerrarlo. Gregorio no la había oído
acercarse.
-¡Por fin! -exclamó ella haciendo girar la llave en la cerradura.
