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Habían transcurrido únicamente un par de días desde que los mejores amigos de San, un no-tan-pequeño grupo conformado por ocho chicos, habían visitado su hogar. Los chicos habían estado más que felices por verlo nuevamente, llegando con snacks, pizza, y algunos obsequios para su preciosa sobrina, a quien solían visitar muy de vez en cuando, pues sus trabajos no les dejaban mucho tiempo libre.

Esa noche, una vez la pequeña estuvo dormida, se tomaron su tiempo para comer lo que los chicos habían llevado, mientras conversaban sobre lo que había sido de sus vidas durante esos últimos meses, y los planes que tenían actualmente. Una vez terminaron de comer, fueron hacia la segunda planta y de encargaron de dividir entre sí las prendas de su amigo mientras, nuevamente, se sumergían en una nueva conversación en la que cada camisa, cada pantalón, cada short, los teletransportaban a un recuerdo diferente, provocando que rieran y, de vez en cuando, inevitablemente se vieran obligados a secar el pequeño rastro que las lágrimas dejaban a lo largo de sus mejillas, sin borrarles la sonrisa.

Una vez cada uno de ellos tuvo lo que quiso, los chicos lo habían felicitado cuando les comentó que había tomado la decisión de asistir a terapia, y que poco a poco se iba acoplando mejor a lo que era la vida ahora que había afrontado la realidad que en un principio quiso negar.

El psicólogo le había otorgado una lista de tareas que consistía de cuatro puntos. Para cualquiera, aquél era un número pequeño que no supondría mayor problema; pero aquello que para algunos era considerado como poco e insignificante, para otras personas podía ser algo sumamente doloroso y que no creían ser capaces de afrontar. Ese último había sido el caso de Hwang.

El duelo, sin duda alguna, era el proceso más confuso, doloroso, y difícil que había atravesado jamás.

Habían días donde se sentía la persona más feliz del mundo, días donde el recuerdo de San no era algo doloroso, sino bueno y lleno de dicha; pero también habían días donde lo único que quería era llorar, abrazar una almohada y cerrar los ojos a la espera de que el menor mágicamente regresara a la vida, se parara frente a él, y le dijera que todo aquello no era más que un mal sueño. Sin embargo, nunca se culpaba ni se sentía mal con sí él mismo, pues recordaba perfectamente lo que le había dicho si psicólogo al momento de asignarle las tareas: “El orden en que se vayan afrontando, la manera y el tiempo en que se hagan, son particulares de cada doliente”. También le había dicho que era normal que a veces retrocediera sobre sus pasos y se refugiara nuevamente en la negación, pues lo que estaba atravesando no era un proceso sensillo, y sus sentimientos eran algo que debía afrontar y permitirse sentir; pero que lo importante era que, una vez sintiera que había llorado lo suficiente y que no quedaba nada en él que necesitase sacar, fuese capaz de levantarse y seguir adelante.

Y, las tareas eran las siguientes:

1ª tarea:  Aceptar la realidad de la pérdida.

Consiste en asimilar completamente lo que implica la muerte, tanto a nivel racional, como emocional.  Tiene que ver con darse cuenta de que la persona está muerta y no va a volver, con aceptar que eso es así. La aceptación consiste en asumir que la realidad es la que es. No quiere decir que nos guste o que estemos de acuerdo.

Evitar esta tarea no protege del dolor que supone vivir sin el fallecido. Permanecer a la espera de una vuelta que no se va a producir es, si cabe, una idea aún más angustiosa.

Dejar intacta la habitación del fallecido, continuar hablando en presente de él o recoger todas sus pertenencias tras la muerte, indica un bloqueo de esta tarea.

2ª tarea:  Elaborar las emociones y el dolor de la pérdida.

La persona que ha sufrido una pérdida necesita identificar los matices de sus sentimientos y expresarlos. A menudo estamos poco dispuestos a abrazar el dolor y ése puede ser uno de los motivos de que el doliente no lleve a cabo esta tarea: darle la espalda o evitar el dolor.

Otras formas de bloqueo o estancamiento de esta fase serían: evitar mirar fotos o hablar del fallecido, dejar de acudir a lugares relacionados con la persona que hemos perdido, refugiarse en adicciones o llenar nuestro tiempo de actividades sin dejar espacio para la reflexión o para estar con uno mismo.

3ª tarea:  Adaptarse a un mundo en el que el fallecido ya no está presente.

Esto implica adaptarse a muchos niveles: adaptarse a la ausencia de los roles que desempeñaba el fallecido; adaptarse al significado de quién soy yo ahora sin esa persona, adaptarse también a una nueva forma de entender el mundo, ya que nuestras creencias y valores seguramente se verán modificados tras la pérdida. Es una reconstrucción global.

Un indicio de que esta tarea se ha bloqueado sería que el doliente se aislase del mundo, impidiendo la adaptación; dejar de hacer las cosas con las que se disfruta; o dejar las obligaciones a un lado.

4ª tarea:  Recolocar emocionalmente al fallecido.

Este punto tiene que ver con volver a vivir, encontrando un sitio en nuestro mundo psicológico y emocional para la persona que hemos perdido. No implica olvidar, que es imposible, ni tampoco renegar de su recuerdo.

Implica vivir el presente, sin renunciar ni anclarse en el pasado, recuperando la ilusión por el futuro. Implica reelaborar el vínculo con el fallecido ahora que ya no está presente.

En este contexto si, por ejemplo, un viudo se prometiera a sí mismo que no va a volver a tener pareja, sería un indicio de estancamiento del duelo.

Y bueno. A veces se sentía un poco ansioso por no saber a ciencia cierta cuánto tiempo más iba a necesitar para finalmente sentirse completamente bien, así como también habían ocasiones en las que pensamientos intrusivos se apoderaban de su mente y lo hacían sentir mal al hacerle considerar la posibilidad de que sus amigos estuviesen cansándose de siempre acompañarlo a las citas o verse envueltos en situaciones en las que no tendrían porqué. Sin embargo, ellos mismos se encargaban de hacerle saber que él jamás significó, ni significaría una molestia para ellos; que no importaba si faltaban algunos meses o incluso años, ellos iban estar ahí con, por, y para él, como siempre lo habían estado.

Y, en cuanto a San...

— Gracias por todo, bebé. —Sonrió, acomodando un ramo de girasoles dentro de los floreros que decoraban ambos costados de la lápida de Choi, sintiendo una calidez extraña pero acogedora al observar como Chungha dejaba un pequeño beso sobre la fotografía de su padre, antes de girarse hacia él y regalarle la sonrisa más preciosa de todas.

Y ese pequeño gesto le hizo saber que todo estaría bien.

ʙᴀʙʏꜱɪᴛᴛᴇʀ •ʜʜᴊ+ʏᴊɪ•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora