Capítulo 10 "¿La amas?"

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Salí hacia la ciudad después de desayunar con los buenos deseos de mi familia, llamé a Sergio después de que Pato me facilitara su número.

— ¿Hola?—escuché al otro lado de la línea.

—Hola Sergio—saludé—, soy Carlos, ¿Me recuerdas?

—Carlos—sonaba sorprendido—, claro, ¿Qué pasó?

—Voy camino a Guadalajara, quiero decirle a Ximena que la amo.

— ¡¿Qué?!—exclamó bastante sorprendido — Wow... esto es grande, ok, ¿Y en qué te puedo ayudar?

—Diciéndome dónde encontrarla por favor—pedí nervioso.

—Amm... debe estar en su consultorio, deja preguntarle casualmente y te digo.

—De acuerdo, gracias Sergio.

—Todo sea por el amor.

Me confirmó que estaba en su consultorio unos minutos después por lo que me dirigí hacia allá, llegué al lugar sintiendo los nervios apoderarse de mí, aparqué mi auto y caminé hacia la entrada, entré al consultorio, una sala bastante iluminada y con varios motivos infantiles, así como un pequeño espacio con juegos donde había un par de niños jugando y a su lado sus madres al pendiente de ellos, me acerqué a la recepcionista quien no había despegado la mirada de mí desde que crucé la puerta.

—Buenos días—saludé con una sonrisa viendo su gafete—, Evelyn.

—Buenos días—asintió en respuesta—, dígame.

—Busco a la Doctora Ximena Ferrer.

—Amm... sí está, ¿Qué se le ofrece? Ella es pediatra.

—Sí, lo sé—reí—, necesito hablar con ella.

—Oh—rio apenada—, claro, ahorita está un poco ocupada y tiene a un par de pacientes más, no sé cuánto tiempo vaya a tardar.

— ¿Puedo esperarla aquí?—señalé la sala de espera.

—Claro que sí—asintió sonriendo.

Caminé a un lugar desocupado dispuesto a esperar el tiempo necesario para hablar con ella, la puerta se abrió dejándome ver a la mujer que salía tomando la mano de un pequeño niño más o menos de la edad de David, se veía hermosa, llevaba puestos unos jeans rotos con una blusa rosa y unos tacones del mismo color, su bata de médico y el cabello en un coleta alta con la parte suelta en ondas, se despidió del niño con un abrazo y le entregó una paleta de caramelo, le entregó una receta a su madre y de igual manera se despidieron con un abrazo, caminó hacia la recepcionista cuando su mirada se dirigió hacia donde yo estaba, su sorpresa fue muy notoria.

—Carlos—dijo acercándose a mí.

—Hola—saludé nervioso con un abrazo y un beso en la mejilla.

—Qué sorpresa, ¿Qué haces aquí?—preguntó aun sin soltarnos del abrazo.

—Pues—suspiré al separarnos aunque no quería—, vengo a hablar contigo pero veo que estás algo ocupada.

—Sí—volteó a ver al par de niños que debía atender—, hoy he tenido trabajo aquí.

— ¿Podemos vernos cuando termines?—me mordí el labio inferior.

—Claro—sonrió—, ¿Te aviso?

—De acuerdo, estaré cerca de todos modos.

—Está bien—sonrió y nos abrazamos de nuevo.

Me dirigí a la plaza que estaba cruzando la calle a esperar, con cada minuto me sentía más nervioso y emocionado a la vez, pasó una hora y aun no me avisaba, bueno, las consultas médicas suelen ser tardadas, entré a una cafetería para seguir esperando, otra hora más, aún nada, esperé un rato más el cual se convirtió en otra hora, ya era mucho tiempo así que decidí mejor ir a ver qué pasaba, tal vez le había llegado otro paciente, pero me habría avisado, casi llegaba a la salida cuando una llamada entró a mi celular, era Sergio.

A Rienda Suelta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora