capíтυlo 51

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Luz regresó. Escuchar su voz fue como música para mis oídos, la extrañaba mucho, y aunque me hizo bien su ausencia, la padecí.

Sabía que ese día estaría ahí, temprano como siempre, radiante y llena de vitalidad. Avanzando por mi casa con sus melodías pegajosas y su buen humor contagiando a todo quien pasara cerca de ella. La esperé en el jardín, esos días de calor eran sus favoritos y de a poco el otoño se iba convirtiendo, al igual que ella, en mi estación preferida.

Creo que me es difícil expresar en palabras aquel abrazo que me brindó apenas atravesó la puerta. A veces, se me hacía difícil pensar en Luz como sólo una amiga.

La mañana estuvo llena de risas, bromas y anécdotas del pequeño viaje de Luz al pueblo de sus abuelos.  “Te llevaré a que conozcas dónde viven mis abuelos. De hecho, hay una laguna que es preciosa ¡Los mejores atardeceres ocurren ahí! De verdad, te llevaré a que lo veas.” “A pocos kilómetros de un pueblo cercano, hay un cerro. Mis primos y yo solíamos decir que era como las colinas de Hollywood, porque se ve toda la ciudad desde allí. También iremos ahí, lo prometo”. Estoy seguro que dijo que era una promesa, así que no me olvidaré fácilmente de que quiere que hagamos un viaje juntos ¿La luna de miel, tal vez? Lo tomaré como una cita.

Su mirada se conectaba con la mía por momentos. Momentos que parecían eternos, que el tiempo pasaba lento y que sólo éramos nosotros. Sabía que estaba hablando, pero no la escuchaba. Estaba mirándola, tratando de no perderme ningún detalle de sus expresiones. Como sus ojos se achinaban cada vez que se reía, sus dientes blancos y perfectos, sus lunares. ¡Dios, sus lunares! Debió haber notado mi falta de interés en lo que ella estaba narrándome, por lo que se quedó callada y me miró fijamente.

Estaba en frente, cerca, seria y conectada a mí con la mirada. ¿Qué más me podía pedir mi cerebro? Alguna vez debía hacerle caso. Pasó todo muy rápido, aunque puedo jurar que mis movimientos fueron muy lentos. Cada vez estaba más cerca de ella, hasta que sentí el calor de su piel junto a mis labios. Cerré mis ojos cuando estuve a esa distancia, y cumplí uno de esos sueños más recónditos que había luego de las tormentas. La besé. Podría decir que sólo fui yo el que la besó, pero no, Luz estaba ahí, devolviéndome aquellas caricias en los labios.

No me cuestioné el por qué lo hice, ni me detuve a ver que pensaba ella, yo continué. Continué porque sentí que ya era momento de decirle, o tal vez demostrarle, que era lo que yo sentía por ella. No quería ser un paciente más, aquel que tiene que ir a visitar al final de la calle durante la semana, tampoco quería ser un simple amigo con el que, de vez en cuando, se junte por una cena o a ver una película. Yo quería que fuéramos uno, ser lo más transparente que pudiera con ella, que me conociera, conocerla, darle amor todos los días y saber cuánto le importo. Quería agendarla con un corazón luego de su nombre, quería gritarle al mundo quien era Luz y cuanto me importaba. Quería ser a quien le cuente su día todos los días, quien escucha ansioso sus anécdotas en cuanto ocurren. Quería convertirme en viejo junto a ella y tener muchos nietos jugando en nuestra casa en algún lado de las montañas.

Quería no… Quiero, quiero estar con ella hasta envejecer.

¿Es cierto que sientes mariposas en el estómago cuando estás enamorado? No las había sentido antes, pero ahí sí. Más que mariposas eran como cosquillas, quería reírme, reírme a carcajadas. Me sentía feliz.

Ojalá, hubiera aprovechado más ese momento…

Sentí que ella se apartó lentamente de mí, me miró con cierto temor en sus ojos y luego negó.  Vi como sus ojos se cristalizaban y comenzaban a caerles lágrimas. La culpa me invadió. La había cagado, había cagado por completo nuestra amistad y nuestra complicidad por un estúpido beso. La había incomodado, ella no sentía lo mismo que yo por nosotros, me había creado una película romántica, un cliché en mi cabeza y ya no reconocía lo que pasaba en la realidad.

Luz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora