Pasó una semana y no había vuelto a ver al niño, tomaba algunos minutos del receso para salir a las calles cercanas, pero nada, a la hora de la salida lo mismo, pero igual nada, solo esperaba que estuviera bien.
Llegué al rancho viendo a un niño sentado en la banqueta, cerca de la veterinaria de Carlos, fue cuando estuve más cerca que vi que era Daniel, quien cargaba a un pequeño gato al parecer lastimado.
— ¿Daniel? —me acerqué a él.
—Hola señora Claudia—volteó a verme.
—Solo dime Claudia, o Clau—me senté a su lado— ¿Qué haces aquí pequeño?
—Es que, encontré este gatito—me mostró al felino—, está lastimado y sé que aquí lo pueden curar, pero yo no tengo dinero.
—Ah pero no te preocupes por eso, el veterinario es hermano de mi esposo, así que vamos.
— ¿Tú vives aquí? —vio a su alrededor.
—Así es—sonreí—, ven, llevemos a este gatito con él.
Entramos viendo a Carlos acomodando algunas cosas.
—Hola—saludó acercándose.
—Hola Carlos—respondí—, mira, él es Daniel, encontró a este gatito lastimado.
—A ver—vio al niño—, hola Daniel, ¿Me permites al gatito?
—Sí—se lo entregó.
Un gatito de unos tres meses, blanco con algunas manchas grises, tenía una de sus patas lastimada, Carlos se centró en revisarlo ante la atenta mirada del niño.
— ¿Va a estar bien? —preguntó Daniel.
—Sí—asintió Carlos—, solo necesita reposar la pata y algunas medicinas.
—Pero no me lo puedo llevar a mi casa—agachó la cabeza—, mi tía odia a los animales.
—Bueno—intervine— ¿Qué te parece si me lo dejo aquí y cuando quieras puedes venir a verlo?
— ¿Puedo venir diario?
—Claro que sí—sonreí—, no te preocupes por nada, yo me haré cargo de sus gastos y de cuidarlo.
— ¡Gracias! —me abrazó emocionado, acción que respondí.
—Por nada pequeño, ¿Ya comiste?
—No—negó con la cabeza.
—Entonces acompáñame a dejar al gatito en casa y te doy de comer.
—Mejor ya me voy, no quiero que mi tía se enoje, gracias—nos vio a ambos antes de salir corriendo de ahí.
— ¿Y ese niño? —preguntó Carlos revisando más a detalle al gato.
—Lo conocí hace unos días, estaba afuera de la escuela vendiendo dulces, no tiene papás y su tía lo obliga a trabajar o no le da comida.
—Qué inhumana.
—Sí—suspiré—, Ernesto y yo queremos ayudarlo, pero debemos acercarnos a él, y creo que ese gatito nos ayudará bastante.
—Puede ser, ya le puse antibiótico y lo revisé, está sano en general, pero necesita comida ya.
— ¿Tienes todo lo que necesita? —tomé al felino.
—Sí, ahorita te mando todo a tu casa.
—Pero todo cuñado, comida, arena, arenero, juguetes, cosas de aseo.
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A Rienda Suelta ©
RomanceUna vida libre y sin compromisos, sin deseo o intención de cambiarlo, una familia unida y una carrera en la charrería consolidada, dinero, mujeres y fiestas ¿Qué más podría querer? Nada, o eso pensaba Carlos hasta que la llegada de una hermosa mujer...