Capítulo 35 "Déjame ayudarte"

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El fin de semana transcurrió sin más, aunque claro, el temor seguía pero habíamos vuelto a dormir en casa y en la misma habitación.

El lunes cada quien se dirigió a sus labores, un escolta la acompañó y el otro se quedó en el edificio.

Llegué a mi oficina prendiendo de inmediato mi computadora revisando mis correo, bien, el cargamento había llegado a su destino sin problemas, me serví una taza de café y comencé a revisar los pendientes del día cuando escuché a Fernanda llegar, debía informarle lo decidido.

—Fernanda—la llamé por el intercomunicador.

—Dígame—respondió de inmediato.

—Pasa a mi oficina por favor.

—Claro que sí.

Entró en la oficina y pude notar que el gesto de pena no se había ido, se sentó en la silla frente al escritorio.

—Buenos días­—saludó.

—Buenos días—asentí—, debemos hablar de lo sucedido el viernes.

—Claro—se ruborizó— le pido mil disculpas por mi comportamiento, yo no sabía que era casado.

—Aunque no lo fuera—decidí no sacarla de su error—, escucha, eso está catalogado como acoso y por supuesto es motivo de despido...

—Por favor—su rostro se notó preocupado—, le pido que no mes despida, necesito el trabajo, yo le prometo que no volverá a pasar...

—No lo haré—interrumpí—, por esta vez decidí pasarlo por alto y fue mi esposa quien me pidió no te despidiera, pero ya no trabajarás más para mí.

—No entiendo.

—Seguirás en la empresa, pero en el otro edificio, ahora serás asistente en el área de contabilidad.

—Pero...

—Tu sueldo seguirá siendo el mismo así que no te preocupes, la contadora ya está enterada y te está esperando.

—Está bien—asintió—, gracias por no despedirme, gracias también a su esposa, de verdad le prometo que nunca volveré a hacer nada así, de nuevo discúlpeme y mil disculpas también para ella—solo asentí—, con permiso, gracias de nuevo.

—Adelante—señalé la puerta.

Escuché cuando se fue y unos minutos después la llegada de la que sería mi nueva asistente quien tocó a la puerta.

—Adelante—dije sin despegar mi mirada de la entrada.

—Buenos días señor Montaño—saludó la mujer de mediana edad—, soy Margarita.

—Por supuesto que sé quién eres Margarita—sonreí—, pasa, jamás olvidaría a la mujer que siempre nos atiende en nuestras visitas.

—Oh—sonrió también—, qué gusto que me recuerde, pues aquí estoy, lista para cumplir con lo que pida.

—Tomate el tiempo de instalarte, yo tengo que salir un momento, cuando regrese checamos los pendientes.

—De acuerdo—asintió—, con permiso.

Aunque traté de concentrarme en el trabajo no dejaba de pensar en lo sucedido el fin de semana, además de saber que Mauricio estaba prófugo y al asecho de Xime, ¿Por qué la quería a ella? Solo su mente retorcida y enferma lo sabía.

Regresé a casa encontrando a Xime en la cocina, todo el departamento olía delicioso.

—Hola—saludé dándole un beso en la mejilla— ¿Qué es eso que huele tan rico?

A Rienda Suelta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora