capíтυlo 50

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A medida que pasaba el tiempo me dí cuenta de lo importante que era Luz en mi día a día. Aunque nunca me abría a ella, era con la única persona con quien podía mantener una conversación por horas sin aburrirme y sin que hubiera silencios incómodos. Nos reíamos de las cosas más estúpidas, como el nombre del loro de la tía, de la prima de la vecina de su abuela. No importaba qué, ella siempre me contaba historias y esperaba ansiosa por ver mi reacción, y por más que su chiste no hubiera sido gracioso, o no entendiera el hilo de la conversación, siempre había algo ahí que me hacía sentir tan parte de su historia como si la hubiera vivido.

No le contaba cómo me sentía, mis inseguridades o aquellas pesadillas que me atormentaban, pero podría decirle ciertas cosas, un poco enredadas tal vez, pero ella podría llegar a entenderme. Me ayudaba a librarme un poco de mis demonios internos, pero ella no lo sabía.

En mi casa siempre había gente, mis hermanos, mi papá y sobre todo mi mamá, que interrumpía en mi cuarto unas quince veces por día sólo para ver como seguía haciendo “nada”. Pero a pesar de ello, me sentía solo. Sin Luz podría pasar de estar riéndome a carcajadas mientras convivo con mi familia a sentir como me sofoco por el nudo en mi garganta al sentirme solo en el mundo. Sé que mi familia me quiere, no tengo dudas de que es así, me lo demuestran todos los días, pero ellos jamás entenderían como me siento.

Si hay algo que entendí en este último tiempo es que, si ellos dejasen de hablar con alguien, tan sólo por una semana, con una sola persona, no les importaría, porque tienen otras veinte con quien comentan que tal fue su día o alguna anécdota interesante de las últimas veinticuatro horas. Pero si yo dejo de hablar con tan solo una persona, no tengo con quien más hablar, porque me aferré tanto a esa persona que me he dado cuenta que dependo de ella para poder comentar mi día.

Posiblemente esa persona también tenga otras diez con quien hablar de su día, quien espera por su mensaje o llamada ansioso por saber de ella, por lo que no notaría una diferencia si de pronto no se enteró o no platicó de su día con un simple mundano como yo. ¿Quién soy? Un ente más en este mundo, invadido por la soledad y por el temor a que nadie se acuerde de él y que de pronto sienta que no le importa a nadie.

Tal vez suene muy posesivo, a lo mejor lo sea, pero no es el sentido que yo le veo. No quiero que alguien piense en mí y en nadie más, o que sólo sea conmigo con quien comparte sus vivencias, sino por el contrario, que tenga esas otras diecinueve personas preocupadas por su bienestar, pero que quede un lugarcito para mí.

Fueron días en donde me di cuenta lo dependiente que me hice de una persona en particular. Tal vez siempre fui así, no es cosa de esa semana en particular, pero nunca había tenido tanto tiempo para detenerme a filosofar sobre mis actitudes. Joel y Albano, en su momento, habían sido mi ancla, a quienes les contaba mi día a día, me descargaba con ellos cada vez que discutía con mi madre o que mis hermanos llamaban para fastidiarme, pero desde que Joel ya no estaba, con Albano no volvió a ser lo mismo. Nuestras conversaciones se volvieron un círculo vicioso de “¿Cómo estás? Bien y ¿tu?, bien también, ¿Qué cuentas de nuevo? Nada.”. Algunas veces nos salíamos de esa estúpida rutina para poder recordar el pasado, los buenos momentos y las risas en compañía de nuestro amigo, pero después todo igual. Ni a él, ni menos a mí, nos importaba la vida del otro, intentamos continuar nuestra vida y afrontar nuestros propios problemas y no amargarnos con los ajenos. Peor, el también dejó de hablarme, la razón la supe mucho tiempo después, y fue que había vuelto con Camila, y como dije antes, cuando tienes otra persona con quien sentirte acompañado te olvidas del resto. Ahora ni siquiera se de él, sigo enfadado, pero pienso reiteradas veces en él durante el día imaginándome cientos de escenarios sobre nuestra ultima conversación.

No sentí toda mi dependencia en Luz hasta que regresé a casa. Mi casa me hacía sentir solo a pesar de que las paredes son lo suficientemente delgadas como para que pueda escuchar todo el día parlotear a mi familia. Y a pesar de tener cuatro hermanos ese sentimiento de soledad está presente en cada momento. No lo hablo con ellos, creo que tampoco tendría el coraje, sé que cada uno lo tomaría de diferentes maneras y hasta siento que recibiría algún tipo de sermón por pensar o sentirme así. Ni pensar en conversarlo con mi padre, que es de la idea de que los adolescentes no sufren, que qué tipo de preocupaciones puede tener alguien de nuestra edad o que ahora a todo le ponemos la etiqueta de depresión. A lo mejor Bruno minimizaría la situación asegurándome que soy un exagerado y que debería de dejar de ver telenovelas con mi madre porque estoy actuando igual. Ailín sentiría que soy un paciente más, y dudo muchísimo, sin criticar su profesionalismo, que me pudiera cambiar algo con sus palabras, porque ni la psicóloga, - que sigo sin comprender porque la siguen pagando porque lo único que me ha aconsejado fue que lo hablara conmigo mismo – pudo hacerme pensar de otra manera o sentir más confianza en mí.

Confianza. Eso es lo que no tengo. No la tenía antes cuando todo era más o menos normal... ¿Por qué razón la tendría ahora que todo está de cabeza? No puedo ni mantenerme la mirada en el espejo ¿Cómo puedo pensar en que soy importante para alguien? En que existe alguien en el mundo que me quiera de la misma manera en la que yo la quiero. Amor recíproco.

Y sí, soy inseguro de cada cosa que hago, de cada palabra que digo y de cada pensamiento que tengo. ¿Cómo podría tener la confianza de que alguien, después de que le cuente, hasta lo más oscuro de mi alma, no me traicionará después? ¿Cómo puedo crear en mi mente un final feliz con alguien, si ni se si habrá alguien? ¿Cuántas estrellas fugaces tienen que pasar para que alguna quiera cumplir mi deseo de darme alguien con quien hablar? No creo que haya sido muy pretencioso, porque no he pedido alguien con quien casarme y convivir hasta ser viejito – aunque tampoco niego que me encantaría que fuera así – sólo necesito alguien que se preocupe por mí, así como Luz, pero que sienta lo mismo que yo por ella. No quiero que las personas no se hablen con nadie más excepto yo, sino que yo sea esa persona especial por la que sabe que alguien le esta preguntando sobre su día, o que cuando se ríe o ponga cara boba a su teléfono, sea yo la razón. Quiero ser yo el primer contacto que tenga en las últimas llamadas o en las mensajerías de WhatsApp. No lo sé, quiero ser alguien para alguien.

Tal vez es una falacia pensar en que, si fuera importante, tan sólo para una persona, dejaría de sentirme solo o sentirme como una mierda, que tendría confianza en mí y que cambiaría mi perspectiva de como ver el mundo, pero la vida es como un método científico, hipótesis y experimentación. Tengo que vivirlo para saberlo.

Estoy seguro que ya tengo claro cuál va a ser mi deseo de cumpleaños, a lo mejor los dieciocho tenga de verdad poder suficiente como para cumplirlo.

Después de que pasé horas planteándome mi existencia, me di cuenta que realmente me aburría estar solo, y que, si seguía pasando más tiempo mirando el techo de mi habitación podían ocurrir dos cosas, primero, que el tiempo pasaría más lento y segundo, que terminaría por hacer un agujero en el techo de tanto mirarlo fijamente. Necesitaba encontrar alguna razón para levantarme de la cama o si seguía en la cama que no fuera mirando el techo.

Luz volvería en pocos días y quería sorprenderla con alguna cosa, tal vez un tema de conversación que no se lo esperase, así que decidí hacer lo que ella siempre me recomendaba: “Leer un libro”. Aquella noche busqué en la biblioteca algún libro que me llamara la atención. Se podría decir que intentaba incurrir en el mundo de la lectura, pero ni siquiera sabía cómo se hacía. Jamás había leído un libro que no fuera de lectura obligatoria del colegio, aunque esos tampoco los leía completamente. Multiplicidad de libros frente de mí y no podía elegir ninguno. La mitad tenía títulos impronunciables, la otra mitad era de romance “meloso” como le gustaba a mi madre. Un pequeño estante de libros instructivos para construir diferentes artefactos, jamás leídos en mi casa, algunos infantiles que nos leían de pequeños y por último los que más llamaron mi atención, seis libros que por alguna razón habían terminado en mi casa, porque dudaba que alguien los hubiera leído en su vida. Stephen King. Sabía que era escritor, pero creo que una parte de mi ignoraba que muchas de las películas, que nunca me cansaba de ver, fueron escritas por él. El pasillo de la muerte, La mitad siniestra, Misery, La tienda, Carrie y Apocalipsis. Mi morbo fue lo bastante evidente porque ni dudé en tomar el primer libro y ponerme en marcha con su lectura.

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