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El día había comenzado lluvioso aquél sábado dieciocho de septiembre, en el que el aroma a café se había esparcido a lo largo de la casa mientras una risueña bebé era sostenida por los brazos de su padre.


Esa noche llevarían a cabo la celebración del primer cumpleaños de su hija, al igual que la del vigésimo primero de Jisung y Felix, pues sus respectivas fechas habían concordado con el inicio de semana y ellos, como grupo, habían decidido esperar hasta el fin de semana para poder disfrutar sin tener la presión de tener que trabajar al día siguiente.

Caminó con pasos suaves hacia la habitación del menor y tocó suavemente la puerta, deduciendo que el chico aún estaba dormido al no recibir respuesta. Giró la perilla y empujó ligeramente la madera, entrando en completo silencio y caminando hacia la cama, dejando a la pequeña niña sobre el lado que él había ocupado la noche anterior, observando cómo ella gateaba hacia el rubio muchacho para tomar asiento a un lado suyo y acariciarle el cabello, justo como había visto que su papá lo hacía.

¡Ni! —Llamó risueña una y otra vez, hasta que aquellos alargados ojitos finalmente comenzaron abrirse y se posaron sobre ella, haciéndola sonreír.

— Buenos días, preciosa. —Murmuró somnoliento, apoyando las manos en el colchón debajo de su cuerpo mientras tomaba asiento, terminando por tallar sus ojos un par de segundos antes de sostenerla con cuidado y sentarla sobre su regazo, dándole un cariñoso abrazo que la hizo reír.— Feliz cumpleaños, pequeña princesa.

La sonrisa de Hyunjin tembló ligeramente tras haber escuchado esa última oración, mas se obligó a sí mismo a sacudir ligeramente la cabeza tomó asiento a un lado de Jeongin, dándole un suave beso en los labios.

— Buenos días para ti también, Hyung. —Saludó con una suave sonrisa, observándolo con esos dos preciosos y brillantes orbes que hace un tiempo se habían convertido en su más grande obsesión.

— Buenos días, Innie. —Susurró, acariciándole el cabello nuevamente.— Les dejé hecho el desayuno. Está servido en el comedor, por si quisieras comer de una vez.

— ¿No vas a desayunar con nosotros? —Jeongin puchereó al verlo negar.

— Debo ir a recoger los pasteles para la fiesta de hoy. —Recordó, aunque fuese una verdad a medias.— Sabes que los chicos siempre vienen antes de la hora acordada. Quiero tener todo listo para cuando ellos lleguen. —Le sonrió, brindándole un centenar de besos hasta que finalmente dejó de pucherear.

— ¿Quieres que vaya contigo?

— No, gracias. —Respondió mientras se levantaba, acomodando su hoodie y estirando un poco los brazos.— Hace mucho frío afuera y no quiero que te enfermes. —Jeongin asintió, murmurando una despedida luego de ambos haber compartido un último beso antes de que Hwang saliera de la habitación.

Y no pudo resistirlo más.

Las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas justo cuando se encontraba cerrando la puerta de su hogar, dándose media vuelta y soltando un bajo sollozo mientras caminaba hacia su auto, subiéndose rápidamente y cerrando la puerta después.

Los recuerdos de ese día se repetían en su mente una y otra vez, atorméntandolo de sobremanera y haciendo doler su corazón, el cual latía rápidamente mientras él se deshacía en ese desgarrador llanto que tanto se esforzó en aguantar frente a su hija y Jeongin; agradeciéndole a toda entidad posible el haberlo logrado con éxito.

Los minutos pasaron y finalmente pudo respirar con regularidad otra vez, siendo ese el momento en el que finalmente arrancó el auto y emprendió camino hacia el lugar en el que se llevaría a cabo la cita más importante que había tenido en meses; aunque un escalofrío hubiese sacudido su cuerpo, y las lágrimas se acumularan en sus ojos al momento de entrar en el lugar.

Dejó su auto estacionado cerca de la entrada y comenzó a caminar, sosteniendo un ramo de girasoles mientras los rayos de sol comenzaban a filtrarse entre las nubes que aún soltaban una suave llovizna a la cual no le dio mayor relevancia, pues estaba más concentrado en mostrar una sonrisa con la cual deslumbrar a su amado, y no dejó de caminar hasta verse de pie frente a él; o más bien, frente a la lápida que indicaba dónde estaba lo que quedaba físicamente de él.

“Choi San.

2001 - 2020.

One day we'll meet in the clouds”.

Soltó una amarga carcajada al recordar todo lo que había tenido que hacer para lograr que escribieran aquella frase en lugar de una cita bíblica que se repetía por montones entre lápida y lápida, pues San jamás había sido creyente y, como siempre, él se había mantenido firme con la idea de que si había algo mejor que le pudiese dar, entonces lo haría.

La lluvia se detuvo y una suave ráfaga de viento golpeó su rostro, sacándolo de su ensoñación de una buena vez. Las lágrimas descendían por sus mejillas como si de dos cascadas se trataran y su sonrisa se encontraba deformada en una mueca que le impedía sollozar. Y, una vez más, se obligó a sí mismo a respirar.

— Ho-Hola... —Susurró, aclarando su garganta y sorbiendo su nariz mientras volvía a sonreir a pesar de lo mucho que aquello hacía doler su corazón.— Hola, mi amor...perdón por no haber venido antes... —Rió bajito, disfrazando un sollozo que no quería que el menor escuchara.— Me costó mucho mentalizarme que la próxima vez que estuviera contigo sería aquí... —Murmuró, despojándose del hoodie que estaba utilizando para luego extenderlo sobre el pasto mojado y tomar asiento sobre él, comenzando a charlar con la vista fija en la piedra tallada frente a él.

La brisa soplaba suavemente contra su rostro, despeinándolo levemente y ayudando a secar una pequeña parte de las gotas saladas que en ningún momento dejaron de salir de sus ojos, nublándole la vista de vez en cuando mientras él, con la yema de sus dedos, delineaba las facciones de su amado en la fotografía que se mostraba en una de las esquinas superiores de la lápida.

— Y Chungha... —Sonrió, ignorando la asfixiante opresión que sentía en el pecho.— Nuestra pequeña está cumpliendo su primer año de vida. ¿Puedes creerlo? Este año fue una auténtica aventura. —Asintió, secando sus mejillas con la cara externa de sus manos.— Pero no tienes porqué preocuparte, cariño; los chicos dicen que soy un padre genial, y ellos no me dejaron solo en ningún momento...al igual que...al igual que Jeongin...

Su sonrisa se borró repentinamente y agachó la cabeza, cerrando los ojos únicamente para retener, por milésima vez, las ganas de llorar.

La voz de San resonó en su cabeza como un eco lejano, recordándole en un tono risueño cuánto lo amaba mientras, frente a sus ojos, visualizaba su enorme sonrisa y las medias lunas que eran sus ojos en aquella ocasión en la que el menor le comentó sobre su embarazo, tan sólo unos segundos después de haber aceptado casarse con él.

Le asombraba lo cruel que su propia mente podía llegar a ser con él.

— Él...él es un niñero que contraté poco después del nacimiento de Chungha. Me ha ayudado mucho con ella, y me ha enseñado todo lo que hoy en día sé sobre cómo cuidar a una bebé...él es...es... —Se detuvo abruptamente, abriendo los ojos y levantando la cabeza, observando el cielo despejado sobre él mientras sus manos temblaban y las palabras se atascaban en su garganta, impidiéndole seguir con la conversación.

¿Qué pensaría San si le dijera que se había enamorado de alguien más?

Y, con esa pregunta rondando su mente, abandonó el cementerio con la idea de que esperar sería lo mejor.

ʙᴀʙʏꜱɪᴛᴛᴇʀ •ʜʜᴊ+ʏᴊɪ•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora