capíтυlo 18

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Apenas había logrado dormir un par de horas cuando Luz llegó. Me había costado poder pegar un ojo y dejar de pensar en el celular. Todavía lo tenía en mis manos cuando ella se acercó para saludarme.

- ¡Buenos Días! – con su dulce voz.

En cuanto abrí mis ojos, vi su gran sonrisa y su mirada clavada en mí. – Buenos días Luz -sonriéndole.

Me senté en la cama y tomé el celular entre mis manos, me lo quedé mirando por un instante, cuando noté que Luz se había reposado a mis pies, frente a mí.

- ¿Quieres hablar de tu visita de ayer? – mirando mis manos.

- Se supone que lo debo hacer con tu amigo el psicólogo- se lo dije en tono sarcástico y seguido de una risa.

- Si tú nunca le dices nada -riendo- ¿Quién era?

- Albano – se lo dije sin dar mucha vuelta, necesitaba que ella me abrazara como lo hacía siempre.

- ¿Tu amigo que…? – note como se tensaba.

Asentí con la cabeza – Me trajo esto – entregándole mi celular.

Lo tomó entre sus manos y luego de unos minutos volvió la mirada a mí, noté que tenía mucha curiosidad sobre el teléfono.

-No tuve el valor de encenderlo, pero si quieres puedes hacerlo tú.

-Creo que no soy yo la que lo debe hacer, pero cuando te sientas realmente preparado para hacerlo– Me dijo devolviéndomelo. – Ahora tienes que desayunar para que vayamos a ejercitar – muy alegremente.

Desayuné y como todos los días nos fuimos a hacer los entrenamientos de rehabilitación, Luz conseguía animarme y eso, era lo que más me gustaba de ella. Había logrado que durante todo el día me olvidará de ese celular, que estuviera de ánimo para poder hacer todo.

Nunca entendí como lo hacía, pero sentía que me hipnotizaba con su voz o su sonrisa y transformaba mis días haciéndolo más lindos y alegres.
A la tarde estuve sólo en la habitación, Luz se había tenido que ir por unas horas; mis padres, hacía unas semanas que los sentía más motivados y no estaban todo el día afuera de la habitación, mi padre había vuelto a trabajar y mi madre sólo venía dos o tres veces por día al hospital, pero ya no dormía en una silla.

Me ponía feliz, todos debíamos aceptar como era la realidad de mi vida de ahora en adelante y me gustaba que dejaran de intentar ayudarme en todo.
Estaba en la cama, sentado con el celular en mis manos nuevamente, quería encenderlo, pero no lo podía hacer ahí.

Ese lugar era el problema, la habitación del hospital y la silla de ruedas a mi lado. Atrás de ella estaba la ventana, apenas podía ver que el sol se estaba ocultando.

Apoyé mis brazos sobre la cama, me senté, bajé mis piernas hacia el costado, me tomé de ella, un poco de fuerza y ya estaba sobre la silla.
Me puse una campera y salí de la habitación.
Bajé algunos pisos hasta que, por las grandes ventanas del hospital, vi un jardín, eso era lo único que necesitaba.

Salí y me quedé ahí bastante tiempo. Miré las estrellas, el cielo, la luna. Sentí el viento fresco soplando en mi rostro.
Volví a ser yo.

Y ahí tuve la fuerza necesaria para encender el celular y ver como se colapsaba de mensajes y llamadas, muchas de ellas eran de mi madre.
Eran de diferentes personas, desde las que te querían demostrar cuanta lástima les daba, hasta las que decía “Te lo mereces".

Sí, tal vez en mi último tiempo había sido odioso, cruel y despreciable.

Algunos mensajes eran de los profesores de Dōjō preguntando donde estábamos; y otros eran de Joel y Albano en nuestro grupo de whatsapp donde nos habíamos burlado de muchas cosas durante la cena con todos los compañeros y en donde habíamos planeado la salida. No los había leído nunca desde mi teléfono, porque había estado con Joel y los leí desde el de él.
Cerré mis ojos y dejé que todas las imágenes de aquella noche se apoderaran de mí.

Sentía en mi cuerpo como si estuviera nuevamente en el auto, escuchando la voz y la risa de Joel a mi lado y Albano atrás.

Luz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora