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con él. Sentía curiosidad por saber lo que dirían cuando le viesen los que tan
insistentemente le llamaban. Si se asustaban, no era culpa de él y no tenía nada
que temer. Si, por el contrario, se quedaban tranquilos, tampoco él tenía por
que excitarse, y podía, si se daba prisa, estar a las ocho en la estación. Varias
veces resbaló contra las lisas paredes del baúl; pero, al fin logró incorporarse.
El dolor en el abdomen, aunque muy intenso, no le preocupaba. Se dejó caer
contra el respaldo de una silla cercana, a cuyos bordes se agarró fuertemente
con sus patas. Logró tranquilizarse, y calló para escuchar lo que decía el
gerente.
-¿Han entendido una sola palabra? –preguntó éste a los padres–. ¿No será
que se hace el loco?
-¡Por el amor de Dios! –exclamó la madre llorando–. Tal vez se encuentre
muy mal y nosotros le estamos mortificando. –Y seguidamente llamó–:
¡Grete! ¡Grete!
-¿Qué quieres madre? –contestó la hermana desde el otro lado de la
habitación de Gregorio, a través de la cual hablaban.
-Tienes que ir en seguida a buscar al médico Gregorio está enfermo. Ve
corriendo. ¿Has oído cómo hablaba?
-Es una voz de animal –dijo el gerente, que hablaba en voz muy baja, en
comparación con los gritos de la madre.
-¡Ana! ¡Ana! –llamó el padre, volviéndose hacia la cocina a través del
recibidor y dando palmadas–. Vaya inmediatamente a buscar un cerrajero.
Se oyó por el recibidor el rumor de las faldas de dos jóvenes que salían
corriendo (¿cómo se habría vestido la hermana?), y el ruido brusco de la
puerta del piso abrirse. Pero no se escuchó ningún portazo. Debían de haber
dejado la puerta abierta, como suele suceder en las casas en donde ha ocurrido
una desgracia.
Gregorio, sin embargo, estaba mucho más tranquilo. Sus palabras
resultaban ininteligibles, aunque a él le parecían muy claras, más claras que
antes, sin duda porque ya se le iba acostumbrando el oído; pero lo importante
era que ya se habían percatado los demás de que algo anormal le sucedía y se
disponían a acudir en su ayuda. Se sintió aliviado por la prontitud y energía
con que habían tomado las primeras medidas. Se sintió nuevamente incluido
entre los seres humanos, y esperaba tanto del médico como del cerrajero
acciones insólitas y maravillosas.
A fin de poder intervenir lo más claramente posible en las conversaciones
decisivas que se avecinaban, carraspeó ligeramente; lo hizo muy levemente,
por temor a que también este ruido sonase a algo que no fuese una tos humana,

Metamorfosis - Franz KafkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora