Lo mejor que de momento podían hacer era cambiarse de casa. Les
convenía una casa más pequeña y más barata y, sobre todo, mejor situada y
más cómoda que la actual, que había sido elegida por Gregorio.
Mientras charlaban, el señor y la señora Samsa se dieron cuenta casi a la
vez de que su hija, pese a que con tantas preocupaciones había perdido el color
en los últimos tiempos, se había desarrollado y convertido en una linda joven
llena de vida. Sin palabras, entendiéndose con la mirada, se dijeron uno a otro
que ya iba siendo hora de encontrarle un buen marido.
Y cuando, al llegar al final del trayecto, la hija se levantó la primera e
irguió sus formas juveniles, pareció corroborar los nuevos proyectos y las
sanas intenciones de los padres.