capíтυlo 33

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Junto a Elián nos quedamos todo el resto de la tarde jugando a la play. Se nos unió Ailín que había llevado pochoclos porque quería ver una película, pero no accedimos. Así que ahí estábamos los tres como antes, ya hacía bastante tiempo que no compartíamos nada. Las risas contagiosas de mis hermanos habían mejorado mi humor. Escuchar a los mellizos competir en las carreras para ver quien ganaba y los berrinches de él cuando perdía y le echaba la culpa incluso a la mosca, que de hecho ni existía, hicieron que se me pasaran volando las horas, porque cuando me di cuenta, al mirar por la ventana, ya era de noche y no tardó demasiado mi madre en llamarnos a cenar.

Desde mi habitación hasta el comedor había que atravesar solamente el living, que no era tan grande, pero ese día se me hizo eterno por culpa de Elián.

- ¡Oh, por Dios! – dijo gritando.

- ¿Qué pasa? – le respondí sobresaltado.

- Nunca había visto que ésta – y prácticamente resaltando la palabra – LUZ – iluminara tan bien la casa.

Caminó unos pasos más y se detuvo nuevamente. – Me imagino la hermosa Luz que debe entrar por esta ventana en el amanecer – mirándome con la misma sonrisa pícara que me había hecho cuando se enteró de Luz.

Y así siguió hasta que finalmente llegamos a la mesa. Pero no desaprovechó su última oportunidad para hacerme sonrojar.

-Mamá, que hermosa lámpara ¿A dónde la compraste? Es que me encanta como proyecta la Luz.

Lo miré, quería enojarme, pero simplemente no podía, me hacía mucha gracia la razón por la que decía todo eso que era absurdo. Parecía un niño y era justamente esa la razón de que extrañara tanto su presencia en casa.

Me di cuenta que mi madre nos estaba viendo, y su cara denotaba cierta incertidumbre sobre lo que Elián parloteaba. Esa lámpara estaba en el mismo lugar desde antes de mi nacimiento.

-De verdad ma, no la recordaba así… me encanta esta luz – riéndose.

Estaba sonrojado, porque había marcado mucho la palabra luz y mi mamá podría darse cuenta. Él me miro y empezó a reír a carcajadas.

-A veces creo que están locos – dijo mi madre dándonos la espalda y negando con la cabeza.

Fue imposible no empezar a reírme por la situación.

A la hora de cenar estábamos todos sentados alrededor de la mesa. Mi padre en un extremo y Bruno en otro. A un costado mis hermanas y en el otro mi madre, Elián y yo.

Estaba bastante divertido todo, Elián aprovechó para contar sus problemas amorosos y algunas anécdotas graciosas de sus clases, acaparando totalmente la atención, lo que venía siendo perfecto porque lo que menos quería yo, es que me empezaran a preguntar o incluso a tenerme lástima. Simplemente me dedique a comer y escuchar la conversación.

Pero no fue todo tan lindo.

Antes de llegar al postre Eliza aprovechó para saber un poco de mí, así que empezó a entrevistarme. Me sentía en una rueda de conferencias, todos me miraban y estaban atentos a mis palabras y emociones.

- ¿Cómo estás llevando la rehabilitación? – preguntó muy dulce y atenta.

- ¡De maravilla! Tiene una muy buena enfermera – interrumpió Elián, guiñándome un ojo, antes de que pudiera decir algo.

-Bien, a veces cuestan, pero me ayudó mucho – respondí ignorando casi por completo a mi hermano.

-Que felicidad me da escuchar eso Teddy – “Teddy" expresión sólo utilizada por Eliza para referirse a mí. Nunca nadie en la vida, aparte de ella, ha reproducido esa palabra. Sí, es por la película. – ¿Te puedo preguntar algo? Si te incomoda no hace falta que respondas – preocupada.

-Dime.

- ¿Recuerdas algo del accidente?
Sí lo recordaba. Cada segundo de aquella noche se repetía en mi cabeza, una y otra vez. Antes de dormir. Por las mañanas. Cuando me bañaba. Si escuchaba música o no, no importaba, las imágenes volvían a mí.

La música, el olor a marihuana y la cerveza volvían a estar presentes, como si estuviera arriba de ese auto una y otra vez.

Pero no se lo podía decir, se lo había prometido a mi padre, y por más que odiara haber hecho esa promesa, sabía que era lo mejor.

Evité mirarla para poder responderle, me era imposible ver sus ojos y decirle una mentira.

-No. Lo recuerdo vagamente.
Vi que mi madre le dirigió una mirada a mi padre y luego a Eliza.

-Chicas, ya lo hablamos. Volvían del campeonato, Tadeo y dos amigos, en el automóvil de uno de ellos. Era de noche y tarde y al parecer el camionero se quedó dormido al volante, porque perdió el control de su vehículo y se cruzó de carril impactando contra los chicos – Explicó mi padre.

No quería mirarla a mi hermana, confirmar una mentira no era algo que me gustara. Sólo decidí mirar las reacciones de mi familia al escuchar “la historia”.

Bruno fue quien más me llamó la atención. Lo noté enojado, la forma en como apretaba su puño izquierdo y con la cuchara en su mano derecha, revolvía el helado con violencia. Escuché la respuesta de Eliza y Ailín sin dejar de mirarlo, quería entender porque estaba así.

-Ay Teddy - al borde del llanto – Lo lamento mucho, yo de verdad no lo sabía.

-Y el hombre… ¿está preso? – Ailín enojada.

- ¿Qué importa el hombre? Tadeo está con nosotros y listo. – dijo Elián para hacer que dejaran de llorar.

-Sí. Lo importante es que más allá de todo, te tenemos acá. - Eliza me tomó la mano y me lanzó un beso.

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