Para que entiendan todo, debo empezar por el comienzo, y no estoy hablando del día que nací, en el que tenía cara de bebé y toda mi familia se la pasaba buscándome semejanzas con mis padres.
- ¡Mira tiene la naricita de su mamá!
- ¡Tiene las manos de su papá!
Años después volví a escuchar a esas mismas personas diciendo lo mismo, pero al revés: las manos eran las de mi mamá, y la nariz de mi papá.
Todos los bebés nacen iguales, con la misma cara de bebé, es absurdo buscarle semejanzas.
Pero no quería hablar de eso, sino de mi infancia.Me crie en un pueblo pequeño y tranquilo, y me la pasaba todo el tiempo con mis amigos. Tenía dos, y eran los mejores. Prácticamente vivía con ellos.
Era un niño muy inquieto, seguramente me dejaban sentado en una silla por unos segundos y luego ya no estaba ahí.
Por esa razón mis padres me mandaron a deportes: fútbol, básquet, rugby y alguna vez fui a clases de baile.
Tenían miedo de que les pegara a otros chicos en el colegio, pero eso nunca pasó. Jamás me gustó pelear.
Nunca estuve en una pelea, hasta aquel momento en el que, de alguna manera, me vi envuelto en una.Cuando empecé el secundario, perdí a mis mejores amigos, sus padres los habían anotado en otros colegios, el militar y el de monjas.
Tuve pánico de no saber hacer amigos, de estar sólo. Pero esos sentimientos duraron sólo quince minutos. Al final de mi primer día, ya tenía amigos.
Éramos cinco, un grupo bien forjado, nos portábamos mal, pero también sacábamos buenas notas.Un día a la madrugada estábamos volviendo a nuestras casas, y aparecieron ocho personas, también adolescentes que, sin razón alguna, buscaban problemas.
No sé porque, yo no los conocía. Pero a partir de ahí mis padres quisieron que hiciera taekwondo, para que me supiera defender.Todo iba relativamente bien, hasta que empezó a ir relativamente mal.
Si me hubieran dicho que ir a clases de taekwondo traería tantos problemas, seguramente no hubiera llegado tan feliz a esa primera clase.
Era algo nuevo, nunca había peleado y me había sentado muy mal no poder defenderme cuando estaba siendo golpeado.Tenía sólo dieciséis cuando comencé. No han pasado tantos años desde entonces, pero parecen ser muchos…
...Parece ser una nueva vida.
En los primeros meses aprendí muchísimo, entrenaba duró todos los días, mi mayor sueño era el cinturón negro, el más importante, pero no lo conseguiría hasta que no estuviera por lo menos un año.
Los científicos siempre dicen que este deporte ayuda a muchas enfermedades, y también a combatir la drogadicción.
Alguien les debería decir que no siempre es así.En ese Dōjō había dos chicos, tenían un año más que yo, con cinturón negro y eran bastantes buenos. Seguramente muchos de los trofeos que había ahí eran ganados por ellos. No hablamos hasta cuatro meses antes de tener mi cinta negra.
Me los presentaron para que empezará a entrenar como para la categoría superior, porque los enfrentamientos empezarían a ser más difíciles.Joel se llama el más experimentado, llevaba casi tres años ahí, acababa de cumplir dieciocho años. Era bastante alto, denotaba que se ejercitaba mucho porque tenía bastantes músculos y ni hablar de su fuerza. Era rubio, con el cabello un poco largo arriba y corto por los costados y siempre despeinado. En algunos entrenamientos, solía recogérselo porque le dificultaba la visión, igual era en vano, incluso con los ojos cerrados él te ganaría todos los rounds. Parecía un poco serio, pero era hasta que entraba en confianza, después era un total payaso. Si estabas teniendo un mal día, él te decía dos palabras y ya te lo mejoraba. Estaba dispuesto a ayudar y enseñar todo lo que él sabia, incluso si le caías bien, te diría hasta los pequeños trucos que lo ayudaban a ser tan bueno. Era muy competitivo, pero siempre ponía la amistad, ante todo.
Albano que sólo tenía diecisiete y con sólo un año en el taekwondo había ganado más trofeos que mucho de los entrenadores. Era muy ágil y aprendía rápido. Siempre le dije que era como una esponja, absorbía todos los movimientos y los reproducía con tanta facilidad, como si los hubiera entrenado toda su vida. Tenía su cabello oscuro, peinado hacia un costado y sus ojos café. Teníamos casi la misma altura y para nada bajos, pero al lado de Joel lo éramos. Era delgado y siempre usaba ropa holgada, tenía bastante fuerza, pero no así músculos, por lo que siempre le molestaba compararse. Muy amante del color negro, razón por la cual siempre vestía de oscuro. Y aunque él se definía como una persona tímida, era todo lo contrario. Era extrovertido, iba de frente a todo, transparente al momento de dar opiniones, y bastante energético. Siempre estaba saltando, gritando e incluso molestando para hacer alguna de sus bromas, era muy poco normal verlo callado. Con el todo era diversión.
Podríamos decir que eran los mejores, dentro del Dōjō porque fuera de ahí, sin duda no lo eran.
Después de un entrenamiento me invitaron a que fuéramos a tomar unas cervezas. Y fue ahí donde los conocí realmente.
Esos chicos me enseñaron como comprar, preparar y fumar marihuana. Sí, a fumar, porque jamás había fumado nada, nunca había hecho algo así.
Todavía puedo sentir en todo mi cuerpo lo que pasó esa noche cuando la probé por primera vez.
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Luz
Non-FictionSiempre escuche que cuando te mueres, lo último que ves es la luz al final del túnel. Dicen que no debes ir tras ella, porque si lo haces es el final. No estoy seguro si lo que vi fue esa luz, tal vez lo era, pero no pasó lo que todos decían, tal ve...